Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 7 de junio de 2015 Num: 1057

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Andrés Bello, la
sabiduría y la lengua

Leandro Arellano

La neomexicanidad en
los laberintos urbanos

Miguel Ángel Adame Cerón

Un poema
Jenny Haukio

Sobre los librotes
José María Espinasa

Contra las violencias
Fabrizio Lorusso

Günter Grass: historia,
leyenda y realidad

Lorel Manzano

Carrington y
Poniatowska:
encuentro en Liverpool

Ánxela Romero-Astvaldsson

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Gustavo Ogarrio
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Piso de mosaico

Bajó los pies de la cama y los apoyó apenas sobre el suelo. Venía de una noche larga y pesada, con algunos remansos de sueño, pero aún cansado de un esfuerzo difuso en todo el cuerpo. Puso los codos sobre las rodillas y dejó caer la cabeza en las palmas de sus manos. Desde ahí miró sus pies descalzos. Algo lo retuvo y no se levantó. Eran pies sanos todavía, con algunas deformaciones leves en los dedos, sobre todo los meñiques ligeramente sumidos y con uñas diminutas. El talón derecho a veces le dolía y la piel parecía más gruesa, con estrías y algunas manchas, bordes callosos y más claros. No eran grandes ni pequeños, pero sí de arco pronunciado y pisada clara y firme. Los apoyó un poco más sobre el suelo que era de mosaico y estaba fresco. Poco a apoco se dilataban las venas y el corazón temblaba en la arteria del empeine. En la habitación aún pesaba su aliento. Afuera caía una llovizna terca y enfermiza que aturdía la mañana. Para entonces él miraba sus pies con extrañeza, como cuerpos ajenos imbricados en su vida y a la vez con una propia tramada en la fortuna precisa y arbitraria que a cada quien le toca, pero también en el sigilo del poder que despoja o tuerce los pasos de la inmensa mayoría. Así de pronto sus pies ya no eran sólo suyos, sino también los pies de una criatura echada a andar en una calle de polvo en el centro afilado de esa nada que endurece las plantas y quiebra los tobillos de la mente, y los pies limpios, sedentarios y sedosos de un hombre al borde de sí mismo y de sus años en una cama altiva; los suaves y arropados en medias de lana sobre pisos de mármol o maderas finas en una sucia casa blanca en la colina, o los de un rostro de mujer abandonado y carcomido de silencio en una de las tantas cunetas y pozos y fosas y baldíos, alcantarillas, agujeros y desiertos del país que va quedando lejos del discurso y sitia desde adentro sus fronteras y enreda sus senderos, y también los pies que a nadie pusieron de pie, que no dieron paso alguno, los que nacieron rotos o quietos o quedaron atrapados en las fibras de un virus simple y ciego, y los otros pies que escriben música en el suelo y por el gozne universal de las rodillas la suben amorosos a los muslos, y pliegan y alargan el torso y apuntalan la cabeza y alcanzan la punta de los dedos y el cabello; los vencidos y ampollados de migrantes y exiliados, los ochenta y seis más otros miles sometidos a su ausencia en alguna parte aquí que zumba en los oídos, los curtidos y agrietados por el lodo de los surcos o la llama blanca de la sal, los que con la frente pulida y las manos enlazadas sobre el pecho dan relieve a la mortaja, y los del feto que pisan la sutil membrana que nutre lo posible, cada uno y todos suyos, nuestros, tuyos, míos, en la incesante letanía de los pasos y sus huesos, su primitiva desnudez que al cabo nos desnuda el mundo hasta la nuca. Respiró profundo. Una multitud andaba por sus pies con todas sus distancias en el breve espacio al lado de su cama. El día se tardaba. Cerró los ojos. Se tocó los pies.