Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 17 de mayo de 2015 Num: 1054

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Del Libro de las horas
Rainer Maria Rilke

La llamada del abismo
Carlos Martín Briceño

El plan B
Javier Bustillos Zamorano

Edward Bunker
la judicatura

Ricardo Guzmán Wolffer

Borges e Islandia
Ánxela Romero-Astvaldsson

La desaparición
de lo invisible

Fabrizio Andreella

Poetas y escritores en
torno a López Velarde

Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Agustín Ramos

Otra temporada en el infierno (II DE III)

Los especialistas intentan explicar la inescrutable victoria de los conservadores británicos mediante lugares comunes como el voto del miedo, la cautela atávica, los ciclos de aflujo y reflujo, etcétera (lo bueno de lo inescrutable es que cualquier análisis le viene bien).

Acá –ventajas del subdesarrollo– la elección será como los programas de fut, box y concursos que pasan en la tele para un público idiota, conducidos por perversos y arbitrados por mercachifles.

Si pese a todo los resultados electorales no coincidieran con la voluntad de los dueños del mundo –como en Sur y Centroamérica de la mitad del siglo pasado para acá, o como en México 1988, 1994, 2006 y 2012–, la situación se ajustará a la voluntad de esos dueños, con fraudes e ingobernabilidad o, de plano, con golpes de Estado e intervenciones militares.

De lo contrario, los vencedores prometerán cumplir y hacer cumplir los mandamientos del capitalismo salvaje: adelgazar al Estado vía privatizaciones, recortar el gasto social, fiscalizar al gusto de los dueños, abrir indiscriminadamente el mercado nativo, rematar los recursos naturales y ceder la rectoría económica. Y si así no lo hicieren, que los demanden como al gobierno griego.

Porque así es la democracia moderna, casi totalmente inescrutable y esencialmente tramposa.

Gore Vidal refería un fraude en La ciudad y el pilar:  “Así sucede, lo crean o no, en la mayor democracia que el mundo haya conocido jamás, en el hogar de la libertad y del valor: las elecciones se pueden apañar calladamente, como a Joe Kennedy le gustaba explicar.”

Otros compatriotas de Vidal, como Mailer y Wolfe y el canadiense Bellow, testimonian sucesos parecidos.

Lampedusa presenta la reacción de un hombre digno ante un evidente escamoteo del voto: –Yo, excelencia, voté “no”. “No, cien veces no”... y esos puercos del Municipio se han tragado mi opinión, la mastican y después la cagan convertida en lo que quieren. Dije negro y me hacen decir blanco...

En Rojo y Negro, Stendhal narra: “El barón [de Tolly] presidía un colegio electoral y se le ocurrió escamotear bien y bonito las papeletas que depositaron en la urna los partidarios de uno de los sectores políticos. Claro, para compensar de alguna forma tal merma, fue colocando otras papeletas con el nombre de su candidato preferido...”

En El busto del emperador Joseph Roth dice: “El pueblo no vive de la política mundial y por eso se diferencia de los políticos para bien. El pueblo vive de la tierra que labra, del comercio que ejerce, de la artesanía que domina (sin embargo, vota, muere en las guerras, paga impuestos…).” Empero, continúa, una vez que los amos del mundo toman sus decisiones, las hacen saber y sentir a los órganos de gobierno para que éstos se encarguen de aplicarla a esa gente que no vive “de la política mundial”.

¿Merecen fe esa “política mundial” y esos políticos preaprobados y programados? ¿Vale el sufragio de la gente excluida de un Estado compuesto por  poderes títeres que ejecutan, promulgan y enjuician acatando poderes fácticos nunca del todo ajenos al crimen organizado (grupos de presión mediática, económica, religiosa y militar)?

La fuerza de la democracia, centrípeta para izquierdistas conversos, centrífuga para priistas resentidos y nuclear para derechistas de abolengo, también es excluyente. Es una fuerza convertida en artículo de fe, en la cual el voto se reduce a dirigir una genuflexión en honor de algún “estilo personal de gobernar”.

Personificar esta fuerza casi inescrutable, sin embargo, equivale a sobrestimar su peso, cruento, multiforme y octogenario. En otras palabras, con contadas excepciones, los políticos de carrera, aun detentando algún dominio, son meros operadores y funcionan para lo mismo, aunque vistan sedas o trajes de emperador, aunque tengan historial, ideas y discursos aparentemente distintos.

¡Qué ganas dan de votar, viendo los candidatos, los programas del totalitarismo tricolor y sus avatares, y conociendo esas instituciones autosuficientes para irse al diablo porque vienen recargadas de cinismo y porque les da risa la legitimidad!

No obstante, llamar al abstencionismo o invocar entelequias es ignorar irresponsablemente las circunstancias propias de cada territorio y de cada objeto en disputa. Y también es reforzar la exclusión de la gente que no vive “de la política”, esa gente que –sin sarcasmo– es la fuerza de la democracia. O puede serlo.

(Continuará)