Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de junio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La educación y la crisis nacional
L

as imágenes de adolescentes ociosos, las filas de desempleados; la expansión del mercado informal; la emigración a Estados Unidos; el tratamiento con frecuencia brutal por parte de la policía de los migrantes centroamericanos, y más en general, la violación de los derechos humanos, que parece haber adquirido entre nosotros carta de naturalización, nos lleva a preguntarnos, ¿cómo llegamos a este clima de agresividad que sólo puede existir en un mundo carente de razón y de palabra? ¿Dónde se quedaron las escuelas y los maestros que tenían que haber educado a estas generaciones de mexicanos que no cuentan con la red de protección que proporciona la educación, o que desconocen las reglas básicas de civismo? Sospecho que muchos de ellos nacieron y crecieron en los años de crisis económica, de políticas de austeridad y de recortes al gasto público, de medidas que devastaron el sector educativo. Si a éstas les sumamos los costos de las alianzas entre dirigencias sindicales y líderes partidistas, obtendremos una respuesta a nuestra pregunta acerca de la educación nacional, que poco tiene que ver con educación.

La educación ha sido históricamente la gran esperanza de las sociedades que aspiran al cambio y al mejoramiento del nivel de vida de los ciudadanos. La fortaleza de una nación, sus perspectivas de superación, el desarrollo de su potencial, dependen de la escuela y de los maestros. Para muchos mexicanos la educación sigue siendo una vía privilegiada, y tal vez la única, de movilidad social. Por esas mismas razones, la falta de educación, la miseria de la escuela, la indiferencia o la incompetencia de los maestros, pueden ser la causa de graves derrotas y onerosos fracasos de dimensiones nacionales. Si esto es así, entonces la próxima vez que nos preguntemos cuál es el origen de nuestros males tendríamos que discutir hasta qué punto el desplome de la calidad de la educación primaria y de la educación media, que parece haber dejado a nuestros niños a la mitad del camino, ha contribuido a la crisis nacional que se ha apoderado de estos tiempos. Según Silvia Schmelkes, presidenta del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), uno de cada tres muchachos de 15 años no asiste a la escuela, y la quinta parte de los jóvenes de entre 18 y 24 años no terminó la secundaria.

Hasta la década de los 60 la educación fue un tema prioritario para el gobierno, y un punto de coincidencia con los padres de familia. Los gobiernos del periodo 1958-1970 hicieron un esfuerzo notable por responder a las demandas educativas de una población en plena explosión demográfica. Sin embargo, en las décadas siguientes algo ocurrió, probablemente la estratificación social y los tropiezos de la economía, que sustrajeron el tema de la agenda pública, si no de palabra, sí de hecho. Quiza sería más exacto decir que la preocupación porque los mexicanos adquirieran conocimientos y se educaran fue víctima de los compromisos de una élite política determinada a mantenerse en el poder a cuaquier precio. De manera que la educación perdió importancia en sí misma, y se convirtió en un vehículo del interés de grupo y del sectarismo político, para terminar presa de la lucha por el poder. De ahí la confusión que ahora reina en el sector entre los objetivos gremiales del magisterio, los objetivos políticos de un segmento de maestros militantes y los objetivos de los escolares y de los padres de familia que miran impotentes cómo se diluyen sus expectativas y su esfuerzo por dar a sus hijos una buena educación, que es su único legado verdadero.

De estos tres sectores interesados, los maestros militantes son los que más se han alejado de los objetivos de la educación y de su propia función magisterial, sobre todo ahora que pretenden bloquear las elecciones del próximo domingo en nombre de una representación nacional que han asumido sin más fundamento que su voluntad. Los maestros militantes se han propuesto usurpar las funciones del Poder Legislativo, y han contado con la mansa aquiescencia del Poder Ejecutivo, que parece creer ingenuamente que los costos de la rendición son bajos.

Los conocimientos que los niños y los jóvenes adquieren en la escuela son una promesa de redención social y de liberación mental que no sustituyen la televisión, Internet o las redes sociales, ahora tan socorridos y poderosos. Es decir, reconozco la importancia crucial del maestro como agente transmisor de conocimiento y de valores sociales, pero también como formador de actitudes políticas. Por esa misma razón, porque los maestros desempeñan un papel central en la formación de los mexicanos de mañana, encuentro inaceptables las posturas intransigentes y el comportamiento de los afiliados a la CNTE que en los últimos días han recurrido a repetidos actos de violencia para defender lo que consideran sus derechos. Tampoco es claro su proyecto político, sólo sabemos que repudian los procesos electorales y tratan de imponerse por la fuerza al resto de la sociedad, y nada de esto es un buen augurio para el futuro de la democracia.

Tal vez podemos derivar un beneficio de las lecciones de la CNTE. Por ejemplo, el reconocimiento de que la educación es responsabilidad de todos. Creo que uno de los pecados capitales de las élites mexicanas ha sido desentenderse de la educación pública, tal vez porque la vieron como un asunto de clases populares que no les competía; e imprimir a la educación privada un sello de privilegio y distinción social que la vació de contenido. Hoy es apenas un poco más que un símbolo de status. En todo caso, el efecto de estos dos tipos de actitudes fue el mismo: el colapso de la calidad de la educación, tan pronunciado que la diferencia de entre las escuelas públicas y la mayoría de las escuelas privadas es apenas discernible.

En las experiencias revolucionarias los maestros eran los responsables de la creación del hombre nuevo que habría de encarnar las virtudes de un mundo libre de las ataduras de la ignorancia y de las tinieblas de la superstición y del prejuicio. La revolución quedó atrás, no así la obligación de formar a la mujer y al hombre nuevos, que es una de las mayores deudas de cada uno de nosotros con la sociedad.