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Nosotros ya no somos los mismos

Predicciones electorales

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Creo que la única Presidencia que pude haber anticipado acertadamente fue la sucesión de Francisco I Madero, el fugaz asentamiento, constitucionalmente inevitable, de LascuráinFoto Pablo Ramos
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s domingo tarde/noche. Sigo empecinado en darle fin a la columneta. Cada vez que el teléfono suena me aterro. Seguramente es la señora Valadez quien, con singular amabilidad pero inflexibilidad inapelable, me conmina: o en cinco minutos llega la columneta, o confórmese con un párrafo en El Correo Ilustrado.

Tan sólo estando loco (pero de la cabeza, solía decir el inolvidable maestro Berrueto), me atrevería a predicción alguna porque, como dice mi filósofo de cabecera, perdón –en obvio de suspicacias corrijo la cita–, el filósofo michoacano Alberto Aguilera Valadez: Pero, ¿qué necesidad? ¿Para qué arriesgo mi bien cimentado prestigio de perdedor nato de todas las predicciones electorales? Creo que la única Presidencia de la República que, por obvias razones, pude haber anticipado acertadamente, fue la sucesión de don Francisco I. Madero. Es decir, el fugaz asentamiento, constitucionalmente inevitable, de don Pedro José Domingo de Calzada Manuel María de Lascuráin, en la Gran Silla (¿Le daría tiempo a sentarse?). ¡Oh suertudo! se encontraba en el momento y lugar adecuados. Momento: 22 de febrero de 1913. Lugar: Secretaría de Relaciones Exteriores. Como buen ex director de la Escuela Libre de Derecho, estaba convencido de que la formalidad de la ley debía imponerse sobre cualquier pequeñísimo detalle de orden moral. Por ejemplo, que la muerte del titular del Ejecutivo no hubiera ocurrido en su cama ni por causas naturales y que el acta de defunción la hubieran redactado los doctores Victoriano Huerta y Henry Lane Wilson, excelentísimo embajador estadunidense. El secretario de Relaciones Exteriores, que era él, debía, sin remilgos, cubrir el interinato. Luego, si por una causa de fuerza muy mayor (en este caso Huerta y sus espadones), éste tenía que renunciar, la segunda sucesión correspondía al secretario de Gobernación que, ¡quién lo creyera! era Huerta, en la única decisión que tomó durante su efímero mandato, acababa de nombrar a don Victoriano. Bueno, lo cierto es que para la adivinación soy tan poco acertado, que sin lugar a dudas sería un éxito como encuestólogo. En este momento no me atrevería, pese a los reportes que cada 15 minutos me proporcionan amigos con complejo de Clark Kent (reportero estrella del Daily Planet de Metrópolis) y que interrumpen los martinis celebratorios de esta fiesta cívica con noticias por demás contradictorias, hacer una anticipación. Anoto algunos informes para que se den idea de qué hablo: que en San Luis Potosí, el rotundo triunfo de Lagrimita provocó un incontenible mar de llanto de sus opositores.

Que desde mediodía, el PT, MC, Encuentro Social y el Humanista rebasaron con creces 3 por ciento de la votación requerida para mantener su registro.

Que la presencia de Felipe de Jesús en Michoacán, en donde se pasó todo el día brindando, provocó tal catarata de votos por su hermana Cocoa, que para las 10 de la mañana las boletas se habían agotado en todas las casillas.

Que ante la cerrada votación entre los candidatos de PRI y PAN en Sonora, ambos contendientes consideraron que a fin de no provocar una sangrienta guerra de secesión, renunciaban a sus legítimas aspiraciones y, enmancuernados, promovían una multitudinaria manifestación popular que exigía que el gobernador Padrés continuara seis años más, acrecentando los recursos hidráulicos de la entidad: el programa PP (Presas Padrés), garantizaría el futuro de los sonorensitos (empezando, claro por los apellidados Padrés). Lograr que cada niño de la entidad, como sus hijos y nietos, fuera poseedor de un caballo pura sangre, sería también un logro nada despreciable.

Que hasta el lecho conyugal llegó la buena nueva a la pareja Robles (Leticia)/Muñoz (Enrique) de que, para no causar mayores divisiones entre la vanguardia de la izquierda y la cumbre del humanismo, los vecinos de Álvaro Obregón habían decidido que, como en los tiempos del ilustre académico don Vicente Fox, quien decidió que el Poder Ejecutivo lo campechanearan él y su integérrima esposa (al cabo, ¿quién lee la Constitución, Martita?), ellos, los Robles/Muñoz se constituyeran en la Primera pareja delegacional. Lo que el tálamo une, no habrá de desunirlo la permanente violación al uso el suelo en Álvaro Obregón.

