Autorreflexiones

Floriberto Díaz


Principal mixe y consejero de Floriberto Díaz. Tlahuitoltepec Mixe, Oaxaca. 1991. Foto: Mariana Rosenberg

En 1979, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), presenté un proyecto de tesis bajo el título de Política Autóctona (Análisis de la Represión a la vida Comunal). Ese mismo año, el 6 de julio para ser exacto, me nombraron presidente del Comité pro-defensa de los recursos naturales de la zona alta, una organización de las comunidades mixes a través de sus Autoridades pero como dirigente no autoridad, como en este caso, aunque avalado totalmente por las autoridades locales. Por el mes de septiembre empezaba yo a realizar las primeras observaciones y entrevistas de campo de acuerdo con los criterios académicos de entonces, cuando dos nobles ancianos y principales consejeros en sus respectivas comunidades (Chichicaxtepec y Tlahuitoltepec) me cuestionaron acerca del trabajo que iniciaba. Después de explicarles qué estaba haciendo y con qué objeto, simple y sencillamente me dijeron de manera simultánea: ¿Y esos... señores saben más que nosotros sobre ese asunto? ¡Tú no tienes que presentar examen alguno ante ellos; el examen lo tienes que hacer diariamente ante la gente de las comunidades, y el examen ha comenzado al nombrarte como su representante! ¡Es este examen el más importante y no algo que lleves a otra parte!

El momento había sido oportuno, vivíamos los meses de mayor ánimo para iniciar nuestro proceso de organización en la zona alta y definitivamente iba a marcar nuevas rutas en nuestra vida como Pueblo Mixe. La llamada “de atención” la acepté para reflexionarla, y llegue a las siguientes conclusiones:

1. En el fondo, los ancianos querían decirme que yo, siendo mixe, no podía convertir a las comunidades en objeto de estudio. No querían antropólogos, ni sociólogos ni cualquier otra especie de membretados.

2. Desde mi posición  yo no deseaba, tampoco, adoptar el papel de supuesto investigador neutral sino que el trabajo lo quería realizar en primera persona, pues yo era parte de la reflexión que pretendía; no podía ni quería ocultarme.

3. ¿Para quién iba a escribir finalmente, si la mayoría de mis paisanos eran analfabetos del castellano, y el mixe no se escribía sistemáticamente, como sucede todavía? Mis lectores serían, sin duda alguna, los académicos, los de la ciudad, los que andan buscando qué se dice sobre los indios, para ellos arreglarlo y decirlo de otra manera y darse de científicos sociales.

4. En efecto, el trabajo que comenzaba con el cargo de Presidente del Comité, me abría las puertas de las comunidades para comunicarme con la gente. Allí estaba el verdadero reto de poder entender mi propia realidad y el desafío de buscar la manera de contribuir a superar esa “represión” que yo sabía que existía y que nos asfixiaba a todos.

5. En realidad mi vida tenía que estar al lado de los míos. Entender que no me pertenecen los conocimiento que tengo y la vida que los sostiene lo había entendido desde antes, cuando me salí del seminario; la opción por los míos la había decidido desde antes de entrar a la ENAH, ¿por qué darle tanta vuelta entonces? Para ello no necesitaba letras, sino ganas de trabajar y de buscar salidas en las que todos nos involucráramos. En ese momento ser letrado era ser de la élite, así lo creían los que tenían escuela y los que no la tenían, por eso los primeros abusaban de los segundos.

6. Si quería escribir lo tendría que hacer sobre mis propias acciones, o en las que yo tomara parte importante. Para eso, estaba en ese tiempo con las manos vacías, pues apenas regresaba de las tetas de la cultura occidental.

Han pasado exactamente 15 años de aquel encuentro cuestionador con mis consejeros. Aún no entraba en la crisis de identidad por la que pasé algunos años después, en 1983, !cuatro años más tarde¡ Ser cuestionado por otros no significa mucho problema, pero llegar a enfrentar una crisis interna de identidad, es otra cosa.

Creo que es tiempo de hacer el recuento de esos años. No tanto para mí sino para los paisanos que deseen continuar lo que se ha iniciado con esfuerzo y que ha marchado con muchos obstáculos, de parte de algunos mestizados sobre todo, y también con muchas deficiencias humanas de mi parte. Lo que me propongo escribir no es para ser presentado como tesis académica, no, porque estuve y sigo estando plenamente convencido de que no necesito  escribir una tesis para que la gente valide o rechace mis propuestas, es más una cuestión de compromiso directo de coherencia entre las palabras y las acciones lo que requiere la gente. Sobre esto quiero dar cuenta; aunque he escrito una infinidad de cosas, lo he hecho de otra manera y con otra intención. Ésta será una reflexión desde lo personal y si coincide con los otros escritos de carácter más apologético de los derechos indios, y de un contenido más social, qué bueno que así sea, y si no, de todas maneras puede completar los argumentos.

A lo largo de los 15 años posteriores, esa tesis se ha ido elaborando. Puedo decir con satisfacción que además de tener el apoyo de mis hermanos, esas líneas que elaboré me sirvieron para orientar mis pensamientos en el trabajo con mis hermanos.

