La defensa de un bosque
es por la vida de un pueblo

Gloria Muñoz Ramírez y Carolina Bedoya

Xochicuautla, Estado de México.

Esta comunidad ñhathö se resiste a desaparecer, aunque el proyecto carretero Toluca-Naucalpan, que afectará 23 kilómetros de bosques, amenaza su existencia. El objetivo no es menor, pues detrás de esta obra se encuentra un mega desarrollo inmobiliario e industrial en el que quedarán asentadas empresas como la Coca Cola. Se prevé, en lugar de cultivos y bosques, un club de golf y fraccionamientos residenciales con los que se ampliará la opulenta zona de Santa Fe, al poniente de la Ciudad de México.

Ni las intenciones inmobiliarias ni el asedio a Xochicuautla son nuevos. Desde hace unos ocho años inició la tala de árboles en este territorio y en comunidades vecinas. El gobernador de entonces es el presidente de ahora: Enrique Peña Nieto. Lo que los planes gubernamentales y privados probablemente no contemplaron fue la resistencia y valentía de un pueblo aferrado a su tierra, hombres y mujeres que ponen el cuerpo frente a la maquinaria pesada que pretende derrumbar sus árboles, gente que expulsa a policías e ingenieros que ingresan a su territorio.


México DF. 2014 . Foto: Adrián Álvarez R.

Éste es un lugar de lucha. Hasta aquí han llegado en repetidas ocasiones, los pueblos, naciones y tribus del Congreso Nacional Indígena (CNI), red a la que se integró San Francisco Xochicucutla y otras comunidades de la región. Xochicuautla tiene aproximadamente 5 mil habitantes, de los cuales sólo 442 son comuneros reconocidos. Son ellos a los que han querido comprar para que aprueben el proyecto. Son también ellos a los que han encarcelado por oponerse.

El 23 de junio pasado la resistencia comunitaria se intensificó, tras el arribo de la maquinaria pesada que destruyó cientos de metros de cultivos. A partir de esa ofensiva, la comunidad instaló un campamento a la altura del paraje Pon Di Shi, y desde ahí todos los días vigilan sus bosques.

Empieza el mes de julio y en la montaña tres hombres siembran avena, mientras narran cómo las máquinas desprendían de la tierra todo lo que se encontraban: “los trabajadores talaban los árboles como si no tuvieran alma”, relatan. Durante la entrevista los comuneros no contienen las lágrimas, “son de tristeza, pero más que nada de rabia, de ver como el gobierno los trata… Cuando arrancaban la tierra y los cultivos, sentía que me estaban matando a mi”, dice uno de ellos. Los trabajadores y la maquinaria son de la empresa Autovan, filial del Grupo Higa, la misma del escándalo de la Casa Blanca presidencial.

El proyecto avanza a pesar de que la asamblea —que con mañas aprobó el proyecto carretero— fue anulada por los tribunales. Cuentan que en la ofensiva del 23 de junio pasado, un grupo de granaderos ingresó al cerro Pon Di Shi para custodiar a los trabajadores de Autovan, que arrancaron los cultivos de maguey, maíz, haba y papa de la milpa de Andrés de la Cruz, tierras que fueron heredadas de sus abuelos. La rabia y la indignación se mezclan con la tristeza de ver las montañas sin los árboles que los acompañaron desde siempre. La empresa taló más de 23 kilómetros de bosque y, para borrar la evidencia, los enterró en el mismo lugar.

Han sido muchos los ataques a la comunidad y a sus bosques en los últimos meses. El tres de noviembre de 2014, trabajadores de Autovan acompañados de más de 200 uniformados ingresaron al predio de Eugenio Saavedra, en el paraje de Buenavista, donde “destrozaron cosechas sin piedad”. Lo que siguió fue la invasión de más tierras y las amenazas a los campesinos que se opusieran.

Cuando la comunidad interpuso una demanda para anular los convenios, el juicio fue cancelado porque el comisariado de bienes comunales, quien es cómplice de la empresa, se presentó sin abogado y el magistrado lo reprogramó para el próximo 8 de agosto.

Desde el campamento recién instalado, la comunidad citó a los representantes de la empresa para que se presenten y entreguen los documentos que los autoriza para continuar con las obras. Hasta el 3 de julio, los pobladores no habían recibido ninguna noticia ni de la empresa ni del gobierno.

A lo lejos, se observa la comunidad de Huitzizilapan, que también se verá afectada por el paso de la carretera.

El desarrollo no es cemento

En el 2011, la empresa Autovan y el gobierno estatal llegaron a unas seis comunidades del municipio de Lerma para hacer mediciones topográficas, talar árboles y dividir a la población. Las personas de Xochicuautla, presentes hoy en el campamento, coinciden en que los comuneros que supuestamente aceptaron la carretera fueron convencidos con engaños y falsas promesas, aprovechándose de que no serían afectados directamente.

En los cerros de Xochicuautla aún se ven algunas milpas que están separadas de montañas de tierra que fueron arrancadas. Sobre esta tierra se sigue sembrando. Para los pobladores esos territorios guardan toda la historia de los ñhathö. “El bosque otomí es el corazón de nuestro pueblo, ahí se hallan centros ceremoniales de gran importancia, donde agradecemos por las lluvias y las cosechas, y también recolectamos plantas medicinales”, relata Cirilo Reyes, habitante de Xochicuautla.

La autopista acabará con senderos y rutas sagradas para el pueblo otomí y otros lugares importantes dentro de su cosmogonía, como el cerro de la Campana, donde ya ingresó maquinaria. “Para nosotros estos cerros son sagrados porque ahí encontramos paz y felicidad”, afirma Reyes.

“El gobierno”, afirma Cirilo Reyes, “quiere nuestras montañas y el agua, la carretera es sólo una excusa para entrar a la zona”. El bosque, dice Nachita, mientras corta la leña para hacer las tortillas, “es nuestra vida, nuestro sustento. Todo lo que brota de la tierra nos alimenta y lo vamos a defender incluso con nuestra vida”. La mujer añade que la lucha social y jurídica irán de la mano porque las leyes les han dado la razón.

En el campamento, un grupo de mujeres y hombres preparan la comida. Otros adaptan el espacio. Debajo de las lonas los niños juegan, se escuchan risas, consejos y palabras de ánimo para seguir enfrentando las políticas de despojo del gobierno mexicano.

El campamento le ha dado vida y ánimo a la lucha. Está sobre uno de los terrenos destruidos, y aquí la gente de la comunidad y las personas solidarias que los acompañan, realizan talleres y trabajos para mantener vivo el lugar, como siembra colectiva, deshierbar las milpas, talleres artesanales cuyos productos elaborados son vendidos en los pueblos del municipio para sostener la lucha: “En los terrenos que fueron destruidos, estamos plantando arboles frutales y sembrando avena y maíz como una forma de resistencia”, dice Nachita, orgullosa de la resistencia.