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Si como lo menea lo bate...

¡A

y, qué rico chocolate! Dichos, poemas, tratados, elogios y condenas, de todo ha recibido el chocolate desde que lo probaron los españoles al invadir estas tierras. Y no deja de haber nuevos datos, diferentes aproximaciones. Ahora lo retoma Francisco Ramos Aguirre, de quien ya hemos reseñado aquí el número nueve de la colección que él mismo escribe y publica: Los olvidados de Clío; nos referimos a Templo de dulzuras: alfajores, turrones y charamuscas. Orgulloso de su origen tamaulipeco, no deja de acercarse a toda clase de fuentes desde Ciudad Victoria, para aportar conocimiento de manera amena.

Respecto del precio de cacao en la época colonial nos comenta que los españoles lo convirtieron en bebida de minorías, pues la libra se vendía a ocho reales de plata. Las cargas de cacao contenían tres xiquipiles, medida náhuatl equivalente a 8 mil. Haga el lector sus cuentas.

Si los antiguos mexicanos condimentaban el cacao con flores, miel de maguey y chile, los españoles agregaron azúcar de caña a la pasta de cacao. Un investigador, citado por Ramos Aguirre, considera que en México se requirieron más de 12 millones de libras de este endulzante para cubrir la demanda industrial en la etapa colonial.

Porque otro de los cambios en el consumo de chocolate es que proliferó de tal manera que, como casi todo lo que tocaban los españoles, se volvió mercancía y ganancia. Por esta razón y para mayor control, el cabildo de la ciudad de México prohibió el comercio de chocolate en las calles y casas privadas, estableciéndose que debía hacerse exclusivamente en los tianguis públicos.

Pronto surgieron chocolateros profesionales; algunos de ellos se avecindaron en México para darnos una sopa de nuestro propio chocolate. Tal fue el caso de Juan Irriarte, que según ha investigado José Castañeda, escribe Ramos, se avecindó en Tampico hacia 1830, al igual que el dulcero italiano Ignacio Ponti. Un viajero jalisciense dejó constancia de la presencia de esta bebida ahí, pues consignó en su diario que en una fonda francesa en el puerto jaibo, le sirvieron un magnífico chocolate en leche; costó dos reales.

Según la Gaceta de México, el 13 de junio de 1786 entraron por Veracruz molinos y accesorios para moler cacao; seguramente compitieron con los metates, que sin embargo continuaron usándose para moler este grano. En el siglo XIX había varios molinos en la ciudad de México, escribe el autor; en esa misma época, J.M. Lehmann, fabricaba molinos en Alemania, y en Holanda, Antón Reicher, apreciados moldes. Estos son apenas unos datos de los muchos consignados por Francisco Aguirre Ramos.