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La automarginación política
L

a automarginación política quiere ser una ex­presión de coherencia entre el pensar y sentir propios, y el acto que (no) lleva a cabo el abstencionista. De otra parte, como en 2009, parece crecer el número de ciudadanos que favorecen la posición de votar, pero anulando su voto, esto último mediante una vasta multiplicidad de formas. La más civilizada recomienda cruzar la totalidad de la boleta; las más estridentes y rabiosas recitan una buena cantidad de ocurrencias: redactar en la boleta el más extremo de los escarnios a los políticos; escribir una buena lista de vituperios y dicterios contra esa detestable gente que dirige o milita en los partidos políticos; anotar al menos 10 veces el más mexicano de los insultos a esos mismos bichos, es decir, que se oigan (y digan y escriban) las mentadas de siempre en grandes números.

De todo ello abunda en las redes sociales, dominadas por jóvenes ciudadanos. Si tiene usted paciencia, revíselas y fórmese su propia opinión. Pero también abundan argumentos que quieren ubicarse en una zona más distendida y evitan las invectivas y las injurias. Muchos de ellos, formados por el sistema político en la antipolítica, apenas expresan eso está de güeva, para qué pierdo mi tiempo.

Otros alegan: mi voto ¿qué cambia?, con mi voto o sin él no pasa nada, sin pensar si algo cambia o no, si cientos de miles o millones razonan de la misma forma.

El repudio por los partidos y sus integrantes también se generaliza absolutamente: todos son iguales: ladrones, corruptos, farsantes, tramposos, permanentes activistas del nepotismo, y mucho más. Ven en la abstención o en el voto nulo, al mismo tiempo, un mínimo desahogo a su vasta frustración y una expresión de desprecio y de castigo –dicen– a todos los partidos y los bandidos que los manejan. Muchos otros ven que la abstención o el voto nulo no cambiará nada, pero tampoco votar, expresan, cambiará nada. Todo seguirá igual o, lo más seguro, peor. Entonces para qué votar y, si ha de hacerse, anula tu pinche voto (adjetivo ampliamente repetido).

Que todos los partidos son iguales; sí…, pero también es cierto que hay unos partidos más iguales que otros. El número y el monto de las sanciones aplicadas a ese disparate (pero gran negocio) llamado Partido Verde, que debiera estar fuera de la contienda, hace ya una diferencia importante entre los partidos. El que ese adefesio sea un amadísimo y deseadísimo entenado del PRI hace otra diferencia para el PEVM y para el PRI en relación con los demás. Puede hacerse una lista de los abscesos y forúnculos que exhiben los partidos y hallaremos que algunos son mucho más malignos para la sociedad que otros.

No pocos ciudadanos que quieren adoptar una posición democrática dicen que los abstencionistas y los anulistas están en su derecho. Sí, en efecto, están en su derecho, pero el juicio que ha de hacerse sobre el conjunto de abstencionistas y anulistas no puede quedar ahí. Su decisión sí afecta tanto a los votantes como a los propios abstencionistas y anulistas, aunque no puedan verlo, al tiempo que beneficia y legitima a los esperpentos que son los partidos políticos.

Anular el voto o abstenerse es favorecer al sistema de partidos que tenemos. Según el galimatías conformado por las nuevas disposiciones electorales, los partidos deben obtener en la elección inmediata anterior al menos 3 por ciento de la votación válida emitida para mantener el registro y acceder al financiamiento público. Basándose en el porcentaje de votos obtenido se distribuye entre los partidos 70 por ciento del financiamiento que reciben anualmente. El restante 30 por ciento se reparte equitativamente. Además, si un partido obtiene 3 por ciento de la votación válida emitida accede a la distribución de los diputados de representación proporcional.

Aquí la clave es qué quiere decir votación válida emitida. La Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales define tres conceptos de votación: la total emitida (todos los votos en urnas), la votación válida emitida (el resultado de restar a la votación total emitida los votos nulos –los de los nulistas–) y la votación nacional emitida (resultado de restar a la votación total emitida, los votos de los partidos que no hubieren alcanzado el 3 por ciento en la votación válida emitida más los votos nulos). Los votos anulados son sufragios legalmente inútiles, porque todos los cálculos los omiten. Está claro, si usted vota nulo, no sólo no castiga a nadie sino que legitima el sistema que tanto detesta.

Si usted, en este sistema de partidos, puede sólo plantearse un objetivo que yo calificaría de valioso, como es disminuir la fuerza del PRI en el Congreso y eliminar al bodrio verde, vote contra el Verde, votando por cualquier otro que no sea ninguno de esos dos. Si tampoco le gusta el PAN, no vote por él, búsquese otro y al menos ayudará a alcanzar el objetivo mínimo referido.

Entre menor sea la votación válida emitida, más fácilmente los partidos-mercaderes alcanzarán 3 por ciento, tendrán acceso a financiamiento y a diputados de representación proporcional. En ese caso ya nos jorobaron la vida a los votantes, con la invaluable ayuda de abstencionistas y nulistas, y se la jorobaron ellos mismos. Creo que esto es lo que va a ocurrir. Pero usted tiene la palabra.