Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de junio de 2015 Num: 1058

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La caravana
Eduardo Thomas

La organización de
artistas e intelectuales:
¿tiempos coincidentes?

Sergio Gómez Montero

Ficción y realidad
de los personajes

Vilma Fuentes

Voltaire y el humor
de Zadig

Ricardo Guzmán Wolffer

Ramón López Velarde:
papeles inéditos

Marco Antonio Campos

Inauguración del
Museo del Estado

J.G. Zuno

La Música de la escritura
Ricardo Venegas

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Agustín Ramos

Hacer decir

Esto ya se puso cabrón –avienta las tarjetas ejecutivas hasta arriba del cerro de máximas prioridades y encara a sus segundos de a bordo: les habla a ellas pero los mira a ellos–. Y necesitamos resolverlo.

–¿O sea…, cómo? –dice una de ellas.

O sea como que no haya duda de lo que debe quedar claro adentro y afuera. –Eructa el mismo camote que tragó en la oficina presidencial, cuando rechinando las muelas aquél dijo: “Esto ya se puso cabrón.”

Porque eso dijo aquél, y nada más que eso, ante su plana mayor, pero sólo mirando a éste, obligándolo a decir, a traducir, a asumir toda la responsabilidad.

–Señor –dijo éste–, descargamos de toda responsabilidad a los batallones de infantería 27 y 41, a la octava región naval y a la base de la federal en Igua/

–Eso, eso, porque esto ya se puso cabrón –siguió repitiendo aquél mientras éste murmuraba con su voz hueca y su nariz en el pecho. /la… Y la cargamos a las autoridades municipa/ pero aquél sólo oía su propia cantaleta:

–Eso, eso, porque esto ya se puso cabrón. –De manera que éste pudo concluir la frase hasta que aquél tartamudeó/ les, para no configurar el delito de desaparición forzada, así que el incidente se restringe al ámbito local y nosotros sólo aparecemos como garantes del orden a nivel fede/

–Y si lo sabe –aquél, también con la camisa desabotonada, volvió a encimar sus rechinidos–, ¿por qué no lo ha hecho? –rales…En eso estamos, señor, concluyó éste.

–Confiamos en usted, abso-lutamente –dijo aquél.

–Muchísimas gracias, señor… –respondió éste, ¿qué le quedaba, si aquél lo tenía de rodillas soplando la corneta?

Ahora le toca a éste mandar a su plana mayor: dos hombres flanqueados por dos mujeres que no se pueden ver, y no nomás porque estén en los extremos, una trae un suéter más largo que la falda, ¿traerá falda?, otra no trae nada debajo del traje a pesar del clima de refri en este octavo piso.

–Recapitulando –¿cuál de estos cuatro habrá sido capaz de filtrar información a los argentinos y a los de la UNAM?–, a los 46 los ejecutó gente de los Guerreros Unidos por una confusión originada en los apodos y por una orden mal entendida que la autoridad municipal giró a su policía. –No cree que hayan sido éstas…, y no dice viejas pendejas porque para él mujer y pendeja son sinónimos–. A tres los mataron ahí mismo, a uno con especial saña quizá porque era el líder. –Pero sospecha mucho menos de éstos, porque les falta lo que él cree tener de más–. Y a los otros 43 en el basurero de Cocula, donde incineraron los cuerpos para luego aventar las cenizas al río San Juan.

–Señor –dice la comunicadora social–, todo esto ocurrió, lamentablemente, sin que ninguna de las instancias federales se enterara con la debida oportunidad para evitarlo… Pero tengo una pregunta. –“¿Sí?”, éste voltea por encima del hombro, pinche  creída, si no fuera por él ella jamás habría pasado de Nuestra Belleza Jocotitlán, “¿sí?”: voltea para cerciorarse de que no trae falda debajo del suetersote y encuentra el reflejo del ventanal en sus lentes de parabrisas–, ¿qué hay de las versiones del cura, de la gente del hospital y de los peritos extranjeros?, ¿qué hay de las grabaciones del c4 y de lo declarado por los sobrevivientes?

–Esas son muchas preguntas –dice éste.

Uno sólo sonríe para quedar bien con todos, con éste por ser el jefe y con ellas porque se las anda cogiendo. El otro, el arrastra lápices, sí se carcajea. La otra, la encargada de control y operatividad, no hace ni una mueca, intenta distraer al jefe ostentando distracción, haciendo como si nada existiera y sus pupilas reflejaran el vacío que asciende desde la avenida conviritiéndose en edificios.

–Pero a mí –dice éste, dirigiéndose primero a ellas–, a mí, se me hacen pocas preguntas para todo este desmadre… –y al final dirigiéndose nada más a uno.

–Señor –dice uno–, estamos desmontando cualquier involucramiento federal y apartando de los reflectores los chivatazos del señor de las ligas y del cura. En eso estamos…

–Pues si en eso están –cuando éste repite lo dicho por aquél, las palabras salen solas–, ¿por qué carajos…? 

Uno baja la mirada, recibe un “confiamos en usted, abso-lutamente” y contesta con dos soplos de corneta, “muchísimas gracias, señor”, que éste ignora porque las está mirando a ellas, a una, a otra, como si estuvieran jugando tenis, como cuando sí se podían ver y lo complacían en todo, sin chistar y hasta con gusto, pinches tortilleras.