Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 28 de junio de 2015 Num: 1060

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Décimas de la arenita
Ricardo Yáñez

En tren por el norte
de Tailandia

Xabier F. Coronado

Billie Holiday,
la cumbre y el abismo

Augusto Isla

Cómo resistir a las
fuerzas del olvido

John Berger

Leonardo Padura
y la generación
de Mario Conde

Gerardo Arreola

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

¿Sí?

Es un cambio sutil. Algo que ha ido sucediendo en los últimos años, o por lo menos hace un par de décadas no era así. La gente preguntaba: ¿me da esto, me da lo otro, vendrá aquí o allá? No anteponía ese “sí”, que es una especie de confirmación de una promesa. ¿Sí me abre la puerta?, me pregunta el señor que trae el botellón del agua, como si antes se lo hubiera prometido. O, ¿sí me paga la compostura?, pregunta el plomero, o ¿sí me dice si vendré el viernes?, o ¿sí me da para comprar refrescos? Antes, en todo caso, se anteponía el no: ¿no me da para tortillas?, ¿no me dice qué horas son, por favor? En unos años, cambiamos un “no”, por un “sí”, una pregunta directa por una especie de confirmación que viene de otro tiempo inexistente. Será una tontería, pero a mí me inquieta. ¿Será una extensión de nuestra proclividad al eufemismo, cada vez más exagerada mientras, paradójicamente, nuestra realidad se vuelve más brutal, más directa y violenta?

Siempre me ha parecido de lo más interesante este deporte que practicamos en el Altiplano, el de poner colchoncito a las palabras, no vayan a caer de cabeza, de lado o en el hígado del interlocutor, una complicada ingeniería de las intenciones que procura nivelar la súplica y la amenaza, a veces con resultados desastrosos y francamente hilarantes: ya he contado aquí cuando una señorita me amenazó por el teléfono con cortarme “lo que era” la línea telefónica. Me imaginé que le pude haber contestado: eso si logra usted accesar a lo que es su casa de usted. Gracias, habría musitado ella, por aquello de “su casa”, y luego continuaría con su intento de intimidación. En general esta forma de la delicadeza, que tiene su lado bueno –ese lado del equilibrio, del juego con la forma que, cuando funciona, echa mano del ingenio con las palabras, para bien o para mal, para el agrado o para el albur, pero que exige cierta destreza–, ha llegado a la caricatura en los últimos tiempos y uno se burla, la verdad. Por ejemplo, no entiendo a quién le pareció elegante el horrible “accesar” en lugar de acceder o, de plano, entrar, pero así somos de delicados, tanto como que decir las cosas por su nombre nos parece muy violento y por eso usamos el puentecito de “lo que es”. Y tampoco sé si alguien más que su servidora (nótese el eufemismo) había notado este “no” que se convirtió en “sí”.

Entre ¿no me pasa la sal? (ah, conque no me pasa la sal, pues verá de lo que soy capaz para conseguirla) a ¿sí me pasa la salsa? (usted me prometió, en nuestras anteriores vidas, que me pasaría la salsa siempre y hasta la eternidad, de modo que ahora no me va a salir con que no me la pasa), hay una pequeña distancia. Hemos transitado (otro eufemismo, nótese) de la amenaza a la súplica, incluso al reproche, con ese pequeño “sí” –no un “si” condicional, sino afirmativo, con acento, aunque la rae se lo quite– que en los últimos tiempos trastoca la conversación corriente. En una novela de Saramago que me gusta mucho, La historia del cerco de Lisboa, anterior a las que escribió después del Nobel, un corrector de estilo que no está de acuerdo con la tesis del libro que está corrigiendo –un libro de historia sobre el episodio al que alude el título– decide introducir un “no” a la mitad de la argumentación, con el cual logra cambiar todo el sentido del texto. Un pequeño monosílabo transforma, en este caso, la historia de un país.

En mi memoria, pues hace tiempo que no voy a la Madre Patria (eufemismo no. 14), los camareros españoles se irritaban con estas cosas. En lo que uno decía “no me trae, por favor, si fuera tan amable, un cafecito”, éstos ya habían servido cinco y contestaban unas cosas muy malencaradas, también como parte de lo que llamaríamos (no. 15) su idiosincrasia. Pero la brutalidad de la petición equivale, en ese caso, a la rapidez en el servicio. Aquí necesitamos de la ceremonia, de la amabilidad, de esas cosas. Somos muy fijados, como quien dice (no. 16). Y yo no he podido dejar de fijarme en ese humilde “sí” que no tiene alcances como para cambiar la historia, que quizá se puede utilizar para preguntar a los gobernantes en turno: ¿sí cumplirán sus promesas de campaña? (aunque planteada así, les parezca una pregunta demasiado directa, si no son del norte), pero no para pedir cualquier cosa. En todo caso, ese “sí” apareció, hace no tanto, para que yo me preguntara cuándo, cómo y por qué, y de paso escribiera este artículo. ¿Sí leerán La Jornada Semanal el domingo por la mañana?