Que ante el azoro de tirios y troyanos (tengo entendido no tienen derecho a voto), los vecinos de Miguel Hidalgo habían entendido lo trascendente que para su entorno significaba la existencia de un candidato diferente: sabía leer y escribir… y un poco más. Que dado el nivel económico y rango educativo de amplios sectores de esta delegación, los vecinos expresaran hartazgo y repulsa a los malandrines que durante la administración que por fin termina hicieron de Miguel Hidalgo el territorio de la transa, el cochupo y la violación permanente a la normatividad que exige el buen gobierno (irónica expresión de Razú), votando en contra de la relección: Víctor Hugo Romo es David Razú. Ninguna de las tropelías que Romo haya cometido le es ajena, aunque puede que la estupidez de habitar el penthouse que representa el cuerpo del delito, sea de su exclusiva responsabilidad.

Que por las mismas razones, los hidalguenses de la delegación, igual que lo hicieron los del estado de ese nombre, rechazaron ser gobernados por un clon de La india María, personaje icónico de la cinematografía nacional que siempre mostró la inteligencia, la agudeza, el ingenio de nuestra etnias originarias. En todas sus películas combatió la discriminación a los mexicanos que ella escenificaba. No hay un solo pie de película en que María Elena, por hacer un chiste, haya hecho el menor agravio a quienes humorísticamente encarnaba. (María Elena y su hermana Susy fueron dos segundas, de primera, en los teatros Iris y Lírico, donde yo estudié, entre las diablas –luces del teatro sobre las bambalinas– derecho romano y sociología). Para triunfar, La india María no tuvo que ser vulgar, soez o zafia. Tampoco fiel a sus orígenes, fundar la consultoría llamada en náhuatl, otomí o tepehua contemporáneos High Tech Services. Xóchitl Gálvez nos informa que a ella, los head autochthonous hunters o buscadores de talentos autóctonos, milagrosamente la descubrieron y la convencieron de ser la Gran Xóchitl albiazul. Afirma que no pertenece a ningún partido pese a su cercanía foxiana, que le consiguió la candidatura al gobierno de Hidalgo, a la cual le agregó una hermosa cenefa dorada del apoyo perredista. Por eso no miente cuando dice que no tiene un partido; ha tenido dos y tendrá cuantos le ofrezcan posibilidades de poder y pingües negocios (¿cómo se dirá esto en náhuatl?). De todas las informaciones recibidas, las referentes a Miguel Hidalgo son en las que menos confío: estoy convencido de que uno de estos dos especímenes que he mencionado será el ganador. ¿Cuál de ellos? Su mayor diferencia es el sexo.

¿Podía haber ganado una elección alguien que no sólo sabía leer y escribir, sino que además hacía ambas cosas? ¿Qué egresado de las mejores universidades del mundo (él salió para aprender y volvió para servir) fue capaz de regresar la honorífica presea que una de ellas le había otorgado, por respeto a sus convicciones? ¿Quién se comprometió a ceder la mitad de sus ingresos como delegado al barrio más pobre de la delegación? Aquí si no me equivoqué: Héctor Vasconcelos, el honorable candidato, no tenía ninguna posibilidad de triunfo electoral.

Presiento en el ambiente de este lluvioso domingo electoral barruntos de un severo disenso entre las autoridades electorales, tanto administrativas como jurisdiccionales, y el ciudadano que esta columneta hebdomadariamente pergeña (sino con cierta habilidad, como acota el diccionario a este concepto, sí con toda asiduidad). Me invade un agudo sospechosismo de que las autoridades mencionadas intentarán hacerme víctima de una maquinación leguleya para invalidar el voto que emití hoy en la casilla que me correspondió y cumpliendo con todos los requerimientos legales. De perfeccionarse la hipótesis en la que mi paranoia se recrea, exigiré una aclaración sobre la interpretación a una prerrogativa que la Constitución me otorga y para cuyo cumplimiento el Instituto Nacional Electoral provee lo necesario y luego, peor que en los contratos llamados de adhesión (líneas aéreas, pólizas de seguros, servicios públicos), en los que, merced a la letra ilegible se ocultan artimañas, el propio INE no solamente me trampea y despoja, sino que hace de mi ciudadanía mofa, befa, ludibrio y escarnio.

Si estoy equivocado me allanaré; si tengo razón iré hasta topar con la pared legal que, como hemos visto, se ubica a centímetros de la razón ciudadana.

Twitter: ortiztejeda