Opinión
Ver día anteriorMiércoles 24 de junio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Persecuciones contra protestantes en México: siglo XIX
N

ingún otro país de América Latina tuvo tantos casos de persecuciones contra protestantes en el siglo XIX como México. Esto lo afirma el historiador Hans-Jürgen Prien, en su voluminosa obra Historia del cristianismo en América Latina (Ediciones Sígueme, Salamanca, 1985, p. 775). Desde que leí su afirmación me propuse investigar el tema y, tras dedicarle algún tiempo, el resultado verá la luz como libro en dos o tres meses.

Prien concluyó que a lo largo del siglo XIX el número de mártires protestantes se eleva a 59, entre los que vale la pena advertir sólo un extranjero. Se trata, pues, de protestantes mexicanos, victimados por católicos mexicanos. En efecto, el peso fuerte de la labor misionera evangélica descansaba desde fechas tempranas sobre los hombros de los mexicanos, de manera que en 1892, del total de 689 colaboradores que trabajaban en México, 512 eran mexicanos. Por su parte El Evangelista Mexicano (26/6/1890), reportaba que “sesenta y cinco protestantes han sido asesinados por los romanistas en los muchos motines que la Iglesia romana ha levantado contra el evangelio en México […]”. En la última década de la centuria que nos ocupa, habría más víctimas evangélicas que por mucho superaron el centenar.

Para Hans-Jügen Prien el único protestante extranjero (estadunidense) víctima mortal de la intolerancia fue el misionero John L. Stephens, de la Iglesia congregacional. El hecho tuvo lugar en Ahualulco, Jalisco, el 2 de marzo de 1874. Junto con él cayó abatido por la turba de linchadores Jesús Islas. Por lo menos hubo otros dos estadunidenses protestantes asesinados, uno de oficio zapatero, ultimado en agosto de 1824. Se ocupó del caso José Joaquín Fernández de Lizardi en un escrito de abril de 1825, titulado Todos los buenos cristianos toleran a sus hermanos: decimotercia conversación del Payo y el Sacristán. El tercer extranjero inmolado fue Henri Morris, a consecuencia del ataque sufrido por la congregación evangélica de Acapulco el 26 de enero de 1875.

En el siglo XIX contribuyó mucho a la estigmatización de los protestantes la imagen de ellos difundida por los medios oficiales y oficiosos católicos. Se les tildaba de antimexicanos, aliados a los intereses políticos y económicos estadunidenses. En septiembre de 1869, ante la clara evidencia de que en la ciudad de México se consolidaba la Sociedad Evangélica que se reunía en San José el Real número 21 (hoy Isabel la Católica equina con Cinco de Mayo), encabezada por el combatiente contra la intervención francesa Sóstenes Juárez, una publicación advertía: Es un hecho que los sectarios del caduco protestantismo han llegado a México, y se esfuerzan en apartar a los mexicanos de la doctrina, católica, apostólica, romana (Romanistas y evangelistas, Semanario Católico, 4/9/1869, p. 1).

Cuando en 1876 ya existían bien consolidados núcleos evangélicos en distintas partes de la nación mexicana, en febrero de ese año El Amigo de la Verdad, que se publicaba en Puebla, se lanza por igual contra liberales y protestantes: Aquí la impiedad y la herejía son antipatrióticas. Atacar aquí al catolicismo es combatir el vínculo más fuerte y duradero que ata a los corazones de los mexicanos, es combatir a la Patria misma. Hacer aquí profesión de protestante, es declararse francamente traidor a Dios y a la Patria, y llamarse liberal es llamarse amigo de los enemigos de nuestra nación.

En abril de 1871 el sacerdote dominico Manuel Aguas hizo pública en El Monitor Republicano su conversión al protestantismo. Las críticas en su contra fueron copiosas e implacables. Los medios ligados ideológicamente al católicismo lo acusaron de ser antimexicano, fue excomulgado por el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. El Martillo de los Cíclopes (es decir el verdugo de los monstruos, de los deformes), que se publicaba en Orizaba, dijo que Manuel Aguas, al igual que Lutero, era un heresiarca [que hizo] suyas todas las doctrinas de los arrianos, pelagianos y otros más herejes a quienes ha combatido victoriosamente y anatematizado de antemano la Iglesia católica.

Los frecuentes casos de persecuciones contra protestantes llamaron atención a uno de los grandes intelectuales y periodistas decimonónicos, el gran Ignacio Manuel Altamirano. En El Siglo Diez y Nueve demandó justicia para las víctimas de la intolerancia; lo hizo en marzo de 1870, cuando denunció las acciones persecutorias padecidas por los indígenas evangélicos en Xalostoc, estado de México. Meses más tarde, en junio, dedica considerable espacio a los que llama hugonotes de Chimalhuacán, protestantes indígenas atacados por pobladores católicos, quienes fueron azuzados por el cura Bernardo de Villageliú, hijo de la brava Andalucía, comerciante de Veracruz, recién viudo y recién ordenado [sacerdote católico romano], ya de edad madura, y hombre, en fin, de rompe y rasga, de carácter violentísimo y de maneras más propias para dedicarse a la milicia, que para anunciar el Evangelio a los pobres indígenas, escribió Altamirano.

Los hábitos mentales decimonónicos que estigmatizaban a los protestantes, y eran el motor para atacarlos, tuvieron continuidad en el siglo XX y en los años que van del XXI. El linchamiento simbólico cuando se les endilga el término sectas, advenedizos necesariamente disolventes de la armonía étnica, social y familiar, que por otro lado es inexistente, ha tenido una función que precede a los crímenes de odio perpretados contra los protestantes. Son crímenes de odio porque los han cometido los victimarios enarbolando como causa la identidad religiosa libremente elegida por las víctimas.