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Independencia eléctrica: Año I

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ace cosa de un año, en julio de 2014, empecé a generar la electricidad de mi casa mediante paneles solares, y así lo informé en esta columna. Hubo fallos y errores en la instalación que terminaron de corregirse hacia septiembre y desde entonces los aparatos han funcionado exclusivamente con energía del Sol, no me he quedado a oscuras ni una sola vez y he mantenido, en lo fundamental, mis rutinas cotidianas de siempre. En ese lapso he aprendido un montón de cosas y aquí van las más importantes.

Por supuesto, inicialmente calculé mal la cantidad de módulos fotovoltaicos que habría de necesitar para generar la electricidad que consumo así como el número de baterías necesarias para almacenarla: arranqué con seis paneles de 250 vatios cada uno para una potencia total de 1.5 kilovatios y con 16 baterías de ciclo profundo T-105 de 6 voltios, más un controlador de carga Midnite Solar Classic 150, capaz de operar a 80-96 amperios y un máximo de 150 voltios, y un inversor AIMS de 6 mil vatios a 48 voltios. Muy pronto me resultó evidente que en días nublados la cosecha de electricidad resultaba insuficiente para mis necesidades y que el banco de baterías se descargaba durante las noches más de lo recomendable: terminaba a un nivel del 50 por ciento de la carga, lo que acortaría la vida útil de las unidades. Dupliqué en cuanto pude el número de los paneles, para alcanzar un total de 12, con una potencia sumada de 3 kilovatios, y agregué ocho baterías, para un banco total de 24. Los módulos (cada uno mide 1.6 x 1 metro) ocupan un area aproximada de 19 metros cuadrados del techo de la casa.

Adicionalmente, con el propósito de no castigar a las baterías, me consagré a reducir el consumo: remplacé todos los focos de la casa (incandescentes y ahorradores) por focos LED, que chupan en promedio una décima parte de las lámparas de filamento y un tercio de las ahorradoras. También cambié mi viejo refrigerador por un modelo más reciente, con un consumo eléctrico más moderado; cambié la computadora de escritorio –un monstruo dotado de una fuente de poder de 400 watts– por una portátil y sustituí mi monitor de 27 pulgadas por uno que consume la cuarta parte de electricidad y cuesta mucho menos, aunque no tiene tanta resolución. Finalmente, los calefactores eléctricos quedaron estrictamente prohibidos y en su lugar instalé calefacción con gas LP. Esas medidas me permitieron una reducción del 40 por ciento en los promedios de consumo anteriores y ahora el banco de baterías mantiene como mínimo el 60 o 70 por ciento de su carga, con lo que las pilas tendrán una vida útil de siete años o más.

Hoy sé que la lavadora y la secadora de ropa, la plancha y el horno eléctrico deben usarse de día, jamás de noche, y que una vez que se pone el sol es buena idea restringir el uso de la electricidad a las actividades realmente necesarias, aunque no por ello me he privado de cenar con amigos ni de recalentar comida en el horno de microondas a las tres de la mañana. La bomba que sube el agua de la cisterna al tinaco funciona de manera regular, lo mismo que el portón eléctrico, el presurizador de agua, la licuadora, el molino de café y el taladro.

En este año no he necesitado echar a andar ni una sola vez la planta de gasolina que instalé en la casa para alumbrarme durante los apagones y que me sacó de tantos apuros cuando Felipe Calderón dio un manotazo a Luz y Fuerza del Centro y nos arrojó a las garras de la Comisión Federal de Electricidad. De hecho, no he sufrido un solo corte de energía. Cuando considero importante dar a las baterías un momento de gratificación –una vez cada tres o cuatro meses–, me espero a que haya una mañana soleada y poco atareada y entonces apago el inversor durante dos o tres horas y me pongo a leer. Tengo un par de baterías adicionales de las que echo mano en esos casos para dar energía al timbre, el teléfono y el módem. Además, como la corriente del inversor es perfectamente regular y limpia de variaciones de voltaje, ya regalé los reguladores que tenía por toda la casa para proteger los aparatos. También me deshice de las unidades de respaldo (no-breaks o UPS) porque no los requiero para nada. Aún no me acostumbro a la sensación de tranquilidad que otorga la independencia energética y no termino de maravillarme cuando pienso que la electricidad que consumo esta noche fue generada hace doce horas.

