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Ver día anteriorMartes 7 de julio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mitos neoliberales: la evaluación educativa
A

ntes que nada procede ubicarnos en el mundo que vivimos, en la época que nos toca existir. En todos los ámbitos de la vida social, el mundo se desliza cada vez más hacia patrones que obedecen a los principios y objetivos de la ideología neoliberal y a los intereses del capital corporativo. La superconcentración de la riqueza y el nivel de los megamonopolios alcanzan hoy su máximo histórico. Cuatro megabancos controlan la economía del planeta (ver) y mil 318 corporaciones, representando 20 por ciento, controlan 60 por ciento de la riqueza, y de esas sólo 147 manejan 40 por ciento del flujo económico global (ver: Vitali, et al.,). Pero este mundo comandado por las élites necesita anestésicos que hagan eficiente la integración de los ciudadanos y que lubriquen sus mecanismos de dominación. Requieren de construir ideología para justificar su orden. Un orden que encierra cada vez más riesgos reales y potenciales y que conduce, en el mediano plazo, al colapso de la humanidad y de su entorno planetario, tal y como lo indican los reportes científicos sobre la crisis ecológica y los análisis sobre la inequidad social.

Todo esto resulta necesario para entender el conflicto en torno a la llamada reforma educativa cen­trada en un método de evaluación que intenta do­mesticar a un sector social que se confronta con los poderes fácticos del país y del mundo, no solamente mediante acciones de desobediencia civil e incluso de actos excesivos, sino también de ideas y de proyectos alternativos. Se trata de los 500 mil maestros afiliados al sindicato disidente (CNTE), más los miles que se han ido sumando en los meses recientes justamente como reacción a esa reforma. Estamos hablando, entonces, de un sector que influencia e interactúa con (en las escuelas, es decir, con alumnos y padres de familia) unos 20 millones de mexicanos.

Quienes se sitúan en favor de la reforma en la educación comparten de alguna manera una visión general sobre la realidad y, por tanto, coinciden con los supuestos ideológicos de la civilización moderna. Se trata de enormes mitos, ideas generalizadas y largamente construidas que los análisis rigurosos basados en datos duros han mostrado que son falsas. Destacan, entre otras: el desarrollo es sinónimo de progreso, el crecimiento económico conduce al bienestar social, la producción moderna o agroindustrial de alimentos es superior a la tradicional o campesina, o la ciencia y la tecnología son por definición moralmente buenas y la democracia electoral es legítima. Deconstruir estos mitos modernos es una tarea que realizan intelectuales e investigadores situados en el pensamiento crítico y/o complejo. La modernidad y su motor profundo, el capitalismo corporativo, están en crisis porque sus principales pilares ideológicos están siendo cuestionados uno a uno. El mito de la educación de calidad que hoy se esparce por buena parte del mundo industrial o desarrollado, en realidad ha sido precedido por otro más: el de la ciencia de calidad que se introdujo hace unas dos décadas en el sistema científico y tecnológico del país y que hoy determina buena parte de los sistemas de evaluación académica. En ambos casos se busca generar individuos adaptados y sintonizados con las necesidades de las empresas y las corporaciones y, sólo en segundo plano, con las necesidades del país y, finalmente, con las problemáticas más agudas de la sociedad. El perfil del científico desarrollado o de calidad es esencialmente el de un investigador especializado formado para publicar artículos en revistas internacionales de al­to impacto, no importa a lo que se dedique, ni sus contribuciones como profesor o formador de nuevos cuadros, su conciencia social y ambiental ni su visión o formación humanística. Para ello se diseñaron métodos cuantitativos que califican hasta el valor de impacto de las revistas en que se publica. En México, por fortuna, y gracias a las numerosas críticas, este modelo ha tenido que ser matizado, por ejemplo por el Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt.

Si en la ciencia se ha intentado imponer un modelo caricaturesco de investigador, reduccionista, individualista, competitivo y especializado, con la reforma educativa se busca igualmente generar maestros amaestrados. Para quienes nos dedicamos a la enseñanza, y yo lo he hecho desde hace 48 años, sabemos que la calidad de un maestro depende de toda una variedad de atributos y destrezas, objetivas y subjetivas, además del contexto institucional y material, y sobre todo de valores. Querer reformar la educación mediante un examen a los maestros, con criterios importados de Europa (OCDE) o los países industriales es una tomadura de pelo, más aún si los métodos de evaluación no han sido analizados, discutidos y consensuados con los propios maestros.

La reforma educativa que se quiere imponer de manera autoritaria por la SEP, los empresarios (con Mexicanos Primero como ariete) y avalada en los días recientes por la Suprema Corte de Justicia de la Nación obedece a un pensamiento moldeado por los mitos neoliberales, que visualiza un paraíso mercadotécnico y que olvida los procesos de inequidad social y depredación ecológica que desencadenan. Muy contrariamente a lo que se difunde, la rebelión de los maestros no sólo es manifestaciones, paros, mítines, toma de carreteras y aeropuertos. Como hemos estado leyendo en La Jornada, en al menos media docena de pensadores del magisterio, existe una contrapropuesta magisterial de mejoramiento de la educación que busca otros objetivos, y que no elude la evaluación, sino sus métodos. Se trata de un modelo educativo diseñado para construir otra modernidad, que no olvida que al final de cuentas el sueño neoliberal es una pesadilla colectiva.