20 de junio de 2015     Número 93

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

¿Algo peor que el abuso a las vacas?
El abuso a los trabajadores
de los ranchos lecheros*

El tratamiento cruel que la industria lechera da a sus vacas ha sido bien documentado. Mientras tanto, sus trabajadores sufren condiciones viles y a menudo peligrosas


Gustavo Varela, un trabajador que se lesionó en una granja lechera
FOTO: Joseph Sorrentino

Joseph Sorrentino

Al igual que casi todas las granjas lecheras en Estados Unidos, las de Nuevo México están siempre trabajando. Las vacas son ordeñadas dos o tres veces cada uno de todos los días. “Las vacas no conocen los días festivos”, dice Alfredo Gómez, un trabajador de esta rama de 56 años de edad, en el sureste de Nuevo México. “Aquí, no hay Navidad”. Para la gran mayoría de los trabajadores de los ranchos lecheros en Nuevo México, como en la mayoría de los estados, tampoco hay paga de vacaciones, ni horas extras, ni pago por enfermedad y no hay esquema de compensaciones para los trabajadores. Laboran en condiciones sucias, difíciles y a veces peligrosas para una industria convencida del valor de la leche, más que de los ordeñadores.

La producción láctea de Nuevo México es grande. Grande en número de vacas, con aproximadamente 320 mil en todo el estado; grande en tamaño medio del hato, con cerca de dos mil 200 vacas por granja (el índice más grande de la nación), y grande en impacto económico. Los lácteos son número uno de los productos básicos agropecuarios en el estado. El valor de la producción de leche de Nueva México superó los mil 500 millones de dólares el año pasado. Si se contabiliza el procesamiento de la leche, los bienes y servicios adquiridos por la industria y los salarios de los trabajadores, la repercusión económica total de los lácteos en el estado es superior a los cuatro mil millones de dólares anuales. La industria también ofrece más de tres mil puestos de trabajo dentro de las granjas y otros 14 mil en otras actividades en todo el estado.

Esta gran industria lechera hace todo lo posible para proyectar una imagen pequeña. Se muestra de tal forma como si estuviera integrada por explotaciones familiares, y profundamente preocupada por sus vacas y por sus trabajadores. Las fotografías que aparecen en los sitios de internet de las cooperativas y de sus cabilderos muestran vacas Holstein limpias, blancas y negras, sobre exuberantes campos verdes, con becerros siendo alimentados con biberón por típicos estadounidenses sonrientes.

En el mejor de los casos, eso es una burda tergiversación. Un 75 por ciento de los trabajadores son mexicanos, y la mayor parte de la leche producida en Nuevo México (y el país) proviene de las llamadas operaciones concentradas de alimentación animal (o concentrated animal feeding operations, CAFOs). Las vacas no comen de pastos verdes; las tienen en corrales, paradas en tierra o, más frecuentemente, en el fango que se genera por la orina y las heces. Una vaca lechera excreta hasta 65 kilos de estiércol por día.

“Básicamente, todas las vacas caminan sobre la mierda; nada está limpio”, dice Roberto Achoa, un estudiante universitario de voz suave que comenzó a trabajar en las granjas lecheras cuando cursaba el segundo año de secundaria. Al igual que los demás trabajadores entrevistados para este texto periodístico, con excepción de dos, Achoa pidió un seudónimo por temor a represalias por parte de los patrones.


Ordeñador de vacas, Clovis, Nuevo México FOTO: Joseph Sorrentino

Achoa es lo que se conoce como un corralero, la persona que conduce las vacas desde sus corrales hacia los establos de ordeña. Los corraleros hacen mucho ejercicio. “Se puede caminar y caminar para conducir a las vacas y no parar nunca”, dice José Varela, quien trabajó en las granjas lecheras durante varios años. “Tal vez usted es gordo al principio, pero en tres meses es ya un esqueleto”. Es un trabajo sucio y traicionero. Achoa dice: “La gente se hunde en el fango de mierda, se atasca”. Trabajar en corrales con 200 o 300 vacas tiene riesgos adicionales, explica José Martínez, otro corralero. Durante las tormentas, las vacas se asustan, “pueden dar la vuelta y correr hacia ti. Te patean y saltan realmente muy alto”.

