El próximo 15 de septiembre se cumplen 20 años del prematurísimo fallecimiento del dirigente, pensador y educador mixe Floriberto Díaz Gómez, originario de Santa María Tlahuitoltepec-Mixe, Oaxaca (1951-1995). Este texto, extraído de Floriberto Díaz escrito, publicados por la UNAM (Programa Universitario México Nación Multicultural, compilación de Sofía Robles y Rafael Cardozo Jiménez, México, 2007), sirve como puerta de entrada a un pensamiento precursor, desde la comunalidad (un concepto clave de su obra), que será fecundo para las nuevas generaciones. Aquí reflexiona de cara al “Quinto Centenario”, un hecho histórico que hacia 1992 disparó las ideas y las nuevas rebeliones indígenas en América. En su tierra es recordado con respeto y agradecimiento. Es hora de que Flori, en esos años miembro del consejo editorial de Ojarasca, sea conocido y reconocido por los pueblos originarios de México y América. Es uno de los nuestros. De todos.

“Nosotros” festejan.
“nosotros” condenan

Floriberto Díaz

El 12 de octubre de 1992 se convierte en la culminación de hechos innegables. Desde allí convergen y divergen dos puntos de vista, en términos generales, aunque cada uno tiene matices particulares.

La visión triunfalista de los Estados-gobierno, que se sienten descendientes de “pura sangre azul” de aquellos que protagonizaron la era de los llanos y lutos, aún interminables, de ancianos, mujeres y niños, se impone antagónicamente a la realidad de nuestros pueblos y comunidades en condición permanente de genocidio y etnocidio, evidentes en los encarcelamientos y asesinatos de líderes y autoridades, en la continuidad de los despojos y privatizaciones de las tierras comunales, que con la Leyes de Indias habían quedado resguardadas bajo los Títulos Primordiales y lograron resistir las Leyes de Reforma, así como el antiindianismo porfirista, además de la lenta penetración e imposición de patrones culturales que socavan los principios comunitarios del tequio, del servicio a la comunidad, de la organización comunitaria para la toma de decisiones, etcétera.

En otras palabras, la visión triunfalista está respaldada en las acciones permanentes y universales en contra de nuestros pueblos y comunidades indígenas.

Me parece, entonces, que los términos y sus correspondientes actitudes de festejo y condena proceden de una misma matriz.

Festejar es consecuencia de un primer hecho, en el cual debe haberse logrado un triunfo.

Condenar es una reacción, también ante un hecho.

En ambos casos, y para que las actitudes de festejo o de condena se realicen, tuvo que hacer un juez, o una tercera entidad no implicada en la contienda, que haya resuelto en favor o en contra.

Después de 500 años, y dadas las características y condiciones actuales, por un lado de los Estado-gobierno que tienen la convicción y la práctica de fieles descendientes de sus predecesores de los siglos XVI, XVII, XVIII; y por el otro, la continuidad de los hijos de los pueblos violentados y oprimidos de entonces que siguen luchando y resistiendo contra los proyectos de muerte. Yo pregunto: ¿Hay alguien ajeno al proceso de los 500 años? ¿Puede haber jueces sin que estén prejuiciados, y sean realmente imparciales?

Entonces, ¿quién condena y qué sentido tiene condenar?

No tengo respuesta a estas preguntas. Lo único que puedo decir es que tanto la condena como el festejo son puntos de vista de unas misma sociedad y cultura: la occidental. Aunque es frecuente que se piense, desde la óptica occidental, que los pueblos y comunidades indígenas están condenados a los 500 años, o la víspera del milenio como ha sido llamado aquí.


San Juan Metaltepec Mixe. Foto: Jorge Santiago

En efecto, supuestamente hay indígenas metidos en todo esto. ¿Cuál es la relación que guardan específicamente con sus comunidades, allí donde están los problemas más agudos y cotidianos? Los líderes panfletarios existen, pero hace tiempo que perdieron contacto con los problemas de su comunidad, y han convertido el indianismo en un romanticismo contemplativo y reaccionario, que en efecto los mueve solamente a gritar, usando, precisamente, los problemas y aspiraciones de nuestros pueblos y comunidades.

Es fácil caer en la moda. Lo difícil es mantener una acción permanente de lucha ofensiva para superar en nuestras comunidades los múltiples problemas que detienen nuestras aspiraciones de un futuro con vida y de respeto mutuo.

Pensar en tiempo pasado los 500 años es tanto como detenernos nosotros mismos en el tiempo. Los quinientos años son un proceso, son un presente, y parece que seguirán siendo un futuro...

Condenar es cuestión discursiva fácil,  festejar es derroche de dinero. En cualquiera de las dos actitudes los indios, en un gran porcentaje, estaremos ausentes, pero siempre estaremos en su conciencia como materia roja.