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América Latina

Si México y Brasil trabajaran juntos...
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La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, durante la presentación de un programa de infraestructura en el Palacio de Planalto, Brasilia, el pasado día 9. En el acto, la mandataria explicó que el objetivo es modernizar carreteras, ferrocarriles, aeropuertos y muellesFoto Reuters
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Periódico La Jornada
Martes 16 de junio de 2015, p. 23

Se puede decir que una relación está en peligro cuando una de las partes proclama que está en proceso de reinvención mientras la otra solicita que los miembros de la pareja no se den la espalda. La primera declaración provino de Enrique Peña Nieto, presidente de México. La segunda fue hecha por Dilma Rousseff, su contraparte brasileña, durante su primera visita de Estado a México, del 25 al 27 de mayo. Los dos prometieron un nuevo principio. Ofrecieron impulsar el comercio y firmaron acuerdos para facilitar la inversión y expandir los vínculos por aire. Y brindaron a la salud de cada uno con tequila mexicano y cachaça, el aguardiente de caña que se usa en las caipirinhas.

Brasil y México son los dos gigantes latinoamericanos. Entre ambos representan más de la mitad de la población, el PIB y las exportaciones de la región. Y sin embargo, en gran medida, se han mostrado indiferentes uno al otro. Cierto, el comercio bilateral se ha duplicado en los 10 años pasados, pero sólo a 9 mil 200 millones de dólares al año; ninguno está entre los siete mayores socios comerciales del otro. Cuando Brasil se encontró con una balanza comercial negativa en automóviles, según el acuerdo de libre comercio entre ambos, en 2012, rompió este pacto y lo cambió por un sistema de cuotas.

La inversión es una excepción a esta frialdad general. Brasil sólo es superado ahora por Estados Unidos como destino de la inversión foránea mexicana. No hay una gran empresa mexicana que no esté en Brasil, afirma el canciller José Antonio Meade. La inversión mexicana, de 23 mil millones de dólares empequeñece la de Brasil en México (2 mil millones de dólares), aunque ésta va creciendo.

Los presidentes acordaron entablar pláticas en julio para retomar el modesto acuerdo comercial (sin autos). El plan es incrementar de 800 a 6 mil el número de artículos cubiertos por el pacto, ampliándolo a agricultura, servicios y suministros al gobierno. Rousseff expresó la esperanza de que el comercio bilateral se duplique de nuevo hacia 2025.

Es fácil ser cínico con respecto a la visita. Ambos presidentes encabezan gobiernos impopulares, lesionados por escándalos. Algunos de sus predecesores hicieron promesas similares de nuevo acercamiento que resultaron vanas. En la práctica, sus países a menudo actúan como adversarios. Cada uno presentó su propio candidato para encabezar la Organización Mundial de Comercio (Brasil ganó). Brasil no dio su respaldo a un fuerte aspirante mexicano al cargo más alto en el FMI. No se coordinan en el grupo G-20 de potencias líderes; tampoco en lo referente al cambio climático, tema que preocupa a los dos.

Todo esto ocurre porque es más lo que ha dividido que unido a las dos naciones. Están separadas por el idioma y la distancia (un vuelo sin escalas entre la ciudad de México y São Paulo tarda casi 10 horas).

Sobre todo, sus gobiernos tienen puntos de vista divergentes sobre el mundo y el lugar que ocupan en él.

Al unirse al Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Estados Unidos y Canadá, que entró en vigor en 1994, México consideró que su destino económico reside, sobre todo, en el norte, no en el sur. Ha apostado a los libres mercados y a la globalización, y prestó poca atención a Sudamérica, al menos hasta que se unió a Chile, Colombia y Perú en la Alianza del Pacífico, en 2012. En política internacional representa una potencia tímida: Brasil tiene tres veces más diplomáticos.

Brasil ha pasado los últimos 20 años tratando de construir un bloque sudamericano, cuyo centro es el Mercosur, presunta unión aduanal proteccionista. Sus instintos económicos se orientan al control estatal y su política exterior valora la autonomía (con respecto a Estados Unidos). En fecha reciente ha dado prioridad al grupo BRIC, que lo une con Rusia, India y China. Es parte de la política exterior brasileña ejercer liderazgo en América Latina exorcizando a México a causa de sus vínculos con Estados Unidos, sostiene Andrés Rozental, del grupo privado Consejo Mexicano de Relaciones Exteriores.

Pero Rousseff, que lucha con una recesión, enfrenta demandas de las empresas brasileñas que buscan nuevos mercados. De manera silenciosa ha puesto más énfasis en incrementar el comercio. En respuesta a la Alianza del Pacífico, busca acelerar acuerdos bajo los cuales el comercio con Perú y Colombia quedará exento de aranceles (ya lo está con Chile). Tiene programado visitar Washington este mes, en un esfuerzo por mejorar las problemáticas relaciones bilaterales y hablar de negocios con Estados Unidos.

La presidenta se refirió a un nuevo“eje tequila-caipirinha” entre Brasil y México. América Latina se beneficiaría si esto ocurriera, y no sólo en lo económico. Si estas dos grandes potencias trabajaran juntas, la región se acercaría a colaborar en problemas como el desafío a las normas democráticas en Venezuela.

Sin embargo, la visita de Dilma Rousseff a México parece formar parte de una variación táctica, no de un cambio fundamental en política exterior. Y Peña no muestra signos de abandonar el viejo hábito mexicano de golpear por debajo de su peso en el mundo. El tequila y la caipirinha son embriagadores, pero la mayoría de la gente prefiere no mezclarlos.

Fuente: EIU

Traducción de textos: Jorge Anaya

En asociación con Infoestratégica