Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 24 de mayo de 2015 Num: 1055

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La boca
Aleyda Aguirre Rodríguez

Una gota de eternidad
Vilma Fuentes

Heinrich Böll y Hans
el payaso: conciencia
de una sociedad vacía

Alejandro Anaya Rosas

La sal de la tierra
José María Espinasa

Contra el Estado
totalitario, desde abajo

Renzo Dálessandro
entrevista con Javier Sicilia

Santa Teresa de Ávila:
la escritora y su amante

Esther Andradi

Diálogo con Carmelita
Hugo Gutiérrez Vega

Santa Teresa y la
religiosidad erótica

Mario Roberto Morales

El erotismo transgresor
de Daniel Lezama

Ingrid Suckaer

Lluvia en la noche
Yorgos Yeralis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

El serial killer como escape

Ricardo Guzmán Wolffer


Música para difuntos,
Gabriel Trujillo Muñoz,
Lectorum,
México, 2014.

Con la última entrega de su trilogía fronteriza, el prolífico autor de Mexicali añade una serie más a las muchas que ya lo consolidan como una de las figuras de la literatura nacional (ni se diga la norteña fronteriza): su serie de fantasía Orescu, publicada en Times, nada le pide al hoy de moda Juego de tronos. Su bien establecido abogado Morgado sigue caminando entre muertos y mucha historia. Cuando en México ni se hablaba a nivel oficial de los derechos humanos, Trujillo ya tenía varias novelas cortas de este abogado defensor de tales derechos.

En Música para difuntos estamos ante un peculiar asesino en serie que, además de torturar y descuartizar a sus víctimas, envía partes del cuerpo con mensajes musicales de canciones relacionadas con Mexicali.

La comprobada eficacia narrativa de Trujillo solventa el reto de mezclar este subgénero del asesino serial con la difusión de la historia de la ciudad fronteriza tanto en lo social como lo musical. Pareciera que el personaje central es la ciudad: terminamos por querer conocer Mexicali, a ver si la mitad de lo escrito es verdad. Pero eso sólo es parte de la contundencia narrativa, pues gracias a los pocos personajes a desarrollar nos enteramos de los abusos de políticos, sindicatos y empresarios. Como en cualquier lugar de México, hay interacciones sociales donde se da por hecho que unos tendrán trato distinto a otros. Pero Trujillo nos da una esperanza, al menos literaria: allá las cosas son distintas por dos aspectos: la música y la fiesta nocturna hermanan a los ciudadanos, sin importar condición social, y alguien con determinación es capaz de hacer la diferencia. La hermosa Mónica, apoyada por los familiares policías, tuvo los tamaños para cobrarse a lo chino la violación del junior y hacerlo su esposo a punta de golpes, con lo cual logra entrar a la alta sociedad local y a partir de ahí se vuelve una mujer independiente. Es literatura, pero no deja de ser un sueño social. Lo mismo sucede con la figura del asesino serial: es un loco que aterroriza a la ciudad entera, forzando a los políticos a dar el toque de queda, pero saca de la sociedad las ganas de no vivir en el miedo y de habitar la calle como ha hecho por generaciones. El inesperado final mostrará que la sociedad está hasta la madre de ese miedo y que está dispuesta a cobrarse como pueda.

Trujillo convence no sólo por su tino narrativo y su facilidad para entretener; también lo hace por sus lecciones de historia que evidencian la valía de cada región de nuestro país (no hace falta vivir el centralismo para justipreciar lo local y, en materia musical, ciertamente cada rincón del país tiene glorias universales), así como por lograr encarnar los sueños sociales que buscan la paz y la posibilidad de participar equitativamente en una guerra que nos ha marginado para mirar con tristeza cómo la vida nacional parece disminuirse entre muertos y políticos tan ajenos a la población.


Partículas de prosa

Lobsang Castañeda


Detritos,
Gabriel Bernal Granados,
ERRR Books,
México, 2015.

