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Napoleón gana en Waterloo dos siglos después
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200 años de la batalla de Waterloo, poco más de 6 mil figurantes representaron los sucesos del 18 de junio de 1815 en la misma planicie donde ocurrieron. Durante tres días, el público europeo pudo seguir la epopeya napoleónica que tuvo su final con esa derrota.

Los hechos fueron representados de acuerdo con los más estrictos testimonios de la época: movimientos de las tropas, desde luego, pero también conversaciones de Napoleón con sus generales. Los uniformes copiados idénticos a los usados entonces, así como las armas y cañones. El mismo ruiderazo (se excluyó la presencia de niños debido a esto). La representación de la batalla se hizo dos veces: el 18 y el 19 de junio.

Napoleón salió victorioso de estas festividades. Tal parecía que hubiese ganado en Waterloo. Que no hubiera abdicado ni fuese exiliado a Santa Elena. Durante todo el mes, diarios, revistas, radio y televisión franceses evocaron la vida y el destino deslumbrantes, únicos, de este hombre que cambió la faz del planeta. ¿México no encontró un pretexto para acelerar la guerra de independencia, desde hacía tiempo deseada por los criollos, en una rebelión contra el usurpador del trono español impuesto por Napoleón? Sin embargo, Francia se negó a participar en el evento: cuando la conmemoración de Trafalgar, la presencia del presidente francés fue muy criticada. No se trata de conmemorar las derrotas…

Una idea curiosa se manejó durante estas celebraciones: Napoleón sería el antecesor de la Europa actual, su idea de una Europa unida se hallaría a la base de la unión europea de nuestros días. Los comentaristas insistieron en esta idea que no deja de ser rocambolesca cuando se sabe que Napoleón aspiraba a dominar sobre el continente como emperador. Heredero de la revolución, no podía proclamarse rey puesto que la monarquía había sido liquidada por ella. Decide, entonces, autoproclamarse emperador de Francia. Pero su legitimidad es puesta en duda por las familias reinantes en Europa. A la guerra que le hacen responde con la guerra… y la victoria. Le hace falta un heredero que Joséphine de Beauharnais no puede darle. Su matrimonio con una archiduquesa austriaca y el nacimiento de un hijo lo hacen creer en el espejismo de una legitimidad que le sigue negando la coalición europea. Decide así asentar en los tronos de las naciones vencidas a su familia y a sus generales: será el emperador de Europa. Está obligado.

General revolucionario, sus triunfos se suceden en batallas relampagueantes que hacen de él un héroe y una figura mítica en vida. Persona real, personalidad histórica, personaje literario. Aparece desde luego en La guerra y la paz de Tolstoi como una presencia ineludible, pero también en las obras de Víctor Hugo, Balzac, Stendhal y, en México, en la obra de Fernando del Paso, Noticias del Imperio, donde narra la aventura de Maximiliano y Carlota, enviados a México por Napoleón III. Y en tantas otros novelas, biografías, ensayos, análisis.

Su destino, extraordinario, hace soñar: se aplauden sus victorias, se llora por su regreso de Rusia, se sonríe al verlo coronarse él mismo tomando la corona de laureles de manos del Papa, se cierran los ojos ante sus crueldades y cruentas matanzas, se leen con ternura las cartas de amor a Joséphine.

Napoleón sigue despertando pasiones, incluso en los hospitales siquiátricos: no son raros los manicomios con un loco que se cree el emperador y camina con el brazo cruzado sobre el pecho.

Durante las representaciones de Waterloo, se buscó y encontró a un doble idéntico al Napoleón algo grueso de esos momentos. Lo mismo se hizo con los generales y mariscales que lo rodeaban. Se reprodujeron los diálogos según los testimonios más fidedignos. No se escatimó esfuerzo alguno para lograr una representación idéntica a lo sucedido hace dos siglos.

Después, el exilio, el Memorial de Santa Elena, la muerte.

Vivo, perdió el mundo. Muerto, lo conquista, escribió Chateaubriand.

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