A la hora de la ordeña, las vacas salen de los corrales juntas y se dirigen hacia los establos, el corralero va detrás de ellas, gritando y agitando constantemente una pequeña toalla. Las vacas, que han hecho esto miles de veces, entran al área de ordeña y se alinean en dos filas a lo largo de plataformas elevadas. Los ordeñadores se mueven rápidamente hacia arriba y abajo de las plataformas y ordeñan dos mil vacas o más por turno.

“Es desagradable (el trabajo)”, dice Matías Soto, un hombre de 59 años de edad, de estatura pequeña pero de estructura fuerte, originario de Durango, México, que ha trabajado en las industrias lácteas en el sureste de Nuevo México durante tres años. “Usamos delantales, (pero quedan) completamente cubiertos de estiércol y orina”. El olor en un establo de ordeña puede ser nocivo. A los pocos minutos de estar allí, uno percibe un mal sabor en la boca y es duradero. Pero dicen los trabajadores que uno se acostumbra a eso.

El 17 de septiembre, Compasión por los Animales (MFA, por sus siglas en inglés), una organización con sede en Los Ángeles, hizo público un video realizado de forma encubierta que mostraba vacas que eran maltratadas físicamente en Winchester Dairy, en Dexter, una pequeña ciudad en el sureste de Nuevo México. Las imágenes eran de trabajadores dando patadas y puñetazos a los animales, y el uso de tractores para levantar y arrastrar “vacas caídas”, esto es vacas que no están en condición de ponerse en pie.

“Los dueños de Winchester Dairy permitieron que floreciera una cultura de crueldad y abandono en esta granja industrial durante demasiado tiempo”, dijo Vandhana Bala, consejera general de MFA, y agregó que el video era el número seis de videos encubiertos realizados por la organización en granjas de diversas partes del país, y en todos se observa “un maltrato animal horrible”.

“Esto nos lleva a pensar que la crueldad y violencia crecen de forma desenfrenada en la industria láctea”, dice Bala. Añade que sus investigaciones ““resultaron en acusaciones penales formales por crueldad de parte de los trabajadores, gerentes e incluso propietarios”. Según informes de prensa, después del lanzamiento del video, Winchester Dairy cerró la granja, despidió a todos sus trabajadores y entregó a la policía los nombres de los 11 “más abusivos”.


Una vaca en una granja lechera en Clovis, Nuevo México
FOTO: Joseph Sorrentino

En opinión de Tess Wilkes, un ex abogado en el Centro de Nuevo México para el Derecho y la Pobreza (NMCLP, por sus siglas en inglés) que ha entrevistado a decenas de trabajadores de las granjas lecheras, los empleados de Winchester fueron “injustamente culpados de un abuso que en realidad es sólo algo que deja entrever un problema mucho mayor” en una industria donde “las ganancias son supremas”. Los trabajadores están bajo presión para mover las vacas de forma rápida y rara vez se les da algún tipo de entrenamiento. De hecho, dice Bala, el investigador encubierto de la MFA, que trabajaba como corralero, no recibió entrenamiento durante el periodo de la investigación.

Parece que esto es lo típico. “No hay capacitación; tú sólo empiezas a trabajar”, dice Gustavo Varela, quien junto con su hermano José fueron los únicos dos trabajadores dispuestos a revelar públicamente sus nombres reales. Gustavo trabajó en las granjas lecheras durante diez años, alimentando becerros. Angélica Rosario, una de los muy pocas trabajadoras mujeres en esta industria, fue ordeñadora durante un año y medio y coincide con Varela. “Uno debe observar a otras personas” para aprender el trabajo, dice ella.

La falta de capacitación pone en peligro no sólo a las vacas, sino también a los trabajadores. Trabajar con animales grandes plantea un riesgo real de sufrir lesiones. En 2012, Wilkes fue parte de un equipo de la NMCLP que entrevistó a cerca de 60 trabajadores de diversas granjas lecheras en el estado. Casi 80 por ciento de los trabajadores dijo que nunca había recibido entrenamiento en materia de seguridad.

