Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 10 de mayo de 2015 Num: 1053

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Kilómetros
Miguel Santos

De la carta enviada por
Funes el Memorioso a
don Lorenzo de Miranda

Juan Manuel Roca

Desierto amor
Diana Bracho

Viaje a Indochina:
un periplo por el
sudeste asiático

Xabier F. Coronado

Vietnam, el nuevo
tigre de Asia

Kyra Núñez

Fuga de cerebros
Fabrizio Lorusso

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Lo mucho que hemos perdido

Usted y yo y la mayoría de quienes conocemos salimos perdiendo tras más de treinta años de neoliberalismo salvaje, de paulatina claudicación en lo que alguna vez pudimos llamar dignidad nacional, hoy tan a la compraventa, de entrega denodada de la riqueza estratégica de los mexicanos a grupos trasnacionales y de especulación financiera. Hemos perdido de todo, lo intangible, como el orgullo, el amor patrio o el deber cívico, y lo tangible, como la tierra pública, los recursos, el trabajo, el poder adquisitivo, la tutela del Estado y el patrimonio o la posibilidad de construir uno sólido, duradero y garante de una vejez sin carencias.

Bastaron unos pocos sexenios, seis desde la grisura delamadridista hasta el de negros barruntos del peñismo, para que el neoliberalismo, disfrazado de simple apertura comercial impulsada por Carlos Salinas de Gortari como secretario de Programación y Presupuesto, y luego como presidente y jefe del grupo político que sigue mangoneando la agenda nacional, se adueñara de todo, lo contaminara todo y el país pasara a ser una especie de sucursal de negocios de consorcios mundiales. El desmantelamiento de las empresas estatales para ser reconvertidas en activos de la iniciativa privada dio lugar a una vorágine privatizadora profundamente corrupta, de turbios menesteres y procesos de desincorporación terriblemente opacos que empezó en las telecomunicaciones para culminar con el agua, llevándose entre las pezuñas el petróleo, el gas, la energía eléctrica y buena parte de los servicios básicos de ese mismo Estado debilitado, adelgazado según los dictados del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, porque precisamente en virtud de su función reguladora resultaba estorboso para los planes de las trasnacionales y sus alecuijes mexicanos vendepatrias. Así, a menos de cuarenta años del inicio de la demolición del Estado mexicano, apenas algunas instituciones quedan en pie o se han visto fortalecidas de alguna manera, pero no las que se inscribirían en políticas públicas de sanidad y cultura, como el Instituto Mexicano del Seguro Social, las organizaciones estudiantiles y magisteriales (hoy convertidas en entidades desafectas al régimen) o las universidades públicas (todas ellas y sus símiles han sufrido en cambio constantes embates cupulares y terribles recortes presupuestales), sino las de control, intimidación y contención del descontento popular o las expresiones dinámicas de genuina oposición política (que se ha vuelto, también, una especie en extinción): las policías, las fuerzas armadas y los grupos paramilitares y de choque. En poco más de treinta años las esperanzas de muchos mexicanos se han visto confrontadas con muchos de nuestros peores temores.

Hace poco más de treinta años no teníamos idea de la clase de hoyo socioeconómico y cultural en el que nos estábamos metiendo. La mayoría de los mexicanos por indiferencia, por simple apatía o franca indolencia, permitimos que Salinas consumara el fraude electoral de 1988 y desde entonces el país va en picada. La docena trágica panista, ese remedo de oposición que desperdició la oportunidad histórica de cimentar una verdadera renovación nacional, se tradujo en dos sexenios de corrupción y complicidades acendradas y una espiral de violencia que ahora sigue multiplicándose por los rincones de un México en el que, a diferencia del que muchos tuvimos suerte de habitar, ya no se puede viajar con la familia a un destino turístico sin poner la integridad física o la vida misma en vilo.

Pero durante décadas preferimos ver a otro lado, festejar los adivinables estribillos del Chavo del Ocho y de Chabelo; creer que Eugenio Derbez es chistoso y López Dóriga veraz; que el ingenio de Platanito, las Lavanderas o Guerra de chistes disimula su vulgaridad pedestre. Y coreamos narcocorridos y melodías gruperas a sabiendas de que se tugurizaba la cultura popular del mexicano, obviando que las grandes disqueras están amafiadas con las televisoras para producir sus propios ídolos hueros.

Y dimos y recibimos mordida. Y dimos a nuestros hijos, o nos dieron nuestros padres cuando claudicaron también ellos, todo lo que fue pedido aunque no se mereciera, y creamos así generaciones de tiranos insolentes, ignorantes, que ahora llamamos yúniors, o ladies y mirreyes.

Y no hay mucho que hacer. Mirar con estupor, si acaso entre un escándalo y otro, cómo se hunde el barco. Con todo y ratas.

O tratar de rescatar algo. Algo que nos recuerde siquiera lo mucho que hemos perdido.