Gabriel Bernal Granados es un escritor atento a las formas. A lo largo de su ya extensa obra ha cultivado, además de la poesía, una serie de procedimientos en prosa poco recurrentes en nuestras letras: el ensayo, el aforismo, la reflexión filosófica, la nota autobiográfica, la crónica y el apunte. En varios de sus libros confluyen dichos recursos dando paso a una escritura mestiza, difícil de clasificar, quizás porque su batalla contra la página en blanco se encuentra siempre en otro lado, más allá de lo físico, lo obvio o lo evidente. En un ensayo dedicado a Salvador Elizondo, una de las flores de su jardín, Gabriel escribe con la lucidez que lo caracteriza: “Todo ejercicio en prosa, hasta donde la propia experiencia me lo dicta, parte del silencio para llegar a él. El silencio encuentra su expresión plástica en la página en blanco; en la página vacía se vuelve tangible, o visible, y es con ella, en el momento de la escritura, con quien se dialoga o se combate.” Así, pues, su prosa proviene del silencio y lucha en su contra para llegar a él; va de una de sus orillas a otra, descomponiéndolo, manipulándolo y armándolo de nuevo. Esta ruptura y posterior reconstrucción del silencio es similar a la descomposición de un sólido en partículas que volverán a ensamblarse de manera distinta e irreconocible. Se trata, propiamente hablando, del detrito.

Como ensayista, Gabriel es capaz, como pocos, de mantener la tesitura de sus interpretaciones sin provocar tedio o aburrimiento. Sabe escribir bien, lo cual va siendo cada vez más raro en un gremio, el de los ensayistas, en donde el galimatías se ha convertido en moneda corriente. Da la impresión de que, antes de soltar palabras a diestra y siniestra, Gabriel medita cada frase, piensa, valora los elementos que le servirán y, finalmente, tras un desgastante esfuerzo, arroja cada signo con parsimonia hasta decir lo que quiere decir. Es un obsesivo. Al acercarse a sus ensayos uno puede advertir la influencia innegable de Guy Davenport, magnífico escritor, pintor y dibujante estadunidense que Gabriel ha traducido en numerosas aunque nunca suficientes ocasiones para beneplácito de muchos lectores. Si, como dice Borges, cada autor crea a sus precursores, que Gabriel haya creado —consciente o no de ello– a Davenport parecería, de entrada, excesivo, quizá soberbio, pero hasta ahora podemos decir que ha estado a la altura de las circunstancias. Como los de Davenport, los ensayos de Gabriel son pulcros, sugerentes, interdisciplinarios, pródigos en referencias eruditas, exigentes con el lector pero cálidos. Además del nervio, en ellos puede verse una indomable búsqueda del conocimiento.

Como autor de aforismos, notas y apuntes, Gabriel es igualmente admirable pero distinto en la medida en que asume los vaivenes de la reflexión. En efecto, en su estado natural, el pensamiento fluctúa, parpadea y arroja continuamente intuiciones que no necesitan de un discurso sostenido para salir a la luz. Si en los ensayos  Gabriel es el gondolero, en los apuntes se deja llevar por la marea de los acontecimientos. En las partículas de prosa que acertadamente ha llamado “detritos” confluyen, pues, la perspicacia del ensayista y el estupor del escritor mundano que está al pendiente de su entorno. No se trata de un Gabriel menos lúcido sino de uno más sensible a lo circundante.

El detrito es la escritura sin la dureza de la forma preestablecida o, mejor aún, la escritura contenida en la forma suave y proteica. Más que aforismos, los detritos son apuntes sueltos sobre acontecimientos de la vida interna y externa del escritor. En ellos cabe todo y de todas las maneras posibles. Pero lo más importante es que reflejan la esencia misma de la escritura. Esto lo sabían Paul Valéry, Albert Camus, Carlos Díaz Dufoo, Nicolás Gómez Dávila y, por supuesto, Elias Canetti. Aunque el ritmo del apunte tiene el encanto de lo libre, su secreto radica en no verlo como el antecedente de un texto ulterior, sino como la consecuencia de algo que ya se ha albergado en la inteligencia de quien lo ejecuta. El apunte no es la idea en ciernes o la nota al vuelo, sino la idea asimilada y la nota pulida por la mente activa. Aunque en los apuntes puede haber un orden –ya que nunca se está exento de caer en la tentación del diseño–, éste no es decisivo. Más que subrayados de un texto invisible, bocetos de algo que no se concluirá, discursos interrumpidos, respiraciones entrecortadas, lucubraciones de ocasión, pretextos para practicar la escritura en tiempos de abulia, impertinencias, ruidos, desechos o esquirlas, los apuntes son, al mismo tiempo, marginalia y memorabilia. Parten de lo establecido y lo transforman en palabras.

