Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 12 de julio de 2015 Num: 1062

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ángel Rosenblat
y la filología

Leandro Arellano

Amores fragmentados
Febronio Zatarain

Magia
Diego Armando Arellano

Afrodiáspora:
del fuego y del agua

Esther Andradi entrevista con Susana Baca

El prodigioso Jean Ray
Ricardo Guzmán Wolffer

El asombro ante
el mundo y el Tao

Manuel Martínez Morales

Graham Greene: dos encuentros con la Iglesia
Graham Greene y Rubén Moheno

Rolling Stones:
¿la última gira?

Saúl Toledo Ramos

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
Escritor belga de relatos fantásticos y de terror.
Crea demonios literalmente perfectos
Collage digital: Marga Peņa

Ricardo Guzmán Wolffer

Para Raquel y Alberto

La obra de Jean Ray (Bélgica, 1857-1964) es vigente por la sorpresa causada por su fantasía de múltiples implicaciones. Uno de sus principales libros es Los 25 mejores relatos negros y fantásticos, que incluye “La callejuela tenebrosa”. Es un texto que a muchos les sonará a Borges, por su premisa: en medio de la ciudad hay un callejón que no existe, excepto para el narrador. Aparentemente nadie vive en esa calle, sólo hay casas de una geometría peculiar: no aparece en los mapas, nadie sabe de su presencia, pero contiene tesoros de alcances ni siquiera soñados. Además, presencias lastimeras pero asesinas habitan otro inmueble.

“La callejuela tenebrosa” está dividida en dos partes: “El manuscrito alemán” y “El manuscrito francés”. En el primero estamos dentro de una enorme casa, donde seres inmateriales se esconden en las habitaciones. Los ruidos y los susurros son el prefacio de la desgracia para cada uno de los habitantes. En cierto momento, escuchan atrás de una pared ruidos indefinibles, “como si caracolas gigantes hiciesen alternar sus tumultos de muchedumbres lejanas”. Un hombre que se asoma por la ventana pierde la cabeza. Es una variante del género gótico, pues en medio de la casa maldita están los invisibles seres espantosos que causan desasosiego con sus lamentos y luego con asesinatos a su paso. “El manuscrito alemán” concluye con la casa envuelta en llamas. Es la muerte misteriosa dentro del lugar habitado: el horror intramuros, en violación del lugar más personal, donde vivimos y pernoctamos. Lo subjetivo es agredido.

En contrapartida, “El manuscrito francés” cambia el núcleo de lo tenebroso: esta calle es misteriosa por romper con todas las leyes físicas conocidas. Así, lo objetivo es inasible: si en la primera parte se perdía la seguridad del recinto individual o familiar, en la segunda toda la ciudad está en peligro: hay zonas ajenas a cualquier raciocinio por romper con los principios básicos de la realidad tangible; el más evidente, que no puede ser percibido por todos: lo externo se impone sobre lo subjetivo, algo ajeno a la realidad compartida existe sin importar nuestra percepción de la misma. En la fantasía de Ray no hay continuidad de la realidad: propone que una parte del mundo puede ser inasequible.

Con ello se emparenta con autores como Lovecraft, al coincidir en la amenaza de lo cercano, donde se esconde lo terrible: en este texto de Ray, la simple falta de continuidad en una acera, comprobada por el narrador, evidencia la fragilidad humana por habitar espacios incomprensibles que aparentan ser comunes. El terror en el enfrentamiento con las voces de la primera parte es tal, que lleva a los personajes a dudar de la coherencia del universo y a buscar asirse a lo conocido: “Traté de encontrar las palabras de contrición suprema que nos reconcilian para siempre con Dios”, pero no lo logra y perece. Eso mismo se repite en la segunda parte, cuando el narrador entiende que es el único capaz de advertir la existencia de ese tramo de espacio. Y duda: “¿Qué leyes rigen este espacio desconocido?” “Hubiera podido hacer curiosas observaciones en cuanto a la yuxtaposición de esta loncha de un cosmos desconocido sobre el nuestro.”

Afín conceptual a Poe, el personaje busca en su ascendencia la causa para ese extraño privilegio de mirar la puerta a otro universo, enclavado en el nuestro. Y recuerda a su extraña abuela, que balbuceaba dudas sobre si su nieto podría volver de esos lugares a los que ella había ido. Durante su funeral, “cuando se encendían los cirios, un inmenso pájaro de tempestad rompió los cristales de la ventana y fue a agonizar sangrante y amenazador, sobre el lecho de la muerta”: incluso la naturaleza cae ante tal artificio perturbador. Finalmente, un día entra en una casa para robar un plato que vende carísimo al anticuario del lugar. Todos los días roba el plato y siempre reaparece uno nuevo en el mismo lugar de la misma casa. “¿No será la condenación la repetición sempiterna del pecado por la eternidad de los siglos?”, y nos recuerda al Aleph borgesiano. Un día, en sus temerarias incursiones al callejón misterioso, el narrador encuentra una nueva puerta en medio de las casas y un extraño ruido que brota de ahí lo sigue como una suerte de nube invisible. Entonces los asesinatos llegan a la ciudad y desaparecidos y muertos se relacionan con el lugar del callejón invisible, como si los cadáveres marcaran el paso de ese otro universo con señales sangrientas, pues estos crímenes “son golpes fáciles para seres invisibles”. Entre la irrealidad de la calle inexistente, de nuevo Ray toma la presencia de entes inasibles para justificar la sangre que salvajemente se ha derramado, aparentemente por la intrusión del narrador; es un mundo desconocido, incomprensible, al que uno puede apenas asomarse, pero no logra detener la furia que ahí se ha incubado por miles de años. “Me doy cuenta, cada vez más, de que la calle y sus casitas no son más que un disfraz, detrás del cual se oculta yo no sé qué horrible cara.”

Al final sabemos que existieron esos seres, pues una de las víctimas (sobrevive unos minutos con los brazos arrancados) alcanza a describirlos como vapores antropomórficos y el narrador decide quemar la calle con sus asesinos habitantes. En su último robo encuentra hojas con “una escritura elegante de mujer” y cierra su manuscrito con el señalamiento de las striges (demonios femeninos alados), “aves nocturnas” en el griego original (con lo cual empata a la abuela de la primera parte, por recibir al ave agonizante en el féretro), enlazando con esa sola mención los dos segmentos del cuento y explicando qué ente maligno ha causado tantas muertes; después atormentará a los descendientes del anticuario que vendía las piezas robadas a una anciana alta “con ojos de pulpo en una cara inaudita”, por conservar el oro maldito, tan usado y amado por los nuevos avaros.

Se trata de demonios literariamente perfectos y una calle imperceptible con alcances metafísicos. Apenas un cuento de un autor magnífico.