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¡Mira que te mira mira que tira cornadas! el miura…
D

on Tancredo –mira que te mira el miura, mira que tira cornadas a la ingle– presente en la Feria de San Isidro en España con los toros asesinos de Miura, este domingo pasado. Don Tancredo presente en las elecciones mexicanas el mismo día –Alba o Crepúsculo– con los miura enemigos de la democracia que suman y suman muertos. En ambas actuaciones Don Tancredo, quieto como estatua deja llegar de cornadas como muerto e indestructible resucita… al perderle el respeto al Miura e impedir que se haga dueño del ruedo.

Octavio Paz le canta:

Estoy muerto.
Estoy vivo.
No estoy vivo.
Nunca me he movido de este
lecho

Jamás podré levantarme.
Soy una capa donde embisto,
capas ilusorias que tienden
toreros enlutados.

Don Tancredo se yergue en el
centro, relámpago de yeso.
Lo ataco, mas cuando estoy a
punto de derribarlo

hay alguien que llega al
quite.

Embisto de nuevo, bajo la
rechifla de mis labios
inmensos, que ocupan todos
los tendidos.

Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable.

Don Tancredo (Libertad bajo palabra) la asoció a Alba o Crepúsculo ambos de Octavio Paz. Metáfora que facilita la comparación entre ambos escritos y abre caminos a las ideas del premio Nobel sobre la democracia bellamente expresadas.

En Alba o Crepúsculo, se pregunta Octavio Paz: ¿Seremos capaces de convivir en democracia abierta con todos sus riesgos y limitaciones? y contesta: El pluralismo es relativismo, y el relativismo es tolerancia. En las democracias modernas no hay verdades absolutas, ni partidos depositarios de esas verdades. Las absolutas pertenecen a la vida privada: Son del dominio de las creencias religiosas, o de las convicciones filosóficas. En las sociedades abiertas las derrotas son provisionales y las victorias relativas.

En nuestro país, esta transmisión resulta difícil, debido a nuestras desigualdades económicas, educativas y sociales, amén de las geográficas y las sicopatológicas. Estas últimas definidas por nuestras grandes pérdidas, provocaron neurosis traumáticas colectivas que se agravan cada año acompañadas de ciclones, huracanes, etcétera, que dejan desolación y muerte en los más lastimados. Patología que lleva una y otra vez a idealizar un país grandioso, máscara de nuestra carencia, expresada y simbolizada en poblaciones de marginados a punto de hambruna. Las consecuencias mentales: graves detenciones del desarrollo sicológico por secuelas de graves traumas, que arrastramos desde la cruel conquista, la pérdida del territorio, vidas en la revolución, hoy día, ¿el petróleo?, hijos, bienes personales o familias que da una sintomatología especial: Todo o nada, que dice Octavio Paz.

Vida desordenada que se da entre chistes y transas, deudas y cachondeos, manías y depresiones, en las áreas del acontecer social, familiar, sexual, social, laboral o institucional que repercuten: en lo económico, poblacional, epidemiológico o político. Neurosis traumática, expresada en el todo o nada, narcisismo individual y colectivo, anterior a la teórica expresión del voto, donde se repiten componentes traumáticos. Sólo una educación adecuada, masiva, gradual, llevará a la elaboración de los múltiples duelos que sin elaborar paseamos como panteones ambulantes: decenas de planes de desarrollo (estudios), uno nuevo o más por cada gobierno, expresión de pérdidas de nuestra sicología traumatizada, sin constancia de objetos (clave del desarrollo sicológico), armonioso, incompatible con la democracia vivida como un ideal, fuera de la realidad.

Esto no quiere decir que no se deba luchar por la democracia, sino lo contrario. La lucha empezaría por ubicar los problemas como hace Paz, darles solución, desidealizándolos, forma de exorcizar demonios. La idealización opuesta a una verdadera relación encubre persecuciones expresadas –creo–, es el afecto más significativo hoy día: la desconfianza, cuyo origen está en las mil formas de abandono.

Octavio Paz, genial, claro, centra la pregunta del momento. ¿Podemos abdicar del todo o nada?