Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 10 de mayo de 2015 Num: 1053

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Kilómetros
Miguel Santos

De la carta enviada por
Funes el Memorioso a
don Lorenzo de Miranda

Juan Manuel Roca

Desierto amor
Diana Bracho

Viaje a Indochina:
un periplo por el
sudeste asiático

Xabier F. Coronado

Vietnam, el nuevo
tigre de Asia

Kyra Núñez

Fuga de cerebros
Fabrizio Lorusso

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Ricardo Venegas
[email protected]

La impiedad de la medicina

Oliver Sacks, el neurólogo que escribió el volumen Awakenings en 1973, narró su experiencia como médico al suministrar un tratamiento a supervivientes de encefalitis letárgica. En 1969, Sacks les administró a sus pacientes una droga llamada L-dopa, la cual en principio los reanimó, para luego perder el efecto y hundirlos nuevamente en su letargo. La historia fue llevada al cine por Penny Marshall y el actor Robin Williams protagonizó a Sacks. Despertares (1990) fue una cinta que en muchos sentidos rememora el juramento de Hipócrates, el cual, entre otros asuntos, precisa: “ Si observo con fidelidad mi juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte adversa.” A principios de este año, a Sacks se le detectó un cáncer en fase terminal, lo que llaman metástasis en el argot de la medicina. Lejos de maldecir su suerte, el ahora legendario galeno de las causas humanitarias escribió para un diario estadunidense un mensaje que conmueve: “No puedo decir que no tenga miedo. Pero mi sentimiento predominante es el de la gratitud. He amado y he sido amado; he dado mucho y me han dado bastantes cosas; he leído, viajado y escrito.”

Hace algunos meses fui testigo de cómo algunos galenos atienden a sus pacientes. María de los Ángeles se operó en una clínica particular de Cuernavaca, en la intervención le retiraron un tumor; al terminar la operación todo parecía en orden, hasta que, luego de unos días, comenzó a sentir molestias en los intestinos. La familia le marcaba al médico para que le recetara algo contra el dolor. Lejos de atender a su paciente, el galeno a veces no se tomaba la molestia ni de contestar las llamadas. Cobró por la operación y se desentendió. A la derechohabiente del Issste se le canalizó al hospital ubicado en el municipio de Zapata, que parece clínica particular, pero tiene todas las carencias. Las veces que pude acompañarla, pese al dolor y la demacración que presentaba, las recepcionistas la hacían esperar hasta por más de una hora. Y eso que estábamos en lo que llaman “urgencias”. Mientras las recepcionistas platicaban alegremente y se paseaban sonrientes con su café en la mano, María de los Ángeles agonizaba. El día en que partió la acompañé al hospital, nadie pudo hacer nada por ella. El cáncer estaba muy avanzado y ningún médico pudo diagnosticarla ni darle tratamiento, pese a la infinidad de estudios que se le hicieron en laboratorios particulares y en los del propio Issste. La pésima atención en el sector salud proyecta una imagen, más que de nosocomio o de alternativa de vida, de verdadero mausoleo.

Oliver Sacks debería ser la inspiración de muchos médicos. Uno de los mejores exámenes para graduarse sería que atendieran a su propia madre: con ello se revelaría mucho de la humanidad del aspirante. Por lo pronto, esperemos que el juramento de Hipócrates se cumpla.