Opinión
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La rechifla catalana a su máuser
E

l pasado sábado 30 de mayo los miles de seguidores que tiene en México el excelente futbol español pudieron darse cuenta claramente de la pitiza y rechifla que la inmensa mayoría de los 95 mil espectadores habidos en el Camp Nou de la ciudad de Barcelona le propinaron a SM Felipe VI de España, presente en la tribuna de honor, y a la Marcha Real, habilitada forzadamente como himno español, que se tocó con enorme estruendo. Era la final de la Copa del Rey, disputada por el equipo local y el Atlético de Bilbao, cuya sede es la ciudad económicamente más importante del País Vasco.

Un pequeño grupo de políticos catalanes, con la solidaridad de un símil de Euskadi, habían hecho conjuntamente el llamado para que así se hiciera y, para fortalecerlo consiguieron que, por unos cuantos centavos la pieza, un empresario simpatizante con la idea les vendiera una crecida cantidad de silbatos.

Lo curioso es que, al repartirse a la entrada del estadio, un gran número de asistentes, tanto vascos como catalanes, declinaron recibirlo porque ya llevaban el suyo; es decir, ya estaban en el entendido de lo que se preparaba y se habían alistado. Padres, hijos, novias y esposas estaban bien dispuestos a manifestar su repudio tanto al novel soberano como a su simbólica marcha.

Así sucedió. De nada sirvió que le subieran el volumen a las bocinas: millones de televidentes y radioescuchas regados por el mundo se dieron cuenta del repudio general. Se dice que en el momento de mayor entusiasmo los decibeles en el estadio se fueron arriba de 115.

Ni en el campo ni en la tribuna, ni antes ni después del partido, hubo fricción alguna entre vascos y catalanes. Al término del encuentro los jugadores y los espectadores se abrazaron y muchos de ellos se fueron juntos a las calles a celebrar... 1a chiflada.

Quienes tuvieron cuidado de sintonizar estaciones de Madrid pudieron darse cuenta de la gran exigencia de diversas autoridades para que se apresara inmediatamente a los culpables… Alguien sugirió, incluso, que ante la imposibilidad de realizar el megaoperativo resultaría mejor cerrar el estadio y, a la manera pinochetista, convertirlo en cárcel de todos quienes estaban adentro.

Obviamente, a la hora de entrar en interrogatorios podría haber salido a la luz Fuenteovejuna. Haiga sido como haiga sido, según la ya famosa frase de nuestro preclaro Felipe Calderón, se ha vociferado que las cosas no se pueden quedar así y ahora se proclama arremeter legalmente contra los instigadores. Es tal la inquina que no es de dudarse, según lo dicho en estos últimos días, que alguno vaya a dar a la cárcel o, al menos, se le imponga una fuerte multa, tal como se hacía en los tiempos de Franco.

¿Creerán las autoridades judiciales españolas que una reacción así de tanta gente al unísono puede achacarse a un solo un instigador? ¿Serán capaces de hacerse de tal manera mages como para suponer abiertamente que tan espontánea actitud no resultaba del completo agrado de todos los actores?

Sumado a los patéticos resultados que ha obtenido el Partido Popular español (neofranquista) en las recientes elecciones municipales, ¿no sería mejor que revisaran cuidadosamente la situación que prevalece en España, que ya no es ni tan única, ni tan grande ni tan libre como se les hizo creer antaño, en vez de recurrir sistemáticamente a la represión?