Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 10 de mayo de 2015 Num: 1053

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Kilómetros
Miguel Santos

De la carta enviada por
Funes el Memorioso a
don Lorenzo de Miranda

Juan Manuel Roca

Desierto amor
Diana Bracho

Viaje a Indochina:
un periplo por el
sudeste asiático

Xabier F. Coronado

Vietnam, el nuevo
tigre de Asia

Kyra Núñez

Fuga de cerebros
Fabrizio Lorusso

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Verónica Murguía

Ver en la oscuridad

Cuando leí, hace más de veinte años:  “A sus cinco hijos les pegaba cuando sacaban malas calificaciones en la escuela y también cuando sacaban dieces. Los castigaba cuando se portaban bien y cuando se portaban mal. Les echaba jugo de limón en los ojos lo mismo si hacían travesuras que si le ayudaban a barrer la casa o lavar los platos de la comida…”, la alarmante descripción de La peor señora del mundo, supe que Francisco Hinojosa era un escritor capaz de contar con gracia cualquier cosa. Hasta verdades incomodísimas, como la de que hay madres que le hacen la vida imposible a sus hijos, o que la vida es injusta y suele descalabrar al mejor portado.

Este libro indispensable rompió a fuerza de sinceridad y humor los moldes que sometían a la literatura infantil mexicana y la liberó de su formato didáctico y moralista. Antes de la aparición de la célebre señora, y en otro tono, Hinojosa había publicado El informe negro, esa traviesa fábula detectivesca para adultos.

Su sorprendente registro abarcaba, pues, desde la ironía en el relato para adultos, hasta la hipérbole más exagerada y juguetona, ideal para los lectores infantiles. En Aníbal y Melquíades, por ejemplo, aparece un niño tan esmirriado que chupaba los dulces porque no le daban las fuerzas para masticarlos; Amadís de anís es la historia de un niño que de tan goloso se convierte en un chico de azúcar. Hinojosa también ha escrito libros de poesía, crónicas de viaje, un largo ensayo autobiográfico sobre la migraña en racimo, y libros de cuentos. Faltaba que incursionara en la literatura juvenil.

Cuando apareció Con los ojos abiertos, supuse que sería algo así como el hijo de La peor señora del mundo y de Tom Sanabria, el inolvidable detective del Informe negro. Me imaginé un libro mordaz, como casi todos los suyos, ingenioso y sonriente. Y me equivoqué, porque Con los ojos abiertos es un libro escrito con ternura y una delicada melancolía. Protagonizado por Sara, una joven de pocos recursos que atiende un puesto de libros en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y Eliseo, un muchacho de familia adinerada, reticente poseedor de un temperamento trágico, cuyas puntas se afilan con los ataques de insomnio y angustia que lo atormentan, esta historia registra el dolor y la alegría del primer enamoramiento sin endulzar sus amarguras.

Sara vive sola, en un pequeño cuarto de azotea que alquila después de abandonar la casa familiar. No hay, entre sus parientes, uno solo que le demuestre amor: ni su frívola y cruel madrastra, ni las hermanastras vanidosas y tontas. El padre es débil, el hogar una pocilga, y Sara la única que se rebela contra la desidia. Su parecido con la Cenicienta no pasa inadvertido: Hinojosa establece un hábil juego de identidades dándole el apodo de “Príncipe” a Eliseo, el hijo de la familia con ínfulas que lo rechaza en la misma medida en la que busca controlarlo.

Sara y Eliseo no son dos héroes, son dos personas. Hinojosa ha construido en este libro a dos voces una realidad familiar y reconocible poblada por seres de carne y hueso. Sara, gracias al atormentado “Príncipe”, descubre a Dostoievksy, la lectura. Él encuentra en ella la fuerza vital que necesita y quizás no pueda aprovechar. La historia de amor de estos dos va, naturalmente, en contra de todo. De la inocencia de Sara, de la angustia insomne de Eliseo, de las familias. Pero los protagonistas aprenden y se hacen adultos cumpliendo con los rituales del primer amor, de los encuentros eróticos cuyo placer se acentúa por el temor a perder al otro, con el descubrimiento de la solidaridad de sus amigos. Porque los rodea el círculo compacto de la amistad. Así, aparecen en el libro el amor por la música, las primeras experiencias con el alcohol, el baile, el cine, la pintura y una extraña danza, entre faje coreografiado y tabla gimnástica, inventada por los amigos de Sara y llamada La Tarantiul.

Es el primer amor: Eliseo y Sara lo viven como si fuera el último, porque así fuimos, así somos. Quizás sólo a esa edad se tiene la energía para amar con esa disposición a la renuncia. Ella cree que él es su príncipe, él sospecha que en ella está la salvación.

No revelaré el final, pero como todos los primeros amores, la relación se consume en una llama tan intensa como breve; estrella que ilumina la noche de Eliseo y el sol del día en el que Sara observa el mundo que le da la bienvenida.