Hasta donde voy, lo más frustrante del proceso ha sido no poder socializar mi experiencia de manera eficaz. Abrí una página de Facebook (http://is.gd/bZYfUz) para compartir lo que había aprendido y organicé visitas a la casa en las que participaron todas las personas que lo solicitaron y en las que pudieron enterarse de todos los detalles de la instalación. Hasta me gané una fama inmerecida e indeseada de ambientalista, a pesar de que mi motivación explícita al optar por la electricidad solar no era beneficiar a la Pachamama sino librarme de la CFE. He realizado y distribuido innumerables cálculos de paquetes medios, básicos y superbásicos con distintas configuraciones de equipos y cuyos costos van de 15 a 50 mil pesos, más o menos. Sin embargo, hasta donde sé, sólo una o dos personas han emprendido la electrificación solar de sus casas basadas o inspiradas en lo que yo hice. Pero seguiré intentando.

Una de las preguntas que me han hecho con mayor frecuencia es: cuánto cuesta eso. Mi respuesta invariable es que eso varía en cada caso y que si yo me endeudé por cien mil pesos o algo así, ello no es necesariamente significativo del costo de una instalación doméstica de energía solar, por cuanto mi idea inicial era generar electricidad y seguir viviendo como si siguiera conectado a la red pública, es decir, no cambiar ni un foco, y aquello era absurdo e irrealizable. Guiado por esa idea equivocada gasté de más (por ejemplo, en un inversor monstruoso, tres veces más grande de lo que realmente necesitaba), y además compré un sinfín de aparatos de medición que no son indispensables ni mucho menos. Creo que con lo que he aprendido en este tiempo ahora podría energizar la casa por las dos terceras partes de lo que gasté, incluso tomando en cuenta el alza del dólar.

Pero cada caso es único. La instalación de generadores fotovoltaicos o eólicos en un domicilio debe planificarse, obvio, en función del consumo correspondiente, pero también en función de la orientación del edificio, de las temperaturas, los vientos y la irradiación solar promedio de la zona. Por otra parte, la instalación (que según yo requiere de trabajadores cualificados) puede abaratarse o encarecerse significativamente dependiendo de las condiciones de la construcción.

La segunda pregunta más frecuente es: en cuánto tiempo amortizarás tu inversión. Y mi respuesta invariable es que no lo sé ni me interesa saberlo. Mi punto es que dentro de siete o diez años probablemente deberé remplazar las baterías. Confío en que para entonces existan soluciones de almacenamiento eléctrico mucho más baratas, elegantes y limpias. Por ejemplo, en abril o mayo de este año el excéntrico Elon Musk, dueño de la empresa de coches eléctricos Tesla, dio a conocer la inminente llegada al mercado de una batería de iones de litio capaz de almacenar 7 kWh. En cuanto a los paneles solares, tienen una vida útil de dos décadas. Pero también en este aspecto la industria evoluciona y acaso dentro de 20 años existan vidrios fotovoltaicos que se instalen en lugar de los vidrios comunes de las ventanas y resulte innecesario subirse al techo a cambiar nada. Por hoy, lo que puedo afirmar con base en la experiencia es que es perfectamente posible bajar para siempre el interruptor por el que pasa la conexión de la empresa eléctrica con nuestros hogares y seguir viviendo como si nada, que para ello se necesitan unos paneles solares atornillados al techo de la casa, unas baterías de ciclo profundo, un controlador de carga, un inversor, un par de fusibles y unos metros de cable, y que todo eso cuesta bastante menos que un Tsuru de versión austera.

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