Detritos es, pues, una pequeña muestra del cuaderno de apuntes que seguramente Gabriel continuará llevando mientras siga siendo escritor. Los cuadernos de apuntes tienen siempre un inicio pero nunca un final. Son obras abiertas por naturaleza que se interrumpen sólo con la muerte, virtual o efectiva, de su autor. Por eso es siempre motivo de celebración que una parte de ellos salga a la luz. Aunque desvanezcan el ideal de la obra redonda procuran un conocimiento más profundo de quien escribe. Registro de lecturas y experiencias estéticas, anecdotario, catálogo de ideas sueltas sobre todo tipo de asuntos, diario, bitácora de sueños, descripciones de la realidad, carnet de conjeturas y suposiciones, introducción al ciclismo, crónica de costumbres, repositorio de cuentos y relatos, manual de operaciones mentales, este cuaderno de apuntes de Gabriel Bernal Granados es en todo caso el testimonio fehaciente de un escritor acostumbrado a pensar.


Sobre la nueva antología de Gutiérrez Nájera

José Ricardo Chaves


Marfil, seda y oro. Una antología general,
Manuel Gutiérrez Nájera,
Claudia Canales (estudio preliminar y selección), José María Martínez y Gustavo Jiménez Aguirre (ensayos)
Fondo de Cultura Económica/Fundación para las
Letras Mexicanas/UNAM,
México, 2014.

No podría quejarse Manuel Gutiérrez Nájera de su fortuna literaria, pues si en vida gozó de justo reconocimiento, ya muerto su nombradía ha seguido vigente, generación tras generación, como se hace evidente por las constantes antologías divulgativas y recopilaciones académicas de sus múltiples y dispersos escritos, tanto en prosa como en verso. El libro que hoy comento, la antología general titulada Marfil, seda y oro, aludiendo a la dedicatoria que le hiciera José Martí (“A Manuel Gutiérrez Nájera, marfil en el verso, en la prosa seda y en el alma oro”), es el último intento, y uno de los mejores, por llevar a nuevos lectores los textos multicromáticos, proteicos y escurridizos de uno de nuestros primeros modernistas, si no es que el primero, no sólo de México sino en general del mundo hispanoamericano, acompañado en aquel arranque literario por los cubanos José Martí y Julián del Casal, así como por el colombiano José Asunción Silva. Sé que esta afirmación es polémica, pues no faltará el riguroso taxonomista literario que diga que nuestro autor no es en verdad un modernista, sino apenas un precursor, no el Cristo de los versos azulíneos (esto se lo dejarán a Rubén Darío, o a Amado Nervo, a nivel mexicano), sino apenas un Juan el Bautista predicando, no en el desierto oriental, sino en el vertiginoso México porfirista de fines del siglo antepasado.

Este carácter transicional de Gutiérrez Nájera entre un romanticismo cansado, que nunca voló muy alto, ni aquí ni en el resto del mundo hispánico, y un naciente modernismo que venía a proponer (y a imponer) nuevas reglas al juego literario en español, es algo que ha generado ya mucho debate y poco consenso. Señalo el hecho pero no le hago mucho caso ya que, después de todo, creo que romanticismo y modernismo son dos momentos de un mismo impulso renovador en la literatura, con sus diferencias, claro, pues así como el romanticismo tiende a ver hacia atrás y, como la mujer de Lot, a quedarse petrificado, al modernismo lo seduce más bien el futuro, lo que vendrá, y hacia allá canaliza sus energías. Y esto sin duda es lo que hizo Gutiérrez Nájera en su escritos: una apuesta al futuro, al movimiento, a la velocidad, aprovechando para ello las nuevas condiciones de comunicación que su época brindaba y que tenían su culminación en la prensa, que es donde desembocará el vasto río de su literatura. De ahí la identificación casi total que hizo en la práctica entre prensa y literatura, aunque al mismo tiempo mantuviera una conciencia íntima de su diferencia, al afirmar en “Los literatos y los periodistas”, que “la prensa, en cierto modo, viene siendo algo que pudiera llamarse un salón de desahogo de la literatura (…) Me atrevería a afirmar que casi es incompatible la literatura con la prensa. Literato era Flaubert, que empleaba en la conquista de una frase  el mismo tiempo que se emplea en la conquista de una mujer honrada. El periodista no conquista: busca las frases prostitutas que andan en la calle, y las recoge”. ¿No nos remiten estas frases prostitutas asediadas por Gutiérrez Nájera a la invectiva de Octavio Paz, muchas décadas después, en su poema “Las palabras”, cuando azuza al poeta: “Dales la vuelta,/cógelas del rabo (chillen, putas)/ azótalas, dales azúcar en la boca a las rejegas”? Palabras y frases prostitutas porque se van con cualquiera…

