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Siembra
H

ubo buena siembra en Guadalajara esta semana. Se dejaron sentir ecos del semillero.

Del 20 al 22 de mayo se llevó a cabo el simposio Educar para vivir bien, vivir bien para educar, organizado por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, en Guadalajara.

La convocatoria fue clara. El punto de partida fue una crítica explícita de los empeños desarrollistas occidentales y sus consecuencias, en medio de una crisis civilizatoria y de cambio de época. Su llamado a reflexionar sobre el buen vivir tampoco dejaba lugar a dudas. Se trataba de recoger el guante arrojado por pueblos indígenas del sur del continente para plantear un nuevo orden social que sea un proyecto de vida, de la vida, por la vida y para la vida, lo que implica una relación armónica con la madre tierra, el reconocimiento del valor de la diversidad y el diálogo intercultural, la construcción de nuevas relaciones sociales, el fortalecimiento y expansión de las autonomías y muchos otros elementos.

Entre los cientos de asistentes hubo educadoras, educadores y estudiantes de diversas partes de México, pero también miembros de organizaciones sociales y movimientos populares, pueblos indígenas y campesinos y ciudadanas y ciudadanos de muy diversas procedencias. En las conferencias se dejaron oír voces de Bolivia, Ecuador y Paraguay, junto a la de Carlos González, del Congreso Nacional Indígena. Tanto él como yo acabábamos de estar en el Semillero de San Cristóbal y traíamos el impulso de siembra que nos dejó el seminario sobre el pensamiento crítico ante la hidra capitalista. Hubo preguntas expresas sobre lo que ahí había pasado y, por tanto, la oportunidad de hablar del semillero.

Circuló por el evento, continuamente, una clara conciencia del contexto en que tenía lugar. No estamos en condiciones normales. Es imposible cerrar los ojos a una realidad dramática que nos acosa desde todas las direcciones. Si alguna duda quedara, mientras tenía lugar la última sesión del simposio empezaron a llegar informaciones sobre los 42 muertos de Tanhuato de Guerrero, a unas horas del lugar en que estábamos.

La reunión fue a la vez expresión de los aires que corren actualmente por el país y por el mundo, y demostración de que existe suelo fértil para sembrar en él las semillas del cambio y del compromiso social y político. Numerosas ponencias y una docena de talleres ofrecieron pruebas claras de la posibilidad de combinar el rigor académico y analítico con manifestaciones sólidas de la lucha social. Fue posible someter a análisis numerosas experiencias, realizadas en diversas partes del país, en que diversas experimentan nuevas formas de aprender y vivir para resistir las condiciones adversas que afectan cada vez más a todas y a todos.

Se logró de sobra la intención de dialogar sobre el significado del buen vivir en México y en el mundo, y reflexionar sobre el papel de la educación en el empeño de darle realidad. Se examinó con toda seriedad el desafío de enfrentar las condiciones de vida materiales y espirituales cada vez peores que enfrenta la mayoría de la gente, y las maneras en que se construye un mundo en que cada grupo define y lleva a la práctica su propia noción de la vida plena, es decir, un mundo en que caben muchos mundos.

La última sesión del evento permitió escuchar la voz de todas y todos los asistentes, reunidos en pequeños grupos de discusión. Fueron voces enteras y conscientes, renovadas por lo ocurrido en el simposio. Una encuesta de lo que pensaban al terminar mostró que la inmensa mayoría se sentía inclinada a crear algo nuevo, más que a adecuar, adaptar, acomodar o reformar lo existente. En la concepción de programas de educación o aprendizaje, 90 por ciento de quienes participaron destacaron la necesidad de concentrarse en aprendizajes significativos para quienes aprenden, más que en los contenidos estándar prescritos desde arriba y desde afuera. Hubo consenso casi total en que los espacios educativos deben ser ante todo lugares en que se aprende, rompiendo así con la convicción convencional que pone énfasis en la enseñanza, en la transferencia programada de conocimientos y saberes.

La mayor parte de las personas que participaron, muchas de escuelas y universidades públicas o privadas y con responsabilidades ante grupos de diversas edades, salieron de la reunión con el ánimo en alto, decididas a poner en práctica lo aprendido y comprometido en los días del simposio, y conscientes de los riesgos que eso implica. Estar vivo, se dijo en algún momento, es estar luchando. La lucha en todas las trincheras implica inevitablemente enfrentarse a un sistema opresor cada vez más autoritario y violento. Un número creciente de personas se sigue ubicando en ellas para hacer lo que a cada quien le toca, al nutrir la esperanza colectiva con el abono de la acción personal organizada y comprometida.