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El infanticidio tiene autores intelectuales
L

os cinco niños y niñas que asesinaron a Cristopher Márquez Mora, en Chihuahua, fueron asesinados primero. El homicidio del menor de seis años, llevado a cabo con extrema crueldad, sólo puede entenderse si se considera que para llegar a ello hubo un proceso que fue matando la humanidad de sus victimarios-víctimas. Los tres niños y dos niñas que jugaron al secuestro con él y luego lo mataron a golpes y a puñaladas ya estaban muertos al perpetrar el crimen.

Porque la colonia donde viven, Laderas de San Guillermo, municipio de Aquiles Serdán, conurbada con la capital del estado, es de esos espacios donde clara se ve la producción y la reproducción ampliada de la violencia que padecemos. Surgió durante el auge viviendero de gobiernos anteriores: casas precarias, pavimento malo, en franco deterioro o desaparecido. Parques sin árboles, de puro terregal. Decenas de casas abandonadas porque sus inquilinos ya no pudieron pagarlas Ahora, vandalizadas, convertidas en centros de reunión y de intoxicación de las bandas de jóvenes y no tan jóvenes. Pésimo servicio de transporte urbano que hace interminables y extenuantes los traslados a los parques de la industria maquiladora en la ciudad de Chihuahua.

El ayuntamiento de Aquiles Serdán, antes Santa Eulalia, está totalmente rebasado para la provisión de servicios públicos adecuados a una población y a una superficie construida que de pronto se le multiplicó varias veces. Un puñado de agentes policiales y unas dos o tres patrullas son a todas vistas insuficientes siquiera para hacer los rondines rutinarios. El equipamiento de servicios sociales es prácticamente inexistente: en Laderas no hay siquiera escuela primaria, mucho menos centros comunitarios o programas de atención a adicciones. Las estrechas, polvosas y hoyudas calles, lo mismo que los cauces secos de múltiples arroyos, se convierten en el lugar de socialización por excelencia de las y los niños desde que pueden traspasar la puerta de su casa. El DIF no cumple sus funciones, no realiza ninguna labor preventiva de la violencia hacia los niños, pero van varios casos en que los sustrae injustamente de sus familias. Otras veces se los quita a las madres trabajadoras para entregárselos a los padres violadores.

Porque en Laderas de San Guillermo, como Riberas del Bravo en Ciudad Juárez, el perfil social y humano es el mismo: abundancia de familias monoparentales, sobre todo de madres solas; padres ausentes, jornadas extenuantes para jefas y jefes de familia, nueve horas de trabajo y al menos tres de transporte; presencia de puchadores y narcomenudistas. Impunidad de ellos, de los ladrones, de los violadores, complicidad frecuente de la policía.

Por eso el asunto no es identificar a los tres niños y dos niñas que fueron los autores materiales del infanticidio de Cristopher, cuyo padre recién murió de un infarto fulminante, cuyo hermano menor tiene que ser cuidado día y noche por la madre por su grave condición de incapacidad. El asunto es identificar a los autores intelectuales de los horrendos crímenes.

Los autores intelectuales del infanticidio de Cristopher Márquez y del homicidio espiritual de quienes le dieron muerte física son quienes llenan la televisión y el cine de contenidos violentos, quienes fabrican videojuegos donde la meta es matar y donde se puede tener muchas vidas; donde la violencia asesina se ha convertido en algo banal y la crueldad en un récord a rebasar. También los gobiernos que no tienen ningún programa de desarrollo social y humano, que gastan más en su imagen que en atención a las niñas y niños, que fomentan fraccionamientos como Laderas de San Guillermo, sin opciones de vida comunitaria, cultural y deportiva, con transporte urbano caro, malo y escaso. Quienes imponen un modelo económico de sobretrabajo e infrasalario, con jornadas que dejan poco para la sana convivencia y un estrés permanente que tensiona y violenta las relaciones familiares y comunitarias. Son también los criminales exitosos por la impunidad que se les brinda y que se convierten en modelos a seguir de niños y jóvenes porque en este país la injusticia y la corrupción han convertido la transa y el crimen en los únicos medios para superar las cada vez mas desesperantes miseria y desigualdad. Tampoco están exentos de responsabilidad los padres y madres que agobiados de cargas o enajenados por los escapes fáciles del alcohol o la televisión descuidan a sus hijos o dejan de exigirle al Estado que les haga efectivos sus derechos.

Los parientes y amigos de la familia claman por un castigo ejemplar para quienes asesinaron a Cristopher. Exigen cárcel y pena corporal para todos. Ha habido incluso llamados al linchamiento de los padres de los cinco muchachos. No quieren escuchar hablar de ley ni de derechos, ni de edad penal, ni de inimputabilidad. ¿Y por qué habrían de hacerlo si no sólo Cristopher, sino ellos mismos son víctimas continuas de atropellos en sus derechos laborales, cívicos y sociales? ¡Qué difícil hablarles del respeto a la ley cuando todos los días son las autoridades, de la más a la menos poderosa, quienes más la quebrantan! ¡Qué imposible explicar que los propios niños victimarios son a su vez víctimas!

Devenidos sicosociólogos espontáneos, los voceros de las autoridades atribuyen estos terribles hechos a la descomposición de la sociedad. Diagnóstico facilón y cobarde. Porque es desde todos los niveles de gobierno donde se han puesto en marcha y tolerado las políticas que desgarran, descomponen, pudren las relaciones sociales y dañan irremisiblemente a nuestra niñez.

Así puede explicarse el infanticidio masivo que ocurre en este México globalizado y neoliberal. La crueldad con que se ultimó a Cristopher, esa ni siquiera tratar de explicarla, como bien apunta Javier Sicilia.

PS. A la memoria de Nacho Suárez Huape y su esposa. Descansen en paz quienes tanto lucharon por la paz.