El Mayo-Yoreme, territorio arrebatado

“Estamos en un invernadero enorme,
y afuera existen ellos

José Godoy, Evangelina Robles y Ramón Vera Herrera

Mesa de Trabajo-Punta de la Laguna,
Cohuirimpo, Sonora.


Sofía Robles, primera mujer alcalde de Tlahuitoltepec,
da inicio al torneo.

En esta esquina del país, en realidad un corredor paralelo a la costa del Pacífico, transitan los camiones de carga, los tráileres, hasta la frontera de ida y vuelta, hoyancando las carreteras y asomando aquí y allá desde Culiacán en Sinaloa, los talleres, las bodegas y los garajes que conforman un sistema logístico para todo tipo de mercancías que cruzan la frontera con más rapidez que los indocumentados.

El sur de Sonora se ha ido conformando raro, porque quien sea joven ya no entiende “lo monte que era” la región con su río Mayo dando vueltas y dejando vegas fértiles entre los sauces y los sabinos, las moreras y las guásimas, los huérigos y los llamados álamos mexicanos. La vegetación era tupida y el clima en nada se parecía al calor ardiente de un desierto agroindustrial que se ha ido imponiendo a puro “encorralar” a la gente en sus propias casas, en los callejones de su territorio, al ir cercando (hasta la orilla de los senderos) los enormes sembradíos de trigo y cártamo, sobre todo, en planicies interminables que ya sólo en las orillas del río o en algunas cañadas asoman vegetaciones y copas de árbol mecidas por los vientos.

En Punta de la Laguna funciona aún y con un orgullo modesto y callado, pero no por eso tímido en modo alguno, lo que los yoreme llaman Mesa de Trabajo. Ahí comparten soledad y esperanza (sabiendo de su arrinconamiento y siendo personas mayores) cuando los jóvenes y las muchachas casi todos ya se fueron o talachan empeñosamente en algún predio, rastro-empacadora, fábrica de harinas, cementera o venta al mega-menudeo. Mesa de Trabajo nombran a su círculo de estudios, su consejo de ancianos. Y eso es. Ni más ni menos. No Frente, no Organización, no Alianza. Ahí se reúnen cada quince días desde hace más de veinte años a pensar el mundo y a reforzar la visión yoreme ante el caos y el despojo, la ética, la esperanza y el futuro.

Se reúnen cinco de las ocho bases (Tesia, Pueblo Viejo, Mucuzari, Navojoa y Cohuirimpo), porque sufren ahora recrudecimientos en sus conflictos agrarios y están decididos a entender el confuso panorama legal y a no dejarse engañar más por los caciques.

Dice Aguileo Félix, de Tesia: “Una situación que los pueblos vamos sintiendo es que necesitamos estar unidos y salir a la problemática nacional y mundial. Tenemos que unir nuestra palabra con lo que nos dejaron nuestos antepasados”.

Los mismos ejidatarios y ejidatarias no alcanzan a entender cómo fue que de las 520 hectáreas que tramitaron para afianzarlas en 1973 sólo les dieron 90 hectáreas y en otro lugar, y no donde les correspondía.


Inauguración del torneo en San Cristóbal Lachirioag
Fotos: Jorge Santiago

Fue tan dificil la situación que muy pocas personas lograron mantenerse de la tierra y aceptaron arrendar sus tierras ejidales a los caciques ávidos de enormes extensiones para la siembra comercial.El arrendamiento comenzó desde entonces “cuando nos dijeron que les iban a pagar entre 5 mil y 7 mil pesos por hectárea al año”, cuenta don Tomás Aguilar. Si cada ejidatario tiene en promedio entre 5 y 8 hectáreas, significan (si bien les va) unos 30 mil pesos al año, lo que dividido por mes resultan 2 mil 500 pesos. Aunque al principio pagaron puntual, después y hasta la fecha les dan de 200, de 300 pesos cuando se topan con ellos y, si no, la gente tiene que insistir mucho para que les paguen “algo”. Los contratos se hicieron por cinco o más años y les pagaron, cuando bien les fue, un año “y de ahí en adelante comenzaron a hacerse güeyes; que el producto no tuvo precio, que no les salió el año, que el ejido es muy exigente y no sé qué más. Y si se descuidó la gente se apropiaron de la tierra y comenzó un conflicto por la propiedad, que nunca se resuelve; donde la carga de la prueba la llevan los legitimos dueños”. Ahora nunca les pagan completo y ese famoso “conflicto agrario” crece y se hace confuso, “porque hay indefinición en la propiedad de la tierra y rezago en la ejecución de las dotaciones: lo de siempre”, relata Tomás Aguilar.

Así, los caciques han ido invadiendo el territorio yoreme, aprovechando las indefiniciones y “aliándose en la corrupción con funcionarios y gracias al “amañamiento de los políticos en turno; los juzgados y los abogados están vendidos”.

Reflexionando sobre la invasión al territorio, Fidelia Gocobachi y Delfino Flórez leen en la Mesa un escrito: “El territorio es el lugar que nos acobija, es nuestra primera piel. Por ella llegamos al mundo, es el espacio mágico por el que cohabitamos con una rica fauna y flores, que son como nuestros pequeños hermanos que se cubren de sol y de lluvia para que, como el arcoíris, nuestra vida sea llena de colores y la esperanza. Eso aprendimos con nuestros abuelos. Y es patrimonio de todos. Cuando alguien quiere ‘aguarrarse’ un pedazo de cerro es cuando se daña la convivencia pacífica en la comunidad, porque de manera egoísta quiere apropiarse lo que desde hace años es una herencia para todos”.