Los elementos a analizar dentro de la política autóctona comprendían los siguientes aspectos: tierra, cultura, educación, salud, religión. Ha sido difícil entender qué es política en la práctica. Hasta 1986 tuve la creencia de que quienes nos encontrábamos en la lucha por reivindicar lo nuestro y proponernos hacernos oír por los gobernantes y funcionarios, no hacíamos política. Creo que, en primer lugar, yo mismo estaba en un error y contradecía mi propio planteamiento de “política autóctona”. Posteriormente, llegaría a la conclusión de que mi error consistía en confundir el ejercicio político colectivo con  el individual, y la política en sí con la forma de hacer la política.

Llegar a entender esto implicó el entendimiento de mi identidad, que detallaré más adelante.

La característica de la sociedad occidental, y todo lo que de ella deriva en lo social, económico, cultural, jurídico y político, es la “individualidad”. En el marco de los derechos fundamentales de los seres humanos, la sociedad occidental (europea central, del oeste y el este y la norteamericana) la concepción está en singular, en el individuo, en la persona. La concepción de los seres humanos en esta sociedad es varón-centrista, diluida en los conceptos de hombre, y es también excluyente; los europeos de la Francia revolucionaria y los norteamericano-europeos no pensaron en los varones de las llamadas colonias que aún tenían subyugadas, o en los negros del sur de Estados Unidos.

Esta concepción varoncentrista es sinónimo de homocentrista, antropocentrista, eurocentrista, gringocentrista, cristocentrista, machista. Es decir, en este trabajo, cualquiera de los términos que se encuentren en uso en algunos párrafos, significa todo lo demás.

La política de corte occidental ha llegado a desarrollarse para el individuo varón, porque se explica que él ha sido quien concibió tal objeto de uso. Si bien los griegos entendieron la política como la síntesis de los intereses de la mayoría del pueblo, para los occidentales posgriegos, sobre todo a partir de la Roma cristianizada, la política se convirtió en monista. Es decir, pensar, hablar y trabajar en función de los intereses de la mayoría es justamente lo que alguna vez se llamó política. Parece que la sociedad occidental moderna jamás la conoció, o no la quiso entender ni menos practicar en los casos en que la haya podido entender.

El entendimiento y práctica de la política original griega corresponde precisamente a la comunalidad de nuestras comunidades. Es decir, los pueblos antiguos pueden entenderse mejor. La diferencia en este caso es que los griegos sólo guardan la historia del pasado, que es parte de la sociedad occidental moderna, mientras que los pueblos indígenas estamos vivos. En ambos existen, sin embargo, diferentes actitudes y comportamientos: los griegos son la referencia del pasado de la sociedad moderna y lo que ésta quiera ser en el futuro, mientras que a los pueblos indígenas se les trata de eliminar, o si no, de imponer lo occidental, desechando lo que puedan aportar positivamente a la humanidad.

En la lógica de la sociedad eurocentrista, los “otros” no existen, no son; en todo caso forman parte de la naturaleza no antropocéntrica. El homocentrismo explica la otra característica importante de la política occidental: el ansia de poder, el ejercicio de dominación de los demás, que antropólogos y politólogos caracterizan sobre todo como un proceso de acción individual.

El poder en las comunidades mixes radica real y efectivamente en la asamblea general, delegando sólo la autoridad temporal a las personas conocidas como kutunk. En tiempo y forma las cuestiones son diferentes respecto a la sociedad occidental.

Los occidentales saben perfectamente que el ejercicio de la autoridad se confunde en la mayoría de los casos con el ejercicio del poder, lo que convierte a los políticos en seres invulnerables frente a la sociedad, y en donde el lucro es más importante, no así el servicio.

Sin duda alguna la diferencia consiste en el don de las sociedades indígenas y en la compra-venta de la sociedad occidental. El servicio gratuito de las autoridades en las comunidades mixes constituye un don; un don desinteresado. Mientras que en la sociedad occidental se invierte previamente para llegar a ocupar cargos de alto nivel, porque se sabe que a la larga les va a redituar ganancias.

La política de la que quiero hablar entonces es de la que corresponde a las comunidades indígenas, no de la política lucrativa. Considero también que toda circunstancia de invasión de una sociedad sobre otra, sobre todo de la sociedad europea sobre la indígena, conlleva la imposición de sistemas políticos sobre los autóctonos.

Cuando adopté la palabra “autóctono”, recurría a la búsqueda de una que pudiera ser más descriptiva de nuestra realidad de pueblos. Es decir, partiendo del hecho de que no somos invasores sino invadidos; no advenedizos en estas tierras sino descendientes de los primeros en ocupar estos territorios. La palabra “autóctono” se ajustaba perfectamente a dicha circunstancia. Auto: de la misma, tona: tierra; es decir, de la misma tierra. Política autóctona querría decir la política de los que viven de la tierra y en la tierra, la política de los propietarios reales de las tierras.

La palabra “autóctono” me ha ayudado también a profundizar mi reflexión en la importancia matriz que tiene la Tierra, como Madre, para explicar nuestros pensamientos respecto a la vida y a la muerte, respecto a nuestras acciones colectivas e individuales.

Texto recogido en Floriberto Díaz escrito (UNAM, 2007).
Se publica con autorización de su familia.