La mayoría de las vacas son dóciles, pero no todas. “Las más jóvenes son peligrosas”, dice Antonio Jiménez, quien trabajó en una granja lechera a las afueras de Roswell mientras estudió la secundaria. “No son sumisas durante la ordeña y dan patadas. A veces las que acaban de parir (son peligrosas) también”. La encuesta de NMCLP encontró que 53 por ciento de los trabajadores entrevistados se había lesionado en el trabajo, a menudo más de una vez, y a veces con gravedad.

En marzo, Matías Soto trabajó como ordeñador en una lechería en el sureste de Nuevo México. Por alguna razón, un toro estaba mezclado entre las vacas y se pegó a una de las puertas del establo de ordeña. Soto trató de retirar al toro de allí pero “bajó la cabeza y me atacó, levantándome unos dos metros en el aire. Me golpeé la cabeza contra el suelo de cemento”. Se fracturó el cráneo. Pero, dice, no fue llevado a la sala de emergencias en Artesia, a poco más de 60 kilómetros de distancia, esto es a unas tres horas. Tuvo que ser trasladado en helicóptero a un hospital con capacidad para manejar su lesión. Tan sólo el costo del vuelo fue de más de 60 mil dólares y las facturas del hospital sumaron “decenas de miles de dólares”, dice María Martínez Sánchez, ex abogada en la NMCLP que trabajó con Soto. Y la granja no otorgaba seguro de compensación para los trabajadores.

El seguro médico de Soto cubre los gastos médicos, pero no los del helicóptero. Soto debió endeudarse, pidió prestado a amigos y familiares, aunque finalmente recibió una pequeña cantidad de dinero por un acuerdo que alcanzó con la granja, dice Martínez Sánchez.


Trabajadores mexicanos en una granja lechera en Clovis, Nuevo México
FOTO: Joseph Sorrentino

Las lesiones son parte del trabajo. El esquema de compensaciones para los trabajadores está diseñado para cubrir una parte de los gastos médicos y salarios perdidos si sufren lesiones en el trabajo. En el caso de Soto, hubiera cubierto todos sus gastos relacionados con el accidente, además de algunos de los salarios que perdió durante el tiempo que tuvo que dejar de trabajar.

La exigencia varía de estado a estado, y Nuevo México ha eximido por mucho tiempo a granjas agrícolas y lecheras de tener que asegurar a los jornaleros del campo ya la gente que trabaja directamente con los animales. En 2011, en una demanda presentada por tres trabajadores de granjas lecheras (en la que Martínez Sánchez era abogada), un juez del Tribunal de Distrito declaró inconstitucional la exención. Pero la Administración de Compensación de Trabajadores de Nuevo México (WCA) apeló, argumentando que el fallo sólo se aplica a los tres trabajadores mencionados en la demanda. La página web de WCA ahora dice que “se hace un fuerte llamado” a granjas y ranchos a brindar compensaciones a sus trabajadores y que varios casos pendientes clarificarán la legislación.

Aunque la lesión de Soto se produjo después de la sentencia de 2011, muchas granjas no estaban aún aplicando seguro de compensación a causa de la declaración inicial de la WCA. Sin compensación de los trabajadores lo que ocurre es “que el trabajador no recibe la atención médica, se endeuda fuertemente, o resulte tan herido que tenga que ir a la sala de emergencias, y el contribuyente pague”, dice Martínez Sánchez. “Como contribuyentes, estamos subsidiando a la industria agropecuaria”.

No todas las lesiones son tan catastróficas como las Soto, pero son parte del trabajo. Los trabajadores de las granjas lecheras son reacios a faltar al trabajo por las lesiones, a menos que estén muy debilitados. Pedro García dice que no buscó una incapacidad a principios de este año, cuando una vaca le pisó el pie y se lo fracturó. “El jefe dijo que tengo que trabajar”, dice. “Si faltas un día, te despiden”. Eso es exactamente lo que Juan Álvarez, de 37 años de edad, de Chihuahua, México, dice que le pasó: Una vaca le dio una patada y le fracturó una pierna; dejó de trabajar tres meses. Aunque la granja pagó por su estancia en el hospital, perdió su trabajo.

