Opinión
Ver día anteriorMartes 16 de junio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vigencia y recuerdo de Goeritz
G

racias a la seleccionadora de parte de la sección Mexicana de la magna muestra proveniente del Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, Cristina Gálvez, me he visto temporalmente en posesión de material bibliográfco que no me era del todo conocido, incluyendo el catálogo de la muestra, aún sin circular. Inicié mis lecturas después de haberla visitado unas tres horas el Palacio de Iturbide y todavía guardando trozos de vivencias, fantasmas, retazos del recuerdo (ya no reciente) de la que se presentó en San Ildefonso en 1998. Y sobre todo de varios ámbitos que comprenden Temixco y Cuernavaca.

El patio central del palacio, sede de Fomento Cultural Banamex, está repleto de obra cuyo discurso no me quedó del todo claro, salvo que circunda la serpiente de El Eco, pieza clave que ha quedado como indeleble presencia de Mathias Goeritz, quien según mi sentir no es sólo importante para México (trascendiendo internacionalmente) por su versatilidad como emisor de mensajes, como integrante de las funciones de la red, sin que hiciera que ésta tuviera ni de lejos la vigencia de la que goza ahora. Generó teorías en torno a la llamada arquitectura emocional, que con carácter de manifiesto se emitieron desde el propio Museo Eco, en la calle Sullivan, construido en un espacio de 500 metros cuadrados y auspiciado en cuanto a financiamiento y destino por el empresario Daniel Mont, joven, rico, imaginativo y acometivo, rara avis cuya vida se vio truncada antes de que el recinto se asentara como museo experimental, provisto de sus propios recursos sustentables.

Como se sabe ha sido recuperado y reconstruido por la UNAM y sus lineamientos arquitectónicos se conservan, incluso el pasillo borrominesco cuyos elementos alterados en escala fueron descritos con acuciosidad por Goeritz. Sin embargo, esa denominación emocional hasta donde la entiendo trasciende El Eco mismo y la arquitectura; es más, prefigura una especie de meta ético-artística que el propio autor sabía inalcanzable, pero perseguible, como la felicidad o la democracia. Una utopía considerada humanitariamente salvífica.

Los rasgos emocionales son parte de la política espiritual y artística de su autor, lo que cabe anotar a modo de nota es la presencia de la serpiente como símbolo dual que ahora retorna.

Esa serpiente inicial tuvo repercusiones posteriores en otras, incluso en la de Linz. Su contrapartida artística en cuanto a morfología estuvo en el Animal del pedregal, otra obra que podemos considerar entre los principales emblemas de Goeritz. Las variantes de una y otra están profusamene ilustradas, pero la reina de la exposición es la de El Eco. No es que sirva de eje temático, pero sí de importantísimo eje formal y sobre todo visual.

Eso es ejemplar y muy afortunado, pero a mi juicio lo que sucede es que la saturación de material relacionado en torno a ésta y otras creaciones del artista nacido en Danzing, en 1915, es quizá excesivo y reiterativo, y eso reverbera en algunos espectadores que conocemos in situ las principales obras de Goeritz que se encuentran en esta ciudad. Lo deseable entonces es que a partir de sus rastros el espectador se vea motivado a visitarlas y establecer la comparación entre sus entornos urbanos originales y los remanentes que proporcionan las fotografías, estampas, documentos , diseños y algunas maquetas, como las que se exhiben sobre la Ruta de la Amistad.

Cada visitante sacará sus conclusiones, al ver la muestra o al recordar la monografía de tinte biograáfico que se titula Mathias Goeritz: l’Art comme priere plastique (El arte como plegaria plástica) con prefacio de Michel Ragon (que consta tan sólo de siete renglones y medio), publicado a partir de la tesis doctoral de Leonor Cuahonte en París Sorbonne.

Su lectura me llevó a cotejar algunos hechos y frases con un párrafo del curador en jefe de esta exposición: el conocido investigador del Cenidiap Francisco Reyes Palma: “La arquitectura emocional convocaba tras las invocaciones a la presencia divina… un mismo deseo de trascendencia y de relación con el poder”.

En otras palabras, Goeritz se propuso ofrecer la contrapropuesta radical al arte de mensaje implícito en el muralismo y durante la llamada guerra fría, a través de una pragmática espiritual cuyos mensajes simbólicos están trasmutados en tensiones geométricas, incluso en simbolismos que pueden ser bien detectados en una gran mayoría de casos, por ejemplo, en las esculturas-custodia o en las formas piramidales como sucede en Mixcoac, en los tableros dorados que terminaron por denominarse Mensajes, trabajados con el empleo serial del clavo como perforación y el reflejo, así sea en hojalata, del oro.

No es elucubración, allí están las piezas hasta en exceso reiteradas. A todos los visitantes se les proporciona un folleto que introduce a la exposición, que desde el inicio de su consecución ha pasado por modificaciones que propiciaron la inclusión de algunas piezas muy singulares de colecciones particulares mexicanas de no fácil acceso.