Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 24 de mayo de 2015 Num: 1055

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La boca
Aleyda Aguirre Rodríguez

Una gota de eternidad
Vilma Fuentes

Heinrich Böll y Hans
el payaso: conciencia
de una sociedad vacía

Alejandro Anaya Rosas

La sal de la tierra
José María Espinasa

Contra el Estado
totalitario, desde abajo

Renzo Dálessandro
entrevista con Javier Sicilia

Santa Teresa de Ávila:
la escritora y su amante

Esther Andradi

Diálogo con Carmelita
Hugo Gutiérrez Vega

Santa Teresa y la
religiosidad erótica

Mario Roberto Morales

El erotismo transgresor
de Daniel Lezama

Ingrid Suckaer

Lluvia en la noche
Yorgos Yeralis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
Mario Roberto Morales

Hace quinientos años, el 28 de marzo de 1515, nació Teresa de Cepeda y Ahumada, quien ha pasado a la historia de la literatura y de la Iglesia como Santa Teresa de Jesús o Teresa de Ávila, fundadora de la orden de las Carmelitas descalzas y autora de los mejores textos erótico-religiosos del Renacimiento español.

Se dice que el siguiente pasaje del capítulo 29 de su El libro de la vida, inspiró al escultor Lorenzo Bernini para realizar su conocida pieza El éxtasis de Santa Teresa, que se encuentra en la iglesia de Santa María de la Victoria, en Roma:

Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aún harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.

Podemos –gracias a Freud– interpretar una metáfora como “dardo de oro largo” de hierro y con fuego, como un evidente símbolo fálico. Y la acción de que ese dardo le fuera metido a la autora “por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas”, una clara alusión al acto sexual sublimado en amor espiritual. Asimismo, la mención del abrasamiento por amor y de un dolor espiritual muy grande después de esta experiencia, expresa el éxtasis sensual de la desfloración como resultado de la entrega y el abandono, aunque la autora proyecte todo al plano del alma que se funde con su creador. Aquí, el éxtasis religioso como experiencia orgásmica no sólo valida espiritualmente la sexualidad humana, sino ratifica que el motor de la revelación mística es el deseo de fundirse con el Otro como resultado del impulso de la libido. No en balde una célebre edición de El erotismo, de Georges Bataille, lleva en la portada un detalle del citado berniniano El éxtasis de Santa Teresa.

He aquí otra prueba de que nuestra santa predilecta fue una mujer con sus hormonas bien puestas:

Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó herida,
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida;
y, cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador.
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

La fusión de las almas es aquí una sublimación del deseo de la fusión de los cuerpos, pues el epíteto de Cazador con que la autora alude a Cristo le otorga a éste una inequívoca masculinidad poseedora, y la alusión a la herida que Él le causa con la flecha expresa de nuevo la desfloración, ya que la flecha es otro símbolo fálico y el alma una metáfora del genital femenino. Por último, la entrega como preámbulo de la fusión de dos seres en uno confirma a la pulsión libidinal como causa del deseo religioso de negarse a sí mismo para llegar a ser en el Otro.

Si aceptamos este análisis, Teresa de Ávila personifica una liberadora y vitalista manera de entender y practicar la religiosidad.