Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 17 de mayo de 2015 Num: 1054

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Del Libro de las horas
Rainer Maria Rilke

La llamada del abismo
Carlos Martín Briceño

El plan B
Javier Bustillos Zamorano

Edward Bunker
la judicatura

Ricardo Guzmán Wolffer

Borges e Islandia
Ánxela Romero-Astvaldsson

La desaparición
de lo invisible

Fabrizio Andreella

Poetas y escritores en
torno a López Velarde

Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
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Sutileza del tangente absurdo

Con tres cortometrajes –el primero de ellos filmado hace treinta y tres años, en 1982–, un documental, una película hecha para la televisión y tres largometrajes de ficción hasta 2003, Martín Rejtman (Buenos Aires, 1961) contribuyó significativamente a lo que se ha dado en llamar Nuevo Cine Argentino (NCA), tanto, que es considerado como uno de sus principales artífices. Pasaron once años hasta que Rejtman volviera con su cuarto largo titulado Dos disparos (Argentina/Chile/Alemania/Holanda, 2014).

Quien haya visto Los guantes mágicos (2003), Silvia Prieto (1998) y, sobre todo, Rapado (1991), no habrá de sentirse sorprendido –muchísimo menos defraudado– por la propuesta fílmica de este porteño que, además de director cinematográfico, es un escritor más que solvente. Quienes gustan de poner etiquetas a la creación ajena, pero especialmente quienes sin tales asideros manifiestan una curiosa incapacidad para saber a qué cosa están enfrentándose, han insistido en el término “naturalismo” a la hora de definir en qué consiste el referido nca y, por extensión, de qué está hecho el cine de Rejtman, escaso únicamente en cantidad.

Si en vez de ser argentino Rejtman fuese mexicano, muy probablemente a su cine ya lo habrían tildado de “contemplativo”, como a todo aquel que no corresponde ni se hace eco de la hiperquinesis en el montaje, la hipérbole argumental y la histeria histriónica. Independientemente de la plausibilidad de las etiquetas –de cuyo reduccionismo conceptual jamás se hace cargo quien las esgrime como punto de partida o eje analítico–, el cine de Rejtman goza de características propias; vaya como ejemplo, desde el punto de vista formal, la estructuración de la historia en un tempo diegético que combina eficientemente la morosidad y la pausa con la elipsis e incluso, en el caso de Dos disparos, con la narración en off de uno de los protagonistas de la historia.


Martín Rejtman

Más de un modo de contar

Pero el rasgo más significativo de lo que particulariza al trabajo de este cineasta y escritor es su admirable capacidad para la digresión bien controlada o, valdría decir, el evidente gusto que tiene de irse por la tangente, eso sí, jamás perdiendo el foco temático ni el equilibrio entre las historias que, una emanada directamente de la otra, va contando a lo largo del filme.

No es directa ni mucho menos literal, pero hay una muy eficaz referencia a El extranjero, de Camus, en el arranque de Dos disparos: para el hecho de haber detonado un arma, el personaje da como justificación el calor que hacía en aquel momento. Desde ese momento, y con una sutilidad que le otorga inmediata carta de naturalización en el contexto de lo cotidiano, el absurdo va poco a poco invadiéndolo todo: al personaje no lo mataron los dos disparos a los que alude el título –disparados en contra de sí mismo y sólo porque sí, como ya se ha dicho–, cosa no imposible sino bien plausible como se ve más adelante, y más tarde una de las balas, que le ha quedado alojada en algún lugar del torso, es la causa de que vea truncada su carrera como flautista en un cuarteto, pues el metal dentro de su cuerpo distorsiona los sonidos que produce al tocar.

En algún punto de la trama, justo cuando el espectador se prepara mentalmente para presenciar el día a día de este adolescente un tanto taciturno y nulamente interesado en la sexualidad –virtual absurdo, al menos cinematográfico y narrativo–, Rejtman tira el golpe y da en el blanco: con idéntica sutilidad a la ejercida en el manejo de la cámara, reenfoca la historia y la hace centrar en el hermano de aquel personaje, más tarde en la madre del mismo, poco más adelante en la joven maestra de flauta, para después, en algo que tiene aires de franca fuga bachiana, en una serie de personajes aparecidos unos previamente y otros más casi de súbito, cuyo carácter incidental impide, en un primer momento, imaginar siquiera que el foco narrativo habría de centrarse en ellos siquiera unos minutos.

Más allá del claro alarde de dominio formal, lo que Rejtman logra es relativizar el punto de vista narrativo, no a la manera de Altman o Thomas Anderson –o Tarantino, para los menos acuciosos–, sino al estilo de Tolstoi o de Mann; claro, guardadas las enormes proporciones, con lo cual consigue lo que pareciera ser su propósito de fondo: cuestionar el dictum fílmico contemporáneo según el cual hay un modo, y sólo uno, para contar una historia de ficción, eternamente (con)centrada en los avatares de un personaje y haciendo que todo el resto sea poco más –y muchas veces poco menos– que la decoración alrededor.