Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 31 de mayo de 2015 Num: 1056

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Del Paso y Toscana:
locura y erudición en
la literatura mexicana

Héctor Iván González

La primavera interna
de Gógol

Edgar Aguilar

La calle del error
Juan Manuel Roca

Crónica y frenesí
de Pedro Lemebel

Gustavo Ogarrio

¿Quién llorará a
Pedro Lemebel?

Mario Bacilio Tijuana

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Agustín Ramos

Otra temporada en el infierno (III Y ÚLTIMA)

En el affaire Córdova le Petit, el espionaje será reprobable y el contexto legal y político discutible, pero la hipocresía –indicio leve y enfático de la deshonestidad– resulta innegable.

Puede especularse sobre la verosimilitud dialectal del indígena objeto de burla o sobre la flagrancia del espionaje y la administración de filtraciones; pero no sobre la evidencia de un discurso que sólo promueve el voto de dientes para fuera, pues en público pregona la no discriminación y en privado discrimina.

Así, con intenciones muy oscuras pero de origen muy nítido se desenmascara la mentalidad –otra demostración más de la ideología– de quien se opone como artrítico a la ilegalidad purulenta pero defiende su privacidad como atleta de equipo que cierra filas.

En consecuencia, ¿cómo encarar y acaso revertir, con un réferi de esa mentalidad, el desenlace programado por el bando de TeVePriSa en esta lucha superlibre entre aspirantes a padrotes y madrotas de la patria?

Muy esquemáticamente hay tres situaciones con sendas modalidades de voto.

En los territorios que el crimen organizado le disputa a criminales desorganizados, nada parece sostenible ni cierto. Ahí la ciudadanía sólo puede optar por el heroísmo o la pasividad, la sumisión o la resistencia (evítese la desvergüenza de manifestar apoyo moral).

En el Distrito Federal parece sensato oponerse a que la nueva izquierda continúe devolviendo el mando a la derecha inmortal.

En estados de tradición caciquil política, económica y, por supuesto, cultural, lo mejor sería contradecir la “verdad histórica” de que el abstencionismo es síntoma de la confianza y la simpatía que inspiran quienes gobiernan. Porque  tal supuesto sustenta la imagen de que la actividad electoral aporta el suficiente consenso para armar el rompecabezas de una gobernabilidad sustentada en partidos, con una mayoría política y varias opciones subalternas.

Pues no son los partidos los que vertebran un proceso que va, desde la instrumentación de las encuestas, hasta los llamados al santo sacrificio laico de la política, pasando por la tortura propagandística. 

Las elecciones las vertebra un síndrome, el PRI, Putrefacción Radical Impune, cuyo historial corrobora su lema de campaña: trabajar – y a todo vuelo– para (empeorar) lo más querido por el votante: bienestar, dignidad, independencia.

Los vástagos del PRI –complicidad pactada aparte– esconden en el color amarillo su genealogía totalitaria, en el azul sus anhelos nazis, en el turquesa su corporativismo, en el verde el agujero negro de todo el espectro político junto y en el tutifruti el patrimonialismo que pulveriza la fuerza opositora capturando mentes de por sí cautivas.

Sólo Andrés Manuel da la cara. Eso obra en su favor gracias a la actuación y el guión pésimos de Héctor Suárez. Pero, ¿votar de rebote?, ¿votar para volver a tener el destino “en nuestras manos” y marchar y marchar y marchar en beneficio de marchantes que estarán contra los ricos hasta emparejarse y con los pobres hasta donde sea rentable?

En circunstancias similares a la nuestra –reactiva y decisiva para la historia, en plena guerra–, los parisinos llamaban a las elecciones que desembocaron en la Comuna recomendando votar por quienes vivieran y sintieran lo mismo que los votantes. Y advertían: “corresponde a éstos hallar a sus dirigentes y no a los candidatos promoverse”.

Claro, eso fue en 1871 y no en un país transitivo y plural, así que quizá la cuestión no sea por quién votar sino para qué votar.

Votar como trabajan el comunicador despedido, el preso político y el docente difamado, sabiendo que una sabandija cualquiera desmentirá, aprisionará o calumniará esa labor en horario triple a y/o por la fuerza.

Votar contra la red que empieza contratando edecanes y termina alimentando lagartos en pantanos veracruzanos, que comienza en obras públicas y termina en mansiones privadas, que brota como comunicación social y se ramifica en narcotráfico, blanqueo y vertedero de veredictos inatacables sobre la desaparición forzada, la ultracorrupción presidencial y los partes de la guerra (que se va ganando).

Votar, personal y colectivamente, contra cada una de las manifestaciones de autoritarismo, latrocinio o injusticia, a fin de trascender de las urnas a las aulas, a las organizaciones vecinales, gremiales y familiares, y a todos los ámbitos de participación donde se suplanta e inhibe la acción política de carne y hueso.