Opinión
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Uruguay en la cuenca del Plata
D

e la doctrina Monroe al exabrupto de Theodoro Roossevelt (I took Panamá), las corrientes antimperialistas de Mesoamérica disponen de exhaustivos conocimientos acerca del rol jugado por Washington en el mare nostrum caribeño. No así, en cambio, frente al modus operandi de su majestad británica en la conformación de los países del cono sur.

Detengámonos en tres diplomáticos del Foreign Office, a inicios del siglo XIX: Robert Stewart (vizconde de Castlereagh, 1769-1822); George Canning (1770-1827, hombre clave durante las guerras napoleónicas y de la Santa Alianza), y John Ponsomby (1772-1855), personajes que han sido poco estudiados en la historiografía mesoamericana y caribeña.

Lord Castlereagh fue el primero en diseñar la balcanización del cono austral, espina dorsal de la política colonial británica en Brasil, Argentina y el río de la Plata. Lord Castlereagho Stewart murió loco. Se cortó el cuello con la navaja de rasurar, y Lord Byron le dedicó unos versos terribles: Aquí yacen los huesos de Castlereagh / Detente, viajero, y mea.

Por su lado, el ministro de Asuntos Exteriores Canning apoyó en 1807 la evacuación de la corte portuguesa a Brasil, salvándola de la guillotina francesa. Canning estimuló los movimientos emancipadores, permitiendo un activo contrabando de armas y mercenarios británicos hacia la América hispana. En 1824, luego de la victoria de Sucre en Ayacucho, escribió: La cosa está hecha; el clavo está puesto (...) la América Española ya está libre; y si sabemos dirigir bien nuestros negocios, será británica.

Un año después, Canning firmó en Buenos Aires el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y Gran Bretaña, siendo el primer tratado que firmó Argentina con un país europeo. Y en noviembre de 1825, recibió a un enviado de la Gran Colombia en calidad de embajador, siendo éste el primer diplomático latinoamericano reconocido en Londres.

Seguirían pactos comerciales con México, y con el recién creado Imperio de Brasil, cuya independencia reconoció Gran Bretaña tras las gestiones de Canning ante la corte de Portugal. Del mismo modo, instruyó al enviado británico en el Congreso de Panamá (1825) para alcanzar todos los acuerdos comerciales posibles con los países asistentes, evitando comprometerse en toda alianza política o militar.

En 1826, el Caballero de la Gran Cruz de la Orden del Baño, lord Ponsomby, fue enviado en sucesivas misiones diplomáticas debido a que pretendía a la amante del rey. Durante la guerra de las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio de Brasil, propuso que la solución definitiva del conflicto consistía en independizar a la Provincia Oriental, creándose un algodón entre dos cristales: Uruguay.

¿Con qué mirada tratamos entonces a Uruguay de país chiquito? En todo caso, no pensamos igual en los casos de Holanda, Dinamarca, Austria, Singapur, potencias que caben cómodamente en la geografía uruguaya. O de Bélgica, estado tapón ( buffer state) 5.7 veces más chiquito, inventado en 1830 por el mismo guante imperial que dos años antes había colocado el algodón territorial entre Brasil y Argentina.

Vivian Trías, pensador uruguayo, escribió que la historia de Uruguay ha sido dicotómica, ambigua, ambivalente entre dos destinos opuestos: Estado dependiente articulado a una trama impuesta por el imperialismo, o parte de una Patria Grande verdaderamente soberana. Subrayando que Uruguay siempre se movió dentro de estrechas coordenadas, y en la cuerda floja tendida entre actitudes pro brasileñas o pro argentinas.

Cuando Pepe Mujica ganó los comicios presidenciales de 2010, el poeta Saúl Ibargoyen recordó las palabras finales del general Liber Seregni (1916-2004) en el primer acto público del Frente Amplio de izquierdas (26 de marzo de 1971):

“Uruguay está viviendo intensamente su dramática coyuntura… Con el Frente Amplio se ha creado el instrumento de su liberación. Desde nuestra óptica, la revolución uruguaya pasa por el Frente Amplio, aunque aún haya mucho que unir y organizar en el seno de las clases explotadas” (Uruguay: una victoria de todos, revista Archipiélago, México, no. 60).

Palabras disonantes en una sociedad que, hasta entonces, los medios hegemónicos trataban como la Suiza de América, con estructuras afianzadas, relativamente estables, fuerzas armadas no deliberantes, y alejadas de las bárbaras tragedias latinoamericanas.

El Frente Amplio (FA) no surgió, entonces, para ser pragmático frente a los avatares del capitalismo, sino para cuestionar los mitos urdidos por el viejo patriciado y el imaginario utopista de las burguesías, que ponía a los uruguayos de espaldas al pensamiento político de José Artigas (1764-1850), el más esclarecido de todos los próceres independentistas.

Otro pensador uruguayo, Alberto Methol Ferre, dijo: “La vuelta a la Cuenca es retorno, en un nivel superior, a la visión geopolítica de Artigas, al que hemos achicado a nuestra mera estatura, convirtiéndolo en exclusivo héroe local. Pues Artigas es mucho más que nosotros, y nosotros su fracaso histórico… El Uruguay es la negación de Artigas, y su futuro será su reafirmación”.