Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 7 de junio de 2015 Num: 1057

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Andrés Bello, la
sabiduría y la lengua

Leandro Arellano

La neomexicanidad en
los laberintos urbanos

Miguel Ángel Adame Cerón

Un poema
Jenny Haukio

Sobre los librotes
José María Espinasa

Contra las violencias
Fabrizio Lorusso

Günter Grass: historia,
leyenda y realidad

Lorel Manzano

Carrington y
Poniatowska:
encuentro en Liverpool

Ánxela Romero-Astvaldsson

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Gustavo Ogarrio
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 
Leandro Arellano

A 150 años de la muerte del escritor caraqueño

A Antonio Trujillo, hasta Caracas

Los hispanohablantes pertenecemos a una comunidad de naciones a las que une –más o menos– una historia común, religión, ciertos hábitos, pero sobre todo la lengua, la lengua que representa una unidad de cultura. Ese privilegio se extiende a la pertenencia a la familia de las lenguas romances. Una lengua no es sólo un vehículo de comunicación, sino también un modo de ver la vida, un modo de ser. En la base de toda cultura está la lengua, las grandes civilizaciones así lo han entendido y practicado.

En el habla castellana abunda el patrimonio de próceres que han cultivado y abonado el brillo y la sobrevivencia de nuestro idioma. Una figura eminente entre ellos es la de Andrés Bello. Nació, recordemos, en Caracas el 29 de noviembre de 1781 y murió en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865. En octubre próximo se cumplirá siglo y medio de su muerte.

Poco más o menos a los veinte años en cada uno se ha moldeado ya lo que en esencia ha de ser por el resto de la vida, en vía ascendente, digamos. Infancia es destino, todos conocemos el proverbio. De un fraile mercedario –¿su tío?– adquirió su inclinación y conocimientos humanísticos, recibiendo también la influencia de sus maestros caraqueños, Cristóbal de Quesada y Rafael Escalona. Tuvo la fortuna de conocer y tratar a Humboldt. Fue empleado de la Capitanía General de Caracas hasta 1810, al tiempo que aprendía inglés y francés de manera autodidacta.

Era ya un hombre formado cuando a los veintinueve años embarcó a Inglaterra en una misión diplomática, en compañía de Simón Bolívar –de quien había sido maestro– y de Luis López Méndez. Partir no es poca cosa, el primer paso nos arranca de lo ordinario. Permaneció en Londres diecinueve años y nunca más volvió a Venezuela. Si al dejar su país llevaba ya forjada una sólida formación humanística, en Londres adquirió una vasta erudición. Allá, a pesar de las dificultades económicas o acaso en razón de ellas, estudiaba febrilmente. Aprendió griego y cultivó la amistad de Bentham y James Mills. Dos veces estuvo casado –enviudó de la primera– con damas inglesas.

En Londres, Bello sirvió por vez primera al gobierno chileno, al ser nombrado en 1822 Secretario de la Legación por su amigo y admirador, don Antonio José Irisarri. Un malentendido con Bolívar –escribe Rafael Caldera, de cuyo libro (Andrés Bello, Monte Ávila Editores, Venezuela, 1972) extraigo la información central que aquí se presenta–, empujó a Bello hacia el sur y aceptó el ofrecimiento de empleo del gobierno de O’Higgins, y arribó a Valparaíso el 25 de junio de 1829. “La América se hace climáticamente más fría, más justa y organizada en la latitud de Chile”, escribe su paisano, Mariano Picón Salas.

Su vida en Chile fue un permanente magisterio, su labor pedagógica febril. Fue rector de la Universidad de Chile, oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores y su verdadero director de la política internacional. Fue senador y creador del Código Civil chileno, así como el arquitecto de la administración pública de aquel país.

Polígrafo notable, escribió filosofía, poesía, filología, crítica, historia, pedagogía, sociología y derecho. Su obra los Principios del derecho de gentes, publicada en 1832, se transformó en 1864 en los Principios de Derecho Internacional; y la Filosofía del entendimiento fue revalorada un siglo más tarde por José Gaos.

Como Bolívar y Miranda, Bello también debió su formación al contacto frecuente con el exterior, anota el historiador Tomás Polanco Alcántara. Formado en las grandes lecturas del Siglo de las Luces, su visión se depuró y creció en el trato y el estudio de la lengua y la filosofía inglesas. Y como se siente con la sensibilidad que se posee, a Bello le preocupó siempre la educación hispanoamericana.

Dominaba el griego, el latín, el inglés, el francés, el italiano y el español. Sabio es el epíteto que mejor le cuadra, escribe Rafael Caldera. Escribió poesía, y fue mejor versificador que poeta. Pero fue sobre todo filólogo, y la lengua es un continuo hacerse y renovarse. Hombres nuevos para cosas nuevas. Un americano vino a crear la mayor gramática de la lengua española, como Darío, otro americano, recreó la poesía y la prosa de nuestro idioma.

La síntesis de todos los conocimientos gramaticales de Bello fue la Gramática de la lengua castellana, que continúa siendo madre y maestra, el canon en lengua española. Los principios gramaticales del maestro los describe concisamente Ángel Rosenblat, quien afirma que la Gramática de Bello es el primer gran cuerpo de doctrina gramatical del castellano.

El primer principio, escribe Rosenblat (El pensamiento gramatical de Bello, Caracas, 1965), es que los hechos gramaticales se explican, no por su adecuación o valores objetivos, por su significación en el mundo de las cosas, sino por el comportamiento gramatical. El segundo principio consiste en independizar la gramática de la lógica. El tercero demanda deslatinizar la gramática castellana de acuerdo con el sistema de nuestra propia lengua. El cuarto y último es de carácter funcional: toma como fundamento de las palabras su oficio o función sintáctica.

Bello anotó: “El uso general es la regla madre, de donde se derivan las reglas secundarias; y el oído es la base de la métrica.” Quede claro pues, que no hay que ceder en recalcar la importancia del oído en los asuntos de la lengua.

En la enseñanza y nomenclatura de los tiempos verbales igual se impuso el sistema de Bello. Las conjugaciones que aprendimos recitando de memoria en primaria y secundaria hace décadas, basadas en el sistema de Bello, siguen teniendo vigencia y actualidad.

Si el fundamento de la cultura está en la lengua, su estudio es decisivo en el levantamiento de toda estructura social; y en los cimientos de la nuestra se alza inconfundible la figura de Bello. Todo en la gramática española, todavía, gira en función suya, para bien y para mal. Los años casi no han tocado la Gramática de este sabio cuya obra es una herencia viva y constante de nuestra lengua, así como un efluvio generoso para toda la humanidad.