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En prisión aprendió a hablar español, escribir, leer y sobre todo que tiene derechos

Para la indígena tzeltal Juana, la cárcel fue la escuela que le negaron por ser mujer

La Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas realiza un programa de apoyo en penales

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Juana, quien estuvo 11 años encarcelada, posa frente a un mural de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de ChiapasFoto Elio Henríquez
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 5 de julio de 2015, p. 25

San Cristóbal de Las Casas, Chis.

Para la indígena tzeltal Juana, la prisión adonde ingresó en 2002 por asesinar en defensa propia a su ex suegro –que abusó de ella– fue la escuela que su padre le negó por ser mujer.

En la cárcel sólo se aprenden cosas malas y la gente se echa a perder, pero yo aprendí a defenderme, a hablar español, a leer, a escribir, a trabajar, a cocinar y, sobre todo, que tengo derechos aunque sea una mujer indígena y que merezco respeto, dijo la mujer, de 44 años de edad, quien pasó más de 11 años en prisión.

Originaria del ejido Santa Elena, municipio de Ocosingo, Juana es el retrato de la mayoría de mujeres indígenas: se casó a los 13 años porque así es la costumbre y no protestaba cuando su marido le pegaba o la maltrataba, pues en las comunidades vivimos con los ojos cerrados.

En plática con La Jornada, Juana contó que con Miguel, su primer marido –con quien tuvo tres hijos–, sufrí mucho porque me golpeaba y maltrataba, pero antes no sabíamos defendernos; no como ahora, que ya abrí los ojos y aprendí muchas cosas.

Agregó que tres meses después de que enviudó en los años 90, su suegro comenzó a acosarla, por lo que decidió casarse nuevamente para ver si me respetaba, pero no fue así y durante ocho años me estuvo presionando para que fuera su mujer.

En una ocasión en que su segundo marido se fue a trabajar, su ex suegro me topó en el camino con un gran machete colgado. Salimos corriendo con mi hijo y nos persiguió. Al llegar al río me paré y le pregunté qué quería; me dijo que si no me dejaba que fuera su mujer me iba a matar.

Ella le respondió: Si ya es mi hora, mátame. Entonces me jaló del pelo y me tiró, pero mi hijo me defendió. Corrí y me metí en el río, él dejó el machete en la orilla, me agarró, me tiró, me desnudó, me quebré una costilla en una piedra al caer y después me violó.

En el forcejeo, agregó, “le metí la rodilla en sus partes, cayó, agarré su machete y lo maté. En la tarde llegaron sus familiares y las autoridades a sacarme de mi casa. Al juez le dije: ‘Pues sí, él me dijo que me iba a matar y me defendí”’.

Continuó: Primero me llevaron al penal de Ocosingo y luego al de San Cristóbal, pero nunca tuve un abogado, sólo un defensor de oficio que nunca alegó la defensa propia y me sentenciaron a 25 años de cárcel.

Juana dijo que en el penal de San Cristóbal conoció en 2009 a la sicóloga de origen español Patricia Aracil Santos, quien coordina un proyecto que ha permitido que 54 mujeres presas, la mayoría indígenas, obtuvieran un diplomado de formación en atención sicosocial para situaciones de violencia, exclusión social y dependencia, otorgado por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (Unicach).

La idea es que salgan con un perfil muy amplio. El diplomado duró 13 meses, 450 horas de trabajo, con una parte previa de alfabetización de tres meses para facilitar que todas las mujeres pudieran acceder, aunque se realizó con base en una estrategia de educación popular, para la cual no hace falta saber leer y escribir.

Una de las cosas más tristes de la cárcel, narró Juana, es que las familias no las visitan, sobre todo en el caso de las indígenas. En los 11 años que estuvo en prisión sólo una vez llegó mi marido para decirme que si quería que consiguiera otro hombre, porque él buscaría a una nueva mujer, que resultó ser la hija mayor de Juana –con quien tiene dos hijos–, que a sus 13 años crió a sus dos hermanos menores al caer presa su madre.

Aracil Santos manifestó que 80 por ciento de reclusas no recibe visitas; además, la alimentación es de menor calidad y cantidad, porque en ocasiones sólo les dan dos comidas.

Juana fue detenida el 6 de diciembre de 2002 y preliberada el 27 de febrero de 2012 junto con Lupita –indígena chol acusada del homicidio de su marido–; su amiga y antigua compañera de prisión se hizo cargo hace más de un año del comedor para estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas, con sede en esta ciudad, lo cual forma parte de los logros del proyecto de Aracil Santos y los demás facilitadores.

Sin arrepentimiento, Juana aseguró: Nunca negué que había matado a mi suegro, porque como digo, si lo niego alguien está mirando que sí lo hice, pero también digo que fue en defensa propia. Si no lo mato, él me hubiera matado y estaría muerta.

Sus hijos, del primero y segundo marido, viven en Santa Elena y sólo tres le dicen mamá, lo que la entristece. Otros “tres no me dicen ‘mamá’ todavía”.

Manifestó que ahora que se ha establecido en San Cristóbal con su nuevo marido, a quien conoció en el penal; ya no quiere regresar a su comunidad porque su ex esposo y ahora yerno la ha estado amenazando con el argumento de que le debe 6 mil pesos. Yo creo que aquí voy a morir.