Francisco Paredes es mayordomo (supervisor) en una gran granja lechera a la salida de Clovis y, sorprendentemente, se mostró dispuesto a hablar de su trabajo, mismo que ha realizado por cerca de 30 años. No es asalariado, y es reacio a tomarse días libres. “Si no trabajo un día, no gano nada de dinero”, dice. “El patrón hace las reglas. No sabemos nada de la ley, nada del gobierno. Si yo u otro trabajador tiene algo que hacer… o estoy enfermo, tengo que encontrar un reemplazo y pagarle”. Aunque los trabajadores de algunas granjas dijeron que su empleador se encarga de eso, muchos aseguraron que es responsabilidad personal, simplemente es esta la forma de hacer las cosas.


Trabajador en una granja lechera en Clovis, Nuevo México
FOTO: Joseph Sorrentino

En varios años dedicada a asesorar a los trabajadores agrícolas, Martínez Sánchez dice que no había oído nada como esto. “Es indignante”, dice ella, alzando la voz con ira. “Es absolutamente ilegal. No puedes hacer que alguien pague a alguien más. Para los propietarios de las granjas lecheras, estos trabajadores son prescindibles, casi no humanos. Uno se enferma o se lesiona, y está fuera. Hay muchos más para tomar su puesto de trabajo. Es muy cruel, desmoralizante y deshumanizante”.

No hay leyes, no hay problema. Roberto Achoa comenzó a trabajar como corralero en un rancho lechero en el centro sur de Nuevo México cuando tenía 16 años. El Departamento de Trabajo (DOL) no impone restricciones a jóvenes de esa edad para trabajar en el agro. Al igual que muchos estudiantes de secundaria en esa área, Achoa trabajaba después de ir a la escuela, de las cuatro de la tarde a las 11 de la noche, además de los sábados de siete de la mañana a tres de la tarde. “Las horas que tenía libres de la escuela eran para trabajar, salía a las 11 de la noche, directo a dormir y luego en la mañana a la escuela”, dice. Las únicas ocasiones en que podía descansar era cuando lo regresaban de la granja a casa porque había demasiados trabajadores.

La labor es incesante. Aunque algunos trabajadores dicen que tienen un descanso para el almuerzo –que va desde 30 minutos a sólo cinco–, la mayoría dice que no hay descanso alguno. “Uno está comiendo su burrito y una maldita vaca caga a un lado”, dice Martínez, el corralero. O peor. Soto, quien trabajaba como ordeñador, dice: “A veces uno está comiendo y tomando un bocado de un burrito, y una vaca va y caga en el burrito, y hay que tirarlo a la basura”. Diego Jacinto ha trabajado en las granjas lecheras por más de diez años y tiene una técnica especial para mantener las moscas y el estiércol lejos de su comida. Con mímica, aparenta tener un burrito, le da un bocado y rápidamente lo mete debajo de su camisa y se marcha apresurado.

Los dueños de las granjas lecheras no están violando ninguna ley al negar descansos a sus trabajadores. De acuerdo con el DOL, la Ley de Normas Razonables de Trabajo “no pide que se den descansos o periodos de comida a los trabajadores”. Cualquier descanso es considerado un “beneficio (y) una cuestión de acuerdo entre el empleador y el empleado”. Tampoco la legislación de Nuevo México establece descansos.

La gente continúa trabajando en granjas lecheras porque los empleos son estables durante todo el año y, al menos aparentemente, pagan bien en comparación con otros trabajos agrícolas, que son a menudo la única opción en la zona. Pero es difícil obtener datos precisos sobre lo que en realidad gana el trabajador promedio de esas granjas, y pocas fuentes están de acuerdo. Las encuestas han encontrado salarios anuales promedio en cualquier lugar desde 22 mil dólares (en Atlanta) hasta 29 mil (en Denver). Comparado con otros trabajos agrícolas, este parece un salario digno. Pero una mirada más cercana revela que no es así.


Vacas en un rancho en Mesquite, Nuevo México FOTO: Joseph Sorrentino

Alfredo Gómez es un hombre con apariencia juvenil de 56 años, con el pelo gris muy corto y un bigote bien recortado. Es amable, pero no le gusta sonreír a los fotógrafos, pues carece de la mayoría de sus dientes frontales. Su trabajo consiste en alimentar a las vacas, lo cual según él no es demasiado agotador, aunque se despierta a las 2:30 am y trabaja 12 horas al día.

