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Racismo políticamente correcto
A

punta de reclamos, recriminaciones y manifestaciones los blancos en Estados Unidos han aprendido a morderse la lengua y evitar cualquier comentario racista en contra de los negros. Esto rige especialmente para los políticos, que se cuidan muy bien de ofender a esa comunidad. Pero no sólo eso, si los ofenden y agreden los negros reaccionan.

En 1991 se grabó en video la golpiza que le propinaron unos policías blancos a un negro llamado Rodney King. En el juicio los policías fueron exonerados, con un jurado ad hoc y se desató la furia de la población negra en Los Ángeles y se realizaron protestas que derivaron en saqueos, quema de autobuses y diversos desmanes.

Algo similar sucedió, hace unos 10 años, con unos mexicanos migrantes en Riverside, California, que fueron golpeados con lujo de violencia, suceso que fue televisado. Al respecto se manifestaron algunas voces indignadas, pero no pasó de ahí. No hubo manifestaciones de protesta, nadie salió a la calle, menos aún se provocaron incendios o saqueos. Eran migrantes ilegales.

Recientemente en Nueva York un policía blanco sometió a un hombre negro con una llave de estrangulamiento prohibida y lo mató. No hubo cargos contra el policía. Pero la población salió a la calle, se manifestó y se creó un conflicto grave para el alcalde negro Bill de Blasio que se atrevió a censurar a la policía.

En mayo de 2013 un patrullero del área de San Diego ahorcó, con el mismo tipo de llave, al migrante mexicano Adolfo Ceja y lo dejó sin sentido. El patrullero fue exonerado y se adujo, en el juicio, que el mexicano había fingido el desmayo.

El 9 de agosto de 2015 un policía blanco disparó y mató a un joven negro en Ferguson Misuri, que iba desarmado y según testigos trataba de rendirse. La policía dice lo contrario, que se trató de una agresión. El gran jurado, compuesto por blancos, exoneró al policía y se desató la trifulca, las manifestaciones y el repudio general.

En Pasco, estado de Washington, en febrero 2015, tres policías mataron al trabajador agrícola mexicano Alfredo Zambrano, de Michoacán, con 17 disparos. Al parecer tiraba piedras a los coches y también a la policía. Si bien iba huyendo se detuvo, dio la vuelta y levantó las manos. En ese momento le dispararon. Pueden ver el video que está disponible en YouTube. Hubo reclamos y manifestaciones, pero las protestas no pasaron a mayores. Otro caso similar sucedió en Dallas el 18 de mayo de 2015.

Estos incidentes suelen darse entre policías blancos y sospechosos negros o latinos. Rara vez sucede que un policía blanco mate a un sospechoso blanco, en circunstancias similares, donde hay uso excesivo de la fuerza.

Quizá la prueba más evidente y alarmante de esta sistemática agresión racista contra migrantes mexicanos sea el documental Mi vida dentro, de Lucía Gajá, que retoma el caso de Rosa Olvera, condenada a 99 años de prisión por haber asesinado con alevosía al hijo de su vecina cuando lo cuidaba en su casa. El documental causó tal impacto, que el juicio se ha reabierto y ha recibido apoyo de instituciones gubernamentales del estado de México, de donde es originaria y de la fundación Cinepolis que apoyó el documental.

Poco a poco se despierta entre los latinos la conciencia y la necesidad de reclamar, de salir a la calle y denunciar el abuso policial y los juicios amañados con claro tinte racista. Pero falta mucho. Cuando se trata de abusos a los negros la acusación de racismo suele casi siempre estar presente, cuando se trata de mexicanos, se justifica y se matiza con el pretexto de que son migrantes, pobres, extranjeros, ilegales.

Los estudios de Rubén Rambaut y sus colegas de la Universidad de California han demostrado estadísticamente que en la última década los crímenes (asaltos y robos) han disminuido a la mitad y que los migrantes mexicanos (primera generación) tienen un índice de criminalidad ocho veces menor que la segunda generación, nacida en Estados Unidos.

Detrás de la condena y la persecución a los migrantes ilegales se esconden racistas, xenófobos, nativistas, supremacistas blancos y propulsores del english only. Justifican la represión al trabajador migrante indocumentado, porque está fuera de la ley.

Hace más de dos décadas que en Estados Unidos se libra una batalla sorda y sistemática contra los migrantes, muy especialmente de los mexicanos. A los políticos conservadores se les hizo fácil y redituable colocar como lema de campaña electoral la lucha contra los migrantes ilegales.

Y el resultado más elaborado de toda esta campaña ha sido el discurso inaugural de Donald Trump, cuando se lanzó como candidato a la presidencia en las primarias del Partido Republicano. No se trata de una puntada o un exabrupto. Es una decisión política, muy bien pensada y elaborada por el candidato y su equipo de campaña.

Es una campaña política que irrumpe con una provocación de muy alto impacto y que obviamente espera oposición y confrontación. De eso se trata, de empezar su campaña con un ataque frontal contra los migrantes: pero Trump olvidó poner el calificativo de ilegales. Su ataque fue contra los migrantes en general y el gobierno mexicano que manda gente con un montón de problemas, traen drogas, son criminales y violadores.

Al generalizar de esa manera se develó el trasfondo racista de su posición y hay que agradecérselo. Se hizo evidente lo que por muchos años los políticos conservadores habían tratado de ocular.

Trump pensaba que atacaba a los vulnerables de siempre, a los que permanecen callados en la sombra, que su bravuconada era políticamente correcta. Pero se equivocó. Atacó a toda una comunidad, que finalmente, ha empezado a dar la cara, a defenderse y a denunciar a estos racistas encubiertos.

Nota: la terminología racial de blanco y negro ( black), para diferenciar a la población, es la que se utilizaba de manera oficial en Estados Unidos.