Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 21 de junio de 2015 Num: 1059

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Pedro Páramo
y sus astros

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Víctor Jiménez

La venganza del idioma
Ricardo Bada

Ramas de luz Ocho
poetas argentinos

Las etéreas fronteras
de la identidad

Fabrizio Andreella

Jorge Herralde
cumple ochenta años

José María Espinasa

Una palabra
Aristóteles Nikolaídis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Luis Tovar
Twitter: @luistovars

El arte (de pretender que) es arte

Pablo Jato es el director, guionista, cinefotógrafo –con la colaboración de Nadia Carro–, editor, autor de la música original y principal productor –en compañía de la misma Carro, Carlos Manuel Balderas, Jorge Velandia, Renato Millar y Óscar Nieva– del documental El espejo del arte (México, 2014). La participación de Jato en prácticamente todos los rubros de la producción hace de ésta, como es obvio, una cinta de autor, es decir, una en la cual el resultado que se ve en pantalla es, por un lado, responsabilidad principal –o casi absoluta– de la capacidad, el talento y el trabajo desplegado por una sola persona, y por otro lado es, también de manera obvia, la ejecución cinematográfica de una idea estrictamente personal, generada inicialmente sin el concurso de nadie más, a la que nada o muy poco le será incorporado en el proceso de elaboración.

Tal parece ser la circunstancia específica que signa este documental y, en ese sentido, nada tendría de particular o digno de mención, como no fuese la naturalmente encomiable porfía de quien levanta y lleva a término un proyecto sin más apoyos evidentes que los proporcionados por un grupo ciertamente reducido de colaboradores y, por lo que puede deducirse, sin el concurso de financiamientos oficiales de ningún tipo sino con recursos propios.

Si se habla aquí de las características de producción del filme es porque tienen una incidencia innegable sobre aquello de lo cual el propio filme versa, a nivel de forma pero, sobre todo, en cuanto al fondo. La intención primera y última del documental es, clara y declaradamente a partir de un texto que bien al principio aparece en pantalla, hacer “una investigación y una crítica” del medio artístico, entendiendo por esto último más bien un segmento específico del mismo, a saber, el mercado pictórico-escultórico-instalacionista-performativo contemporáneo. Como sin ser consciente de lo que en realidad está llevando a cabo, buena parte del filme tiene la función de aclarar –mejor dicho eliminar– este y varios otros sobreentendidos: los múltiples entrevistados, que por separado irán respondiendo las preguntas que el documentalista les va haciendo –las mismas para todos–, hablan acerca de lo que para ellos significa la palabra “arte”, sobre la posibilidad de fabricar artistas, la naturaleza decididamente mercadotécnica de galerías y otros centros de exposición plástica, las mafias que en torno a esta actividad se han creado, la preeminencia –inevitable, y que nadie quiere por cierto evitar– de una perspectiva dinerista en la marchantería “artística”, los engaños inherentes a esto último, etcétera. En otras palabras, los interlocutores del realizador se explayan en los tópicos de sus respectivas profesiones –hay sobre todo galeristas, curadores y críticos de arte, así como un par de creadores–, e invariablemente acaban dándole de un modo u otro la razón al documentalista.

Difícilmente un documental acerca de estos temas podía soslayar el célebre desplante neoyorquino de Marcel Duchamp, el epítome de la ironía y el absurdo del arte contemporáneo consistente en las famosas latas de italiana caca de artista, o la conocidamente miserable condición de vida de creadores que, ya muertos, volvieron millonarios a los tenedores de su obra. Soslayar tales hitos habría dejado notablemente cojo este libelo de Pablo Jato en contra de lo que, más que evidentemente, él considera un fraude palmario disfrazado de “arte” …mucho antes de haber hecho el documental, lo que es decir mucho antes de acercarse a los involucrados en el mercado –más que el espejo de su título– de la plástica tal como se desarrolla hoy en día. De hecho, Jato incorpora ese par de datos como punto de partida y, por decirlo así, los hace flotar todo el tiempo en el ambiente de su documental, de manera que la yuxtaposición de las respectivas respuestas que dan los entrevistados, la aclaración de los sobreentendidos iniciales y las “confesiones” más o menos culposas y/o cínicas de éste o aquél, redundan en prueba de tesis: aquello es arte o no lo es de acuerdo con la opinión de cada quien, si se vende bien o no se vende, todos hablan como si ellos sí supieran y tuvieran la razón y los demás no, y todos le ven la cara a todos y nadie sabe nada de cierto, salvo que las cosas son como son y no hay nada qué hacerle.

Así entonces, El espejo del arte cumple bien con el personalísimo cometido de su realizador, pero deja la sensación de que pudo arribarse a algo más que la confirmación de ideas previas y tan firmemente instaladas en la mente, sin mayor abundamiento histórico ni estético ni plástico.