Como a la mayoría de los trabajadores lecheros, a Gómez le pagan un salario diario y no sabe cuánto gana por hora –y es casi imposible averiguarlo–. Sus talones de pago quincenales no contienen ningún registro de días u horas trabajadas. Ganó poco más de 34 mil dólares en 2013, un salario decente, pero trabajó 12 horas al día, seis días a la semana, y a veces más. Sobre la base de su horario normal, eso significa que su tarifa por hora fue de entre 7.84 y 9.20 dólares. Nunca recibió pago de horas extras.

La mayoría de los trabajadores entrevistados para este texto dijeron que tenían que trabajar una o dos horas más allá de sus turnos varias veces a la semana sin compensación. La encuesta NMCLP encontró eso mismo.

Con base en las leyes federal y de Nuevo México, hay exención para pagar tiempo extra a los trabajadores de las granjas lecheras –y del sector agropecuario en general–. De acuerdo con Wilkes, ellos no están considerados para ningún pago adicional, incluso cuando trabajen horas extras, siempre y cuando reciban más que el salario mínimo y no tengan un contrato por escrito que les dé derecho a una paga mayor, un arreglo en la agricultura que es casi desconocido.

Además, muchos trabajadores no reciben salario durante su periodo de capacitación o entrenamiento (si es que lo hay). Los entrevistados para este texto hablaron de períodos de entrenamiento no remunerados que duraron hasta dos semanas. Casi seguramente eso es ilegal. Según Tojoy Volea, secretario de gabinete adjunto en el Departamento de Soluciones Laborales, de Nuevo México, “en general, si un empleador requiere que los empleados asistan a cursos de capacitación… relacionados con el trabajo debe pagar por ese tiempo”.

A pesar de todo, muy pocos trabajadores se quejan, por miedo a ser despedidos y boletinados en una “lista negra”. Casi 50 por ciento de los encuestados por Wilkes dijeron que querían quejarse por las condiciones de trabajo, pero prácticamente todos decidieron no hacerlo por temor a represalias. Además del miedo está el hecho de que, según las estimaciones de Wilkes, más de la mitad de los trabajadores son indocumentados. “Las granjas lecheras prefieren a estas personas como empleados”, dice Jacinto, “porque son gente con temor de quejarse”. Si los trabajadores no hablan y presentan demandas, será poco probable que las condiciones de trabajo cambien.

Pero hay una demanda colectiva interesante impulsada por dos consumidores contra DariGold, una de las procesadoras de lácteos más grandes del país, que puede traer un poco de alivio a los trabajadores en el noroeste y sentar precedente. La leche que abastece a DariGold, con sede en Seattle, proviene de 550 granjas miembros de la Asociación Lechera del Noroeste. El reporte corporativo 2010 de Responsabilidad Social de DariGold afirma que sus proveedores cuidan de forma excelente a sus animales, están preocupados por la seguridad de los trabajadores y tienen una “cultura de respeto y compromiso”. Según la demanda, eso está lejos de la verdad: las vacas son maltratadas y se niega a los trabajadores sus derechos laborales básicos, como la hora del almuerzo, agua potable y un ambiente libre de discriminación. Si tiene éxito, la demanda podría cambiar no sólo la comercialización de DariGold sino también la forma como se trata a los trabajadores y a las vacas, y podría servir como un modelo para litigios en otros estados.

Los trabajadores de las regiones lecheras de Nuevo México no tienen muchas opciones laborales. En el sureste, son las lecherías, o los campos de petróleo, que pagan mejor, pero son más peligrosos y más lejanos de las casas de los trabajadores. En la región centro-sur, la opción es lecherías, o granjas agrícolas, que pagan mucho menos. Así que los trabajadores permanecen tranquilos y van llevando su día a día, sabiendo lo poco que son valorados. A todos los trabajadores entrevistados para este texto se les preguntó qué pensaban, si los dueños de las granjas valoraban más a las vacas o a los trabajadores. Sin dudarlo, todos y cada uno respondió: “a las vacas”.

Angélica Rosario agregó: “Ellos tratan a las vacas como personas y a los trabajadores como esclavos”.

* Este reporte fue apoyado por el Fund for Investigative Journalism.
Fue publicado originalmente en In These Times, 1 de diciembre de 2014.

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