Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 28 de junio de 2015 Num: 1060

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Décimas de la arenita
Ricardo Yáñez

En tren por el norte
de Tailandia

Xabier F. Coronado

Billie Holiday,
la cumbre y el abismo

Augusto Isla

Cómo resistir a las
fuerzas del olvido

John Berger

Leonardo Padura
y la generación
de Mario Conde

Gerardo Arreola

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Decapitaciones y terror: Irak invadida y desgarrada

Verdugo en jefe

Durante los últimos catorce años, Estados Unidos y sus aliados han lanzando numerosos ataques presuntamente quirúrgicos en contra de líderes de Al Qaeda y otras organizaciones fundamentalistas islámicas en una variedad de países. Estos ataques son promocionados como decapitaciones y parten de la lógica de que al eliminar al líder el grupo se desmorona: cortar la cabeza de la serpiente. Es bastante evidente que la estrategia ha sido un fracaso estruendoso. A esta práctica los extremistas han respondido con su propia campaña de decapitaciones, éstas literales y ampliamente documentadas, que tienen por objetivo provocar terror en el enemigo. Barack Obama llegó a la presidencia en gran medida por su oposición a las guerras e intervenciones de su predecesor. Sin embargo, pronto adoptó la política de las decapitaciones sumarias como un dogma de fe y multiplicó la cuenta de las ejecuciones extrajudiciales. A medida en que nos acercamos al final de su presidencia, Obama no sólo no ha podido cumplir sus promesas electoreras, sino que está a punto de revertir sus paupérrimos logros en el Medio Oriente.

El terror procrea más terror

Si bien la guerra más larga en la historia de Estados Unidos es la engendrada por George W. Bush y sus neocones, es claro que los demócratas han sido cómplices entusiastas que han contribuido ampliamente a complicar y extender las consecuencias de la misma. Los ataques del 11 de septiembre y las inexistentes armas de destrucción masiva fueron los pretextos con que Bush, con apoyo bipartidario, lanzó la “guerra contra el terror” y en 2003 la invasión de Irak. Al eliminar a Saddam Hussein y la estructura del partido Baaz, como cualquiera hubiera intuido, se creó un vacío de poder que no podía ser cubierto por un régimen de ocupación ni por títeres impuestos (Nouri al Maliki y Haider al Abadi) para crear condiciones favorables a los intereses de los invasores. La consecuencia fue una guerra sangrienta que ha costado cientos de miles de vidas iraquíes y la aparición de un poder trasnacional que ha logrado aglutinar recursos y milicias con la promesa de un nuevo orden nativo del Medio Oriente, algo que no sucede desde la llegada del imperio otomano. Esta organización es el Estado Islámico o Daesh, una entidad compleja que ha sabido explotar los rencores, la frustración y el miedo de más de una década de ocupación y agresiones, así como las enseñanzas más retrógradas del islam para conquistar un territorio vasto en el Levante donde ha impuesto un reino del terror que, imaginan, se convertirá en un Estado de pureza y virtud. Para entender la lógica del EI, es apropiado citar a Maximilien Robespierre, un experto en la materia, quien pensaba que: “El terror no es otra cosa que la justicia eficiente, severa, inflexible, es por tanto una emanación de la virtud.” Todos sabemos que Robespierre fue una más de las muchas víctimas del Terror.

Desaires, caos y acusaciones mutuas

Los triunfos y avances recientes de Daesh, especialmente la caída de Ramadi en Irak y Palmira en Siria, pusieron en evidencia la inocultable catástrofe iraquí y el caos de un liderazgo incompetente. El 24 de mayo de 2015, el secretario de la defensa, Ash Carter, declaró que el ejército iraquí no mostró voluntad para pelear. El vicepresidente Biden tuvo que enmendar la ofensa al día siguiente. El 2 de junio Abadi responsabilizó a la coalición por no hacer suficiente para detener al EI y, en una actitud bravucona, anunció que las tribus sunitas apoyarían al gobierno central en su lucha. Para su desgracia, el 4 de junio líderes tribales de la región Ambar declararon que apoyarían al Daesh. El 8 de junio Obama aparentemente desdeñó al primer ministro al Abadi al ignorarlo en la reunión del G7.

El regreso a la ruta del fracaso

Ante la ruina de Irak, las opciones de Obama son 1. seguir bombardeando líderes y 2. armar facciones supuestamente moderadas. Dos estrategias que han demostrado ser fallidas. Cuando un blanco valioso es eliminado es reemplazado de inmediato y las balas que un día son repartidas a una milicia aliada terminan en manos enemigas. Obama anunció el 11 de junio pasado que va a enviar cientos de “asesores” militares de regreso a Irak a establecer una nueva red de bases para “apoyar a las fuerzas de seguridad iraquíes en su lucha contra Daesh”. Obama está obligado a mostrar fortaleza y a evitar que vuelva a suceder algo como el ataque al consulado estadunidense de Bengasi en 2012. Las tropas supuestamente no van a combatir (aunque estarán preparadas para hacerlo) pero estarán “cerca del frente”, asesorando, planeando nuevas decapitaciones y distribuyendo más armas para eliminar el terror con otra virtuosa Campaña de Terror.