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Santos fronterizos: la Santa de Cabora
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eresa de Urrea se inició como taumaturga, es decir, como curandera milagrosa, a partir de su relación con una vieja curandera, Huila, que estaba a cargo de la casa de los Urrea. Con ella aprendió el uso de yerbas medicinales, ungüentos, emulsiones y limpias. Muy pronto, la alumna superó a su maestra.

Su fase de curandera tradicional concluyó después de sufrir una serie de convulsiones que casi la mataron. Cuando mejoraba entraba en profundos periodos de trance y hablaba con la voz de una niña de cuatro años. Se dice que tuvo revelaciones divinas y recibió su misión de parte de la Virgen María.

La muerte de Huila, su maestra, dio pie a la creciente fama de Teresa como curandera, vidente y taumaturga y al pueblo sonorense de Cabora como lugar de peregrinación. En 1890 ya lucía transformado por la romería de visitantes que llegaban de lugares cercanos y remotos. Muy pronto, la prensa se interesó por Teresa y empezó a indagar acerca de sus milagros y curaciones fantásticas, así como de su pasado, sus amores, su enfermedad, sus periodos de trance y sus seguidores.

En las actuaciones de la santa de Cabora se manifestaban tres grandes influencias: la cultura religiosa católica, los conocimientos teórico-prácticos del curanderismo de la zona noroeste y, finalmente, el espiritismo, que estaba en apogeo a fines del siglo XIX. Los seguidores de esa corriente se interesaron en la santa, la protegían y la consideraban una verdadera médium.

Al mismo tiempo, la Santa consideraba como sus tres principales enemigos a los curas, el dinero y los doctores. La Iglesia, en especial los curas de pueblo, le había declarado la guerra y en una ocasión el obispo pretendió excolmulgarla. Por otra parte, la Santa que vivía modestamente y no cobraba por sus curaciones, consideraba al dinero como una fuente de corrupción, de disolución de las familias y como causa de la pobreza en la que estaban sumidos los indios de la zona, los yaquis y mayos que la consideraban su líder espiritual. Finalmente, se enfrentaba con los doctores, que representaban en cierto modo la competencia. Aunque hay que decir también que éstos eran muy pocos y se ubicaban más bien en los centros mineros. Pero sobre todo, para ella la medicina oficial representaba a la ciencia y se contraponía con los planteamientos espiritistas.

La santa de Cabora no era un fenómeno aislado, pero sí excepcional. De hecho, coexistía con una variedad de santos, santas y chamanes que predicaban el fin del mundo y la salvación. Pero, sin duda, ella era la de mayor fama e influencia y hacia Cabora confluía una romería incesante de fieles, enfermos, curiosos y reporteros. La transmisión oral expandía su fama a nivel regional, incluso más allá de la frontera; la prensa nacional y extranjera se encargaba de proyectarla en todo México y a escala internacional. Sus fotografías, siempre muy arregladas, circulaban en diversos formatos; se vendían estampas impresas y escapularios con su foto. La prensa, que publicaba artículos en favor y en contra de ella, difundía su imagen profusamente.

No obstante, las complicaciones políticas y las revueltas armadas en las que se vio envuelta Teresa de Urrea le dieron fama. Si bien ella no buscaba ni pretendía participar en política, tres rebeliones locales en contra de las autoridades regionales, los militares y la dictadura porfiriana usaron su nombre como bandera de lucha: los indios mayos que asaltaron Navojoa al grito de ¡Viva la Santa de Cabora!; los yaquis la retomaron en su guerra larga y sorda contra el gobierno de Porfirio Díaz y, finalmente, los rebeldes de Tomochic, Chihuahua, fueron a visitarla y, de paso, se enfrentaron y vencieron a una partida del Ejército que pretendía capturarlos.

Esa fue la gota que derramó el vaso. La santa y su padre fueron aprehendidos en Cabora, trasladados a Guaymas y se les dio la posibilidad de escoger entre el exilio o la cárcel. Llegaron a Nogales, donde el periodista y espiritista Lauro Aguirre se encargó de protegerlos y acomodarlos. Aguirre diseñó una campaña publicitaria para conseguir recursos y mejorar la imagen de la santa. Desde entonces, la Niña de Cabora se convirtió en una mujer elegante, bien vestida e impecablemente peinada. Atrás quedaron el rebozo, el pelo largo y sus pertinaces seguidores, indios pobres, perseguidos por el régimen y refugiados al otro lado de la frontera.

Instalada en El Paso, la santa inició una nueva etapa de su vida. Lauro Aguirre la relacionó con diversos círculos sociales, propagó sus milagrosas curaciones y la convirtió en líder espiritual de un amplio movimiento político en contra de la dictadura. La santa se movía con soltura por las ciudades fronterizas, incluso viajó a Los Ángeles y Nueva York. Finalmente, se naturalizó estadunidense para evitar la extradición y desarrollaba con éxito sus labores curanderiles y religiosas.

No obstante, su influencia seguía viva en el México porfiriano, cada día más propenso a la revuelta que llevó finalmente a la revolución, que ella ya no tuvo oportunidad de presenciar. La santa murió en 1906, a la evocadora edad de 33 años.