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Economía Moral

Múltiples tendencias anuncian que el capitalismo ha llegado a su fin/ XV

Creciente desigualdad y fin de la ilusión democrática, relacionadas

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e las siete tendencias que anuncian el fin del capitalismo enunciadas en entregas anteriores de esta serie (cambio climático, fin de la sociedad centrada en el trabajo pagado, creciente desigualdad, estancamiento económico crónico, crisis alimentaria mundial, fin de la ilusión de que la democracia es compatible con el capitalismo y disminución creciente del poder de los medios de comunicación masiva), me parece que la creciente desigualdad es la que más se interrelaciona con las demás. Vía la trampa de la desigualdad, actúa como condicionante del fin de la ilusión de la compatibilidad entre democracia y capitalismo. En México, la trampa de la desigualdad la ha explicado el manifiesto Reconstruyamos Nuestra Nación del Consejo Nacional de Universitarios, CNU: La existencia de un sistema incapaz de reducir la pobreza y la desigualdad se perpetúa por la desigualdad de representación política que conduce al establecimiento de instituciones que favorecen sistemáticamente a quienes más tienen. Joseph Stiglitz (JS) ha dicho algo similar pero acentuando el carácter determinante de la política: Nuestro sistema político ha venido operando cada vez más de maneras que aumentan la desigualdad de resultados y reducen la igualdad de oportunidades. Tenemos un sistema político que otorga un poder extraordinario a quienes están hasta arriba, y éstos han usado ese poder no sólo para limitar el grado de redistribución sino también para moldear las reglas del juego en su favor (The Price of Inequality, Norton, 2013, p.39). Es decir, la desigualdad económica se refleja en la desigualdad de representación política que lleva no a un gobierno de las mayorías sino a uno de las élites. (véase gráfica)

Más allá de ciertos niveles de desigualdad, la democracia, incluso en el limitado sentido de democracia representativa, no es posible porque los muy ricos capturan (como ocurre en EU y en muchos otros países, ricos y no ricos) las instituciones de los tres poderes políticos y las ponen a su servicio. Más que la regla una persona un voto, el sistema opera con la de un dólar un voto. En el mismo libro, JS añade un efecto aún más grave de la creciente desigualdad es que va acompañada de una pauperización moral de la degradación de valores hasta el punto donde todo es aceptable y nadie es responsable. El entendimiento radical-democrático-igualitarista de Erik Olin Wright, y sus principios de justicia social y justicia política, que expliqué en la entrega anterior de esta serie (22/5/15), son imposibles ante la trampa de la desigualdad.

Al margen de las tendencias crecientes de la desigualdad, el capitalismo como tal impone severas restricciones al desarrollo de la democracia. Aunque la democracia moderna se asocia históricamente con el desarrollo del capitalismo, si se toma en serio la concepción de la democracia como gobierno del pueblo, dice Erik Olin Wright, hay tres maneras en que el capitalismo limita la democracia (Envisioning Real Utopias, Verso, Londres, 2010, pp.82-85):

Primero, por definición, la propiedad privada de los medios de producción significa que campos importantes que tienen amplios efectos colectivos son simplemente eliminados de la decisión colectiva, reduciendo así la democracia. Segundo, la falta de habilidad de los cuerpos democráticos para controlar los flujos de capital, socava su capacidad para fijar prioridades incluso sobre aquellas actividades que no están bajo el control de empresas capitalistas. La habilidad de las comunidades para decidir cómo mejor proveer educación pública o cuidado de menores o servicios de policía y bomberos, por ejemplo, se ve reducida por el hecho que la base de los impuestos locales depende de la inversión privada, cuyo monto está controlado por el sector privado. La comunidad democrática tiene muy poco poder para preguntar: ¿cómo debemos asignar el excedente social a diferentes prioridades— crecimiento económico, consumo individual, instalaciones públicas, las artes, etc. El problema no es sólo que muchas de las decisiones queden fuera de la deliberación democrática, sino que puesto que las inversiones son hechas privadamente, la amenaza de desinversión restringe severamente todas las demás decisiones de asignación en los cuerpos democráticos. Esta amenaza ha sido identificada por muchos escritores, como Göran Therborn, como la forma esencial del poder estructural del capital en una democracia capitalista. Joshua Cohen y Joel Rogers la identifican como la restricción central a las demandas: las personas sólo pueden efectivamente demandar aquellas cosas que son compatibles con la continuación de la inversión capitalista. Tercero, la alta concentración de la riqueza y del poder económico generada por la dinámica capitalista subvierte los principios de la igualdad política democrática. La igualdad democrática significa que no hay atributos moralmente irrelevantes— como raza, género, afiliación religiosa, riqueza, ingreso, etc. — que generen desigualdades en la oportunidad de la gente para participar efectivamente en la política democrática e influir en las decisiones políticas. El capitalismo viola esta condición de igualdad. Los ricos y los que ocupan posiciones poderosas en la economía invariablemente tienen una influencia desproporcionada en los resultados políticos en todas las sociedades capitalistas. Hay muchos mecanismos en juego al respecto. Los ricos tienen mayor capacidad para contribuir a las campañas políticas. Los directivos de las corporaciones forman parte de redes sociales que les dan acceso a los hacedores de política en el gobierno y están en posición de financiar cabilderos para influir en políticos y funcionarios. Tienen mayor acceso a los medios y por esta vía pueden influir en la opinión pública. Si bien la regla de una-persona-un-voto en las contiendas electorales es una forma clave de igualdad política, su eficacia está severamente socavada por las profundas interconexiones entre poder político y poder económico en el capitalismo.

La democracia podría disminuir la de-sigualdad, como apunta JS contradiciendo, en parte, la restricción de la amenaza de desinversión que sostiene EOW:

Entonces, el pronóstico de Piketty de aún mayores niveles de desigualdad no refleja las inexorables leyes de la teoría económica. Cambios simples — incluyendo impuestos más altos a las ganancias de capital y a las herencias, mayor gasto para ampliar el acceso a la educación, aplicación rigurosa de las leyes anti-trust, reformas a las reglas de las corporaciones para circunscribir el pago de los ejecutivos, y regulación financiera para frenar la capacidad de la banca para explotar al resto de la sociedad — reducirían la desigualdad y aumentarían la igualdad de oportunidades notablemente...La pregunta fundamental que nos confronta hoy día no es realmente sobre el capitalismo en el siglo XXI, sino sobre la democracia en dicho siglo.(The Great Divide, Norton, 2015, p.125)

El capitalismo, como todas las sociedades de clase es intrínsecamente desigual. El neoliberalismo agudiza esa característica. Las medidas que enuncia Stiglitz son contrarias al espíritu neoliberal y su adopción supondría un cambio en la orientación hacia un estado mucho más intervencionista. Suponen un rompimiento con el capitalismo desregulado. Igual que con la inacción en relación al cambio climático, podemos generalizar el argumento de Naomi Klein a la lucha contra la desigualdad y parafra- searla diciendo: No se han hecho las cosas necesarias para disminuir la desigualdad porque entran en conflicto fundamental con el capitalismo desregulado, la ideología reinante. Estamos atascados porque las acciones requeridas son muy amenazantes para la élite minoritaria que tiene un dominio completo sobre la economía, el proceso político y los medios de comunicación.

Pero la desigualdad está conectada con otras tendencias, como veremos en futuras entregas.

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