Sí, Gutiérrez Nájera se identifica con el medio periodístico y su ritmo vertiginoso, desde una perspectiva cultural cosmopolita al tiempo que fuertemente arraigada en su país y en su ciudad natal, lo que nos hace cuestionar la supuesta contradicción que muchos sostienen entre cosmopolitismo y amor patrio. Este doble valor es el corazón de su condición moderna y modernista, la que supone cruzamiento en la literatura, su necesaria hibridez para una mayor riqueza, el desvanecimiento de los límites entre los géneros literarios, el cromatismo de sus textos, sus múltiples seudónimos (que no son sólo estrategias laborales sino también posibilidades de mirar distinto desde cada nombre falso, tal vez intuyendo que no hay nombres verdaderos), las muchas reversiones, inversiones y perversiones de sus textos, y que sacan canas verdes a los investigadores que hurgan en los viejos periódicos en su búsqueda.

Esta temprana apuesta futurista de Gutiérrez Nájera, que le dio un sabor original y único, es la que ha llevado a uno de sus lectores actuales, a José María Martínez, autor de uno de los dos ensayos críticos incluidos en la antología, el dedicado a la prosa, a decir que “aunque parezca una exageración, puede afirmarse que de 1850 a 1900 no hay en México ningún autor con la trascendencia o proyección literaria de Gutiérrez Nájera (…) Como se ha afirmado a propósito de Rubén Darío, también creo que puede decirse que Gutiérrez Nájera marca un antes y un después en la literatura mexicana. La devoción y admiración que tuvieron por él los modernistas mexicanos de la segunda generación (Amado Nervo sobre todo) no apuntan en otra dirección”.

Habiendo asentado la importancia del autor y su obra, describamos rápidamente la arquitectura del libro, dividido en ocho partes: un excelente estudio preliminar de Claudia Canales, la antologadora, seis secciones de Gutiérrez Nájera dedicadas  a historia y política, la primera; periodismo, la segunda; estética y crítica literaria, la tercera; crónicas líricas, anecdóticas y humorísticas, la cuarta; narrativa (cuentos y novela corta), la quinta; y una sexta sección dedicada a la poesía. La parte final se conforma por dos ensayos críticos, uno dedicado a la prosa, el de José María Martínez, ya mencionado; y otro dirigido a la poesía, realizado con agudeza y sensibilidad por Gustavo Jiménez Aguirre. Como puede apreciarse, el panorama textual es verdaderamente amplio, sugerente, entretenido, y, para quienes desconocen la obra de Gutiérrez Nájera, es una magnífica oportunidad de adentrarse en su mundo de la mano sabia de Claudia Canales, y para quienes sólo conocen una parte, es la ocasión para redondear el periplo y anexar nuevas facetas, que seguramente harán que aprecien todavía más al autor. Yo confieso que entro en esta última categoría, pues mi conocimiento de la poesía de Gutiérrez Nájera era más bien escueto, y lo ahí encontrado me ha servido para ampliarlo y revalorarlo. Hay ahí poemas de melancolía romántica como “En la orilla”, “Para entonces” o “Non omnis moriar”, que inicia así: “¡No moriré del todo, amiga mía!/ De mi ondulante espíritu disperso,/ algo en la urna diáfana del verso,/ piadosa guardará la poesía”; pero también hay otros poemas divertidos y casi prosaicos, como “En las regatas”, que inicia así: “Un indito en las regatas/ miraba pasar los botes,/ y casi abierto de patas,/ hablaba con unas gatas/ que estaban comiendo elotes”. Como se ve, el registro poético de Gutiérrez Nájera es bastante amplio y dinámico.

Mi única objeción como lector a esta antología es no haber incluido en la sección de crítica literaria el escrito “El arte y el materialismo”, tan importante para entender la estética del autor, como bien lo señalan los dos ensayos críticos del libro, tanto el de Martínez, referido a la prosa, como el de Jiménez, dirigido a la poesía, y que ha sido punto de roce entre diversos críticos, unos para hacer de él un manifiesto modernista antes de tiempo, otro más bien para reforzar su filiación romántica. Hubiera sido útil tenerlo a mano en la antología para leerlo o releerlo y tomar una posición al respecto. En todo caso, su omisión es pecata minuta en comparación con la riqueza y variedad de los materiales antologados y no demerita el conjunto ahí reunido.