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Los acuciosos inquisidores
A

rrebatados por su celo perseguidor, los inquisidores cumplen con vehemencia la tarea de borrar todo rastro de los herejes. En el siglo XVI la reacción de la Iglesia católica romana contra los movimientos de las distintas reformas incluyó el reforzamiento de la Inquisición para perseguir, enjuiciar y condenar a los disidentes.

En el siglo XVI la corona española conjuntaba en ella intereses políticos, económicos y religiosos. Estos últimos se identificaban con el catolicismo romano y el proyecto de combatir la propagación de la que llamaba herética pravedad luterana. En 1520 fueron vetadas oficialmente por Roma las 95 tesis contra las indulgencias, de Martín Lutero. La censura católica arreció y el Concilio de Trento (1545-1563) publicó un índice de 10 reglas que debían cumplirse para evitar que fuesen leídas obras contrarias a los dogmas aceptados por Roma.

En el índice tridentino se estableció (regla I) la prohibición contra todos los libros que los sumos pontífices o los concilios ecuménicos censuraron antes del año de 1515. La regla II proscribía completamente los libros que existan de los heresiarcas, tanto los que después de dicho año inventaron o renovaron herejías, como de quienes fueron guías de herejes, o de quienes son o fueron jefes, como Lutero, Zwinglio, Calvino, Baltasar Hubmaier, Schwenckfeld y similares a estos.

Sobre cómo la Inquisición en la Nueva España cumplió las directrices prohibicionistas, da cuenta en forma bien documentada la excelente obra de José Abel Ramos Soriano, Los delincuentes de papel, Inquisición y libros en la Nueva España (1571-1820), Instituto Nacional de Antropología e Historia-Fondo de Cultura Económica, México, 2011.

La Inquisición española adoptó y amplió el índice tridentino y “más tarde, en 1583-1584, […] el tribunal español estableció 16 reglas en las que sintetizó las características de los textos que no debían leerse” tanto en España como en sus posesiones en el Nuevo Mundo (Ramos Soriano, op. cit., p. 46). El Novissimus Librorum et Expurgandorum Index, en su regla III reprobaba las obras de los siguientes personajes, castellanizando sus nombres: Martín Lutero, Huldrico Zuvinglio, Juan Calvino, Baltasar Pacimontano [Hubmaier], Gaspar Schuvencfeldio, y otros semejantes de cualquier título, o argumento, se prohíben del todo, mas no se prohíben los libros de católicos, en que andan, y están insertos fragmentos, o tratados de heresiarcas, pues para refutar sus errores se permite nombrarlos, como también en los libros de historia, lo cual se declara para evitar escrúpulos (Ramos Soriano, op. cit., p. 328).

La mención de Hubmaier tanto en el índice tridentino como en el índice español demuestra la acuciosidad de los inquisidores para detectar escritos de quienes llamaban heresiarcas. No es de sorprender que apareciesen prohibidos los escritos de conocidos reformadores protestantes, Lutero y Calvino preponderantemente, pero sí llama la atención que estuviera en el listado alguien como Baltasar Hubmaier, personaje de reducida influencia en Europa comparada con la que tuvieron Lutero y Calvino.

Hubmaier era párroco en Waldshut (ciudad austriaca en la frontera con Suiza); doctor en teología, sería uno de los pocos líderes anabautistas de alta preparación académica. Por una carta que le escribió a Ecolampadio se sabe que estaba en proceso de rompimiento con el catolicismo romano. En la misiva del 16 de enero de 1525, Hubmaier daba a conocer que enseñaba públicamente “que los niños no deben ser bautizados […] En vez de celebrar el bautismo [de infantes], hago que los fieles se congreguen en la iglesia y que los padres presenten al niño, y explico en alemán el Evangelio” (George H. Williams, La Reforma radical, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, pp. 162 y 163).

En su respuesta Ecolampadio externó desacuerdo con las enseñanzas de Hubmaier, quien dio un paso decisivo con el bautismo de creyentes cuando lo recibió de manos de Guillermo Reublin, el 16 de abril de 1525. Pocos días después de haber sido bautizado, Hubmaier impartió el bautismo a más de trescientas personas que así sellaron su ruptura con Roma.

En Suma de la vida cristiana, escrito a fines de 1525, Hubmaier reconocía que antes, como sacerdote católico, había tenido una vida disoluta y enseñado una doctrina falsa, sin fundamento e impía. Confesaba, que como Pablo, haberlo hecho por ignorancia. Había dejado atrás todo lo que consideraba falso y con nuevas convicciones procedió a elaborar un resumen de lo que implicaba ser cristiano. Afirmaba que las personas no nacían cristianas, sino que debían decidir en algún momento seguir o no el Evangelio proclamado por Jesús.

En julio de 1527 Baltasar Hubmaier fue arrestado por autoridades austriacas, juzgado y condenado a muerte; fue llevado a la hoguera en Viena el 10 de marzo de 1528. Tres días después Elisabeth, su esposa, fue ahogada por los verdugos en el río Danubio. Habían pasado tres décadas y media de la ejecución de Hubmaier cuando el índice de libros prohibidos por el Concilio de Trento lo condenó a él y sus escritos, y prohibió su lectura. La prohibición fue reforzada, cincuenta y seis años después de la pena capital contra Hubmaier, en el índice de libros prohibidos de la Inquisición española, que se aplicó rigurosamente en la Nueva España. A México llegó el conocimiento de Hubmaier mediante sus acuciosos perseguidores, cuando lo destacaron en la lista de los que consideraban herejes.