Opinión
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Paraguay con el Papa compañero
E

n Asunción, Francisco pidió a los jóvenes que hagan lío. En La Paz, elogió el proceso de liberación de Bolivia (explicó qué entendía por la palabra proceso), y pidió perdón por los pecados cometidos por la Iglesia durante la Conquista. Y en Quito y Guayaquil, enfrió la ofensiva golpista de las izquierdas y derechas, observando que Ecuador se había puesto de pie con dignidad.

Con todo, el país que más necesitaba del vicario de Dios en la tierra fue el postrado Paraguay. Cuya sociedad integra, junto con las de Haití y Guatemala, la tríada de pueblos más castigados por las formas neocoloniales, imperialistas y racistas de América Latina.

Ni caso tiene revisar la opinión de los medios hegemónicos. Hablar en Paraguay de una prensa crítica y alternativa al poder sería noticia. Las plataformas editoriales de los principales ( ABC Color y Última Hora) resultan tan abrumadoras en todos los formatos, que quizá sean los únicos del continente en identificarse, sin ambages, con las élites dominantes.

Sin embargo, siempre será conveniente recordar que Paraguay fue el país más civilizado y progresista del siglo XIX, “…cuando no tenía mendigos, hambrientos ni ladrones, ni mucho menos analfabetos (aún entre los niños)”, como reconoce el agente estadunidense Hopkins en un informe a su gobierno, fechado en 1845 (Juan Silvano Godoy, Monografías históricas, segunda edición, Asunción, 1893).

Hopkins sostiene que durante el gobierno de Carlos Antonio López (1844-62, padre del mártir y héroe Francisco Solano López, 1827-70), “…todos los campesinos, sin excepción de uno solo, trabajaban las tierras en forma permanente. No existía latifundio, ni sombra de oligarquía. El territorio era propiedad pública… En el Paraguay del tirano López no había deuda externa. El país poseía una moneda fuerte y estable, y riqueza suficiente para realizar enormes inversiones públicas sin mendigar empréstitos al extranjero”.

Apunta Hopkins: “…mientras en el resto de los demás países se mantenían con el trabajo esclavo de los africanos, los indígenas y mestizos pobres, de las guerras entre caudillos, de los empréstitos externos y de la entrega desordenada de sus riquezas a Inglaterra, Paraguay se da el lujo de contratar técnicos extranjeros (200 ingleses) para el desarrollo de la industria nacional: altos hornos, fundiciones, fábricas de telas y de papel, astilleros, telégrafo, ferrocarril, pertenecían al Estado y a la nación”.

Peligroso foco de irradiación y ejemplo frente a sus vecinos, el Paraguay de los López fue atacado, invadido y desangrado por las oligarquías de Argentina, Uruguay y Brasil con apoyo del Banco de Inglaterra (Guerra de la Triple Alianza, 1864-70). Y como en Haití después de su independencia, se convirtió en el más desnacionalizado, paupérrimo y entreguista de América del Sur.

Ciento y 38 años después, en 2008, el obispo jesuita Fernando Lugo colgó los hábitos y ganó los comicios presidenciales. Pero las buenas intenciones del Frente Guazú, esperanza de los pobres, duraron poco: tres años y medio. A principios de 2012, el gobierno de Lugo dio a conocer una lista de los beneficiados con tierras de la reforma agraria que debían ser destinados a campesinos. Casi todos, nostálgicos o ex funcionarios de la dictadura de Alfredo Sroessner (1954-89).

El 22 de junio de 2012, Lugo fue derrocado por un Congreso integrado por los exponentes más feroces de la oligarquía, aliada con la inculta, corrompida y creciente clase media guaraní. En este contexto, el discurso de Francisco en defensa de la tierra y una vida más digna llegó con fuerza a millones de fieles que, contra su voluntad, se ven obligados a sostener la base del poder político y económico paraguayo: las tierras malhabidas por 2.6 por ciento de los propietarios, que detentan 85 por ciento de la tierra cultivable y que, constitucionalmente, debían destinarse a la reforma agraria.

Según el comentarista Federico Larsen, de la página Nodal, entre 1954 y 2003 fueron adjudicadas de manera fraudulenta 7 millones 800 mil hectáreas de tierra, equivalentes a 32 por ciento de la superficie cultivable del país. “De esta manera –dice Larsen– millones de paraguayos quedaron históricamente alejados de obtener tierras propias, lo cual generó un conflicto social que aún sigue vigente”.

En Yo el Supremo (1974), novela de Augusto Roa Bastos, aparece un “…escriba encarcelado que recita sin descanso, hasta en sueños, trozos de una descripción de lo que él llama la Antigua Provincia del Paraguay. Para estos últimos aeropagitas sobrevivientes, la Patria continúa siendo la antigua provincia. No mentan aunque sea por decoro de sus lenguas colonizadas, a la Provincia Gigante de las Indias, al fin de cuentas abuela, madre, tía, parienta pobre del virreinato del río de la Plata, enriquecido a su costa”.

Tomará tiempo calibrar la histórica gira de Francisco por Ecuador y Bolivia y, en particular, de su presencia en Paraguay, donde habrá que ver si las mafias del contrabando y el narcotráfico que dominan el país guaraní acusaron recibo de lo dicho por el pontífice romano.