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Algunas frases célebres
C

uando Salinas le serruchaba el piso a la candidatura del aspirante priísta a sucederlo mediante un perverso flirteo con otro de sus entonces íntimos y ya tenía sumamente confundida a la opinión pública, aconsejó a los periodistas que no se hicieran bolas. Fue poco antes o poco después de admitir públicamente que a los opositores en el Congreso ni los veo ni los oigo. A su salida del cargo, cuando chapoteaba en el pantano del repudio social, acuñó el eufemismo el error de diciembre para referirse a la catástrofe económica provocada por la simulación de prosperidad que caracterizó a su sexenio robado y que se vino abajo debido a la ineptitud de su otro sucesor, Ernesto Zedillo, el que sabía cómo hacerlo.

El inesperado beneficiario del asesinato de Colosio dio una muestra temprana de la profundidad de pensamiento como estadista cuando atribuyó el alza de la criminalidad –un fenómeno que ya por entonces reclamaba un cambio de rumbo gubernamental que ha sido escamoteado en el curso de las siguientes dos décadas– a un pequeñito grupo de malosos y poco después se consagró ante una vendedora popular que de milagro pudo burlar el cerco de guaruras del jefe del Ejecutivo para ofrecerle chucherías y éste la rechazó con un pretexto genial: “no traigo cash”. Pero los dislates de los gobernantes no siempre son graciosos. En ese mismo sexenio, un procurador, Jorge Madrazo Cuéllar, acuñó la expresión conficto intercomunitario para escurrir el bulto ante la evidente responsabilidad gubernamental en la masacre de Acteal, responsabilidad que hasta la fecha los persigue a él, a su jefe y al actual secretario de Educación Pública, Emilio Emilio Chuayffet Chemor, responsable en ese entonces de la política interior.

A Fox hay que reconocerle un par de méritos: que se negó a uncir al país a la incursión criminal de George W. Bush en Irak, a pesar de las intrigas del otro Jorge (Castañeda Gutman, uno de los más exitosos destructores de la política exterior mexicana) y que al menos entretuvo a la opinión pública con dislates, ocurrencias y estupideces pintorescas. En ocasiones indignante y casi siempre humorista a pesar de sí mismo, el guanajuatense mezclaba la inventiva con la incontinencia y el recuento de sus expresiones podría llenar varios volúmenes: desde su reconocimiento a la hombrada de Zedillo al reconocer el triunfo panista en los comicios de 2000 y su saludo telefónico a Juan Carlos de Borbón (hola, Rey) hasta sus formulaciones misóginas (lavadoras de dos patas) y racistas (en Estados Unidos los mexicanos hacen trabajos que ni los negros quieren), pasando por el sublime ¿y yo, por qué?, cuando le preguntaron si la Presidencia no iba a hacer algo después que Tv Azteca envió un comando de hombres armados a apoderarse del transmisor de Canal 40 en el Cerro del Chiquihuite.

La administración sangrienta de Calderón tuvo una divisa cínica formulada por él mismo: haiga sido como haiga sido, referencia inequívoca al escandaloso fraude electoral que le permitió incrustarse en Los Pinos en 2006. Luego pretendió encubrir el carácter real de su proyecto genocida con la peregrina explicación de que la masiva violencia se debía a que los delincuentes se matan entre ellos y a medida en que su guerra fue avanzando y generalizándose, empezó a incurrir en arrebatos infantiles de belicismo lúdico, como cuando se puso a jugar en la cabina de un avión F5 de la Fuerza Aérea Mexicana (2011) y emitió un jubiloso y babeante ¡disparen los misiles!, justo en momentos en que el precio del maíz se incrementaba de golpe en 40 por ciento y Washington clasificaba a la violencia en nuestro país como amenaza número uno. Pero la declaración que mejor retrató –y proyectó– la minúscula estatura intelectual y cultural del michoacano fue una formulada en Santiago de Chile (2008): para superar la crisis económica de ese entonces, dijo, se requiere un poco de Friedman, un poco de Keynes (y) además se va a requerir un poco de Freud también para poder recuperar la seguridad en nosotros mismos, saber quiénes somos y el potencial que tenemos como economía.

Como el foxismo, el peñato debería ser objeto de una recopilación especial de incoherencias, insolencias y rebuznos. Proliferan en esta administración expresiones en las que los más encumbrados funcionarios, encabezados por el propio Peña, exhiben su ignorancia, su frivolidad, su autoritarismo y su insensibilidad. Más allá de los estilos incomparables, una diferencia entre el de Guanajuato y el mexiquense es que el primero llegó al cargo con una enorme legitimidad y sobre grandes expectativas sociales de cambio y democracia, y que la imposición del segundo generó una severa depresión nacional. Si algunos dichos de Fox movían a risa, las barbaridades de Peña y de los suyos indignan, exasperan y repugnan; son tan frecuentes que empieza a ser aburrido verlas como trending topics de Twitter y además resultan, no pocas de ellas, verdaderas provocaciones: el ya me cansé de Murillo, el ya supérenlo del propio Peña. Tal vez sea la conciencia de ese hastío lo que lo lleva a admitir que ya sabe que no aplauden.

Provocaciones: el sábado pasado el subsecretario de Gobernación, Luis Enrique Miranda Nava, dejó plantados a los jornaleros en paro del valle de San Quintín con un pretexto más pueril e inverosímil que el empleado semanas atrás por David Korenfeld para justificar sus abusos aeronáuticos: mandó decir Miranda Nava que no podría llegar a esa zona de Baja California porque no tenía medio de transporte, cuando lo que no tuvo fue más bien voluntad política. Pero el no tengo medio de transporte no se ha vuelto hashtag ni motivo de burla acaso porque la inasistencia del funcionario dio pie a una bárbara represión que dejó muchos heridos graves, y el país ya no está para chistes.

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