Con gran paciencia y con su entereza bien plantada (pese a estar enfermo), don Alfredo Osuna increpa a los presentes: “Todo esto nos lleva a un discernimiento de qué se le hizo a la condición y la disposición. Hacemos un alegato en contra del desorden que hay en este país. Los mayores nos dejaron palabras para nuestra defensa propia. Y nos decidimos a que nuestro papel es dar las explicaciones hasta el término de la palabra”. E insiste, preocupado: “La ocupación de las personas es que todos los días tienen que comer. Tomar frijol, tomar agua, comer maíz, hasta que el creador nos diga: hasta aquí. Pero las nuevas leyes las hicieron las transnacionales y aqui en México las procesaron con la cámara de diputados. Con ellos hicieron su cochinero”.

Delfino Flórez apunta: “Los partidos y la CDI nos tiene partidos, ya no nos dejan ser comunidad. Nosotros estamos buscando que haya limpieza en la mentalidad y en la tierra, porque le meten mucha droga a una y a otra”.

Interviene entonces para resumir la situación que esbozaron Tomás Aguilar y Delfino Flórez una mujer serena, que con lucidez asomada a su voz suave y clara, nos narra: “Las avionetas andan fumigando. Y ellos no quieren saber quién anda allá abajo. Estamos en un desierto y no quieren saber que aquí estamos nosotros. Estamos como en un invernadero enorme. Y fuera existen ellos. La idea que tienen es que se dicen a sí mismos: Yo me meto aquí a hacer lo que quiero. Y ya lo han dicho los mayores, y lo repite cuando puede Alfredo: en el altar del universo hay dos velas encendidas, la vida y la libertad. Y tenemos la obligación de cuidar esas dos velas. Vigilar que no se apaguen, al igual que no debemos dejar que se pierdan los cinco sentidos humanos: la tierra, el agua, los bosques, el aire y las semillas. Vivimos en una comunidad donde nos enseñamos a sembrar en 60 metros: tenemos frijol pinto, garbanzo, cilantro repollo, chícharo, zanahoria y yerbas medicinales. Ahora pensamos que esta gente nos quiere correr de nuestras casas. No contentos con no pagarnos puntual, o chiquitearnos el pago como ya dijeron otros, a la gente que va a labor de la papa, del trigo, del tomate, del maíz, del cártamo, en sus propios terrenos, le pagan 100 pesos diarios oiga, ni para el desayuno alcanza, pues. Les pagan 700 por los 7 días de la semana, pero el dinerito lo van usando para comprar kilo por kilo y a media semana ya no tienen nada. Ahora ya salieron algunos individuos con que agarran a los chavalos más enganchados en la droga, a los más jodidos y enrrabiados, y los ponen a que nos roben lo que tenemos. Se roban nuestro maíz, nuestras zanahorias, el frijol. Ahi andan en la carretera. Son los primeros que salen a vender. Ahí en Chinotahueta donde vivimos todo se roban. Las gallinas, las bombas, los celulares, los radios, las cubetas, los azadones, las macetas, los cazos, los cubiertos y los vasos, una manta que encuentren se llevan; hasta sillas mecedoras se alcanzan a llevar. Son los cholos, pero de parte de los caciques de la región. Se aprovechan de que somos viejas y viejos, que no vendemos nuestro alimento porque es para nosotros nomás. Y si comencé con las fumigaciones es porque también así se acaban lo que sembramos. El fumigante que echan los aviones era para secar la yerba que le estorba al trigo, pero se lleva todo: los árboles, la yerba silvestre, nuestros cultivos completos: el chícharo. No les importa que el viento nos arruine con su veneno nuestras rancherías. Y creo que no es justo. Aquí sí el campo está abandonado y si los dueños verdaderos están dejando de sembrar es porque no nos dieron otra opción. Si les pedimos nuestra tierra dicen los muy cabrones: ‘los ejidatarios siempre deben, porque ya les adelantamos’ —por aquello de que dan de a poquito. Lo peor es que nos pagan (cuando algo nos pagan) con el dinero de Procampo que a ellos sí les llega. Si nosotros pedimos no nos dan, pero a ellos sí. Es increíble. No somos tontos, pero no nos hacen caso. Nuestra palabra no tiene validez. Hay mucha diabetes, mucha embolia, mucho derrame cerebral. Es porque dejamos de comer comida fresca, verduras. Ahora puro pan, sodas, comida chatarra. La gente está tan harta que ya no quiere trabajar en casa. Se encierran a ver las novelas. Lo puro fácil. Porque ya se mataron el lomo de jornaleros en su propia tierra. Están promoviendo que seamos puros zombies”. Rosa Elia Osuna, no tiene cómo parar de hablar. Así que prosigue porque necesita sacar su preocupación: “Dicen que la salud es gratis. Nada es gratis. Los médicos que llegan a las comunidades piden 20 pesos por consulta y ahi les vamos dejando de 20 en 20. Pero no nos dejamos”.

Es tal la queja por la salud que todas las señoras presentes comienzan a hablar entre ellas y despliegan sus saberes médicos de tanta clínica y hospitales que sufren, de tanto efecto de malestar que han experimentado. Es increíble que aun en pleno desierto, entre el monocultivo industrial de trigo, la gente busca por internet las posibilidades de curación.

Dice Alfredo Osuna: “Estas tierra son donde quedaron en sus trabajos nuestros mayores. Cuando el común y la autonomía se ejercían en este país todo era diferente y la gente podía estar y prosperar en su propia labor. Vivíamos libres manteniéndonos de la recolección, el pastoreo y la agricultura en traspatios. Teníamos sistemas propios para curarnos, decidir y aprender entre nosotros. Pero hay quienes se la pasan escondiendo el grano para que otros sufran hambre. Ahora de los partidos vienen a buscarnos para que les firmemos y dicen que soy un indio bien rebelde. Pues sí lo soy. Sí lo somos, porque no daremos nuestro brazo a torcer”.