Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 17 de mayo de 2015 Num: 1054

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Del Libro de las horas
Rainer Maria Rilke

La llamada del abismo
Carlos Martín Briceño

El plan B
Javier Bustillos Zamorano

Edward Bunker
la judicatura

Ricardo Guzmán Wolffer

Borges e Islandia
Ánxela Romero-Astvaldsson

La desaparición
de lo invisible

Fabrizio Andreella

Poetas y escritores en
torno a López Velarde

Marco Antonio Campos

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Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
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Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
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Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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La Jornada Semanal

 

Ricardo Guzmán Wolffer

La eficacia de su obra es plantear la versión
del delincuente frente a la autoridad

Quien ha leído las novelas de Bunker, como No hay bestia tan feroz, Stark, Little Boy Blue, La fábrica de animales y Perro come perro, sabe el calibre del autor, pero podría dudar si en textos más cortos tiene la misma profundidad de análisis socio-jurídico y de creación de personajes. Bastará leer Huida del corredor de la muerte, recopilación de relatos publicada post mortem, para corroborar que su madurez creativa le permitió moverse en el relato o la novela con similar efectividad.

“La justicia de Los Ángeles”, de 1927, habla del ingreso de Brooks, un negro, a prisión. Luego de trabajar desde niño obtiene un buen puesto en una gasolinera. Cuando su automóvil no enciende, decide tomar prestado el de su supervisor para ir por la novia y devolverlo en la noche. En un semáforo, es chocado por una patrulla. Cuando las defensas quedan trabadas, el policía reporta la situación, cierto de que no hay mayor dificultad. Pero los nuevos oficiales piensan distinto. Detienen al negro y comienza el infierno al entrar en la maquinaria judicial: luego de varios días de arresto, se presenta ante el juez: “Estaba atrapado en la justicia del hombre blanco.” El error, explica implícitamente Bunker, fue dejarse detener, pues una vez en la banda de producción de la fábrica de animales (la cárcel no sirve para readaptar, sólo para castigar, como ha sustentado y demostrado en sus otras novelas), es poco probable salir bien librado.

En unos cuantos párrafos, Bunker cuenta el camino laboral del negro Brooks y, con sorprendente eficacia, relata que en los años veinte no había discriminación ni violencia racial en Los Ángeles, como después sucedería. Pero da su hipótesis sobre la aversión racial que en los siguientes años llevaría a enfrentamientos sangrientos en Estados Unidos: los blancos temen a los hombres negros y “cuando alguien tiene miedo es cuando se odia y se es cruel, por miedo”.

Tal vez Brooks habría podido salir de la detención en pocos días, pero tiene el mal tino de perder los estribos días antes del juicio y él solo le pone una golpiza a varios policías. Eso lo marcará de por vida y para mal en la corte, pues lo mandan a prisión a pesar de que el “robo” no ameritaba tal castigo: es una celebridad carcelaria y no debe dejar precedente. Bunker evita compadecerse del desafortunado negro: todos los internos están en el infierno y lo saben.

La perspectiva de Bunker, como ha demostrado en toda su obra, es la del interno: sus novelas plantean el camino delictivo desde la infancia y adolescencia, hasta la residencia permanente en San Quintín, pasando por las salidas y reingresos carcelarios. La eficacia de su obra es plantear la versión del delincuente frente a la autoridad. Y, como sucede en México, no distingue entre el policía, el carcelero, el juez o el defensor público: todos forman parte del mismo Estado que, en realidad, busca castigar a los infractores, no reinsertarlos a la sociedad. Cuando llega a la prisión, el encargado advierte a todos los nuevos reclusos que lo único importante es cumplir con el reglamento, respetar a los carceleros y no escapar: si los internos se matan entre ellos, da igual. Con todo y la obligación legal mexicana de respetar los derechos humanos a partir de la modificación constitucional, a nadie le sonará extraño ese discurso, hecho hace varias décadas por Bunker.

Resalta la versión del autor sobre el expedito procedimiento judicial que, en pocos minutos, manda a Brooks a la cárcel, por haber tomado prestado el automóvil. Mientras tanto, en México llevamos años con el cambio de sistema penal, presuntamente para dar más justicia a los procesados, pues con el anterior sistema ni siquiera llegaban a conocer al juez, las pruebas las recababa y ofrecía el Ministerio Público y tardaban años en resolverse esos juicios, en tanto los presos sufrían lo indecible en los recintos carcelarios pensados para una población cuarenta por ciento menor; empero, no se habla de las condiciones sociales que sustentaron ese sistema penal, y ni siquiera han sido nombradas públicamente por las autoridades o partido político alguno.

El erario estatal gastará miles de millones de pesos en cambiar un procedimiento judicial que, en sí mismo, no sólo no incide en las causas socioeconómicas que llevan a miles de jóvenes a buscar en la delincuencia, organizada o individual, la respuesta a sus necesidades básicas, sino que, como se ha comprobado en varios estados de la República, desacredita al sistema judicial por evidenciar la impunidad derivada del desconocimiento en la aplicación del “nuevo” sistema penal y eso descompone aún más el tejido social. Si en alguna época se consideraba al juzgador como la etapa final de una verdadera opción para resolver la problemática penal, la percepción social no mejora con el cambio procedimental; por el contrario, se agrava. Más aún, ante la evidencia irrefutable de que la Suprema Corte retoma el camino de ser un depósito de políticos premiados y no una cúpula de juristas que estudian cada una de sus resoluciones, ciertos de sus implicaciones metajurídicas.

Volviendo a “La justicia de Los Ángeles”, cuando Brooks habla con su defensor público captamos que éste desarrolla su empleo en malas condiciones y con la claridad de que sólo se trata de un aprendizaje para abrir su bufete privado: “Si tenía que representar a criminales culpables, al menos lo haría para aquellos que pudieran pagar.” Esos defensores de oficio van cambiando en cada audiencia: no hay continuidad procesal en la defensa, y al juez le basta una ojeada al expediente y mirar al negro para mandarlo a la prisión de San Quintín.

Bunker evidencia que el procedimiento no es lo que hay cambiar, sino la sociedad que lleva a tener esos defensores y jueces, ese sistema que, en los hechos, ni es equitativo ni sirve para reimplantar a los procesados, sin importar si son o no condenados en sentencia: luego de meses de estar detenidos, obligadamente habrán debido adaptarse a la rutina carcelaria para sobrevivir, lo cual sirve para todo menos para reinsertarse a la sociedad extramuros.