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Ver día anteriorJueves 16 de julio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El crash de Shanghái
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la par de los acontecimientos en Grecia, la prensa financiera mundial siguió de cerca otro desarrollo traumático, quizá de mayor repercusión global: el derrumbe en cámara lenta de la bolsa de valores de Shanghái y, con menor énfasis, los altibajos en los otros dos grandes mercados bursátiles de China: Shenzhen y Hongkong, este último sujeto a un régimen de regulación diferente. El derrumbe en Shanghái no ocurrió en una sola jornada –como el célebre crash de Nueva York del 29 de octubre de 1929, con pérdida de 13 por ciento en ese martes negro– sino que se extendió, si es que ya puede darse por concluido, a lo largo de cuatro semanas, del 12 de junio al 9 de julio, con baja acumulada de cerca de 30 por ciento. También, a diferencia del siglo pasado en Wall Street, no hubo noticia de inversionistas saltando de los rascacielos, quizá porque los de Shanghái tienen ahora ventanas herméticas. De cualquier modo, no pocos analistas vieron el desplome de Shanghái como indicio indiscutible de la explosión de la burbuja bursátil y, con ella, del colapso económico de China, tantas veces considerado inminente.

Más allá de los altibajos del día a día y de la bien conocida y quizá creciente volatilidad de las bolsas de valores en China, interesa registrar y analizar la decidida reacción de las autoridades, cuya muy visible mano intervino para tratar de restaurar un comportamiento regular del mercado, que la mítica mano invisible no proporcionaba. Fue esta intervención la que detuvo las caídas el 10 y 11 de julio, días en que el índice de cotizaciones de Shanghái registró un repunte cercano a 11 por ciento, la mayor alza no sólo en la actual coyuntura sino en los últimos años. En la presente semana se han combinado jornadas al alza con otras de toma de ganancias. No se sugiere que se trate de una inflexión definitiva, pero sí de una muestra de que las autoridades no están dispuestas a dejar de actuar ante comportamientos disruptivos en los mercados.

Fenómeno reciente en perspectiva histórica, las bolsas de valores de China han proporcionado rendimientos enormes desde, por lo menos, los años 90 y han dado a quienes juegan en ellas motivo para infartos en serie, por la frecuencia y magnitud de sus fluctuaciones. En el periodo más reciente, los inversionistas que permanecieron en la bolsa entre noviembre y principios de junio duplicaron el valor de sus acciones; los que se resistieron a vender tras las caídas de principios de junio perdieron un tercio, manteniéndose bien por encima de las cotizaciones de entrada.

Aun reconociendo que las fluctuaciones de las bolsas sólo raramente reflejan el comportamiento y las perspectivas de la economía, en China se identifica un comportamiento alcista sostenido de los mercados bursátiles con una perspectiva expansionista de la actividad. Por ello, este desplome de verano ha venido en un mal momento, al coincidir con el establecimiento de una nueva normalidad, así nombrada por el presidente Xi, de crecimiento moderado y expectativas reducidas. En términos políticos, la lectura del desplome de Shanghái es muy dañina en un país que ha dejado de recibir la dosis de buenas noticias económicas a la que su opinión pública informada se había tornado adicta, sobre todo en las grandes ciudades.

Un componente esencial de la nueva normalidad –la mayor influencia de la demanda interna entre los determinantes del crecimiento– puede ser afectado por la caída de las bolsas, que deprime ingresos y patrimonio de decenas de millones de inversionistas pequeños o al menudeo. El número de cuentas individuales rebasa 50 millones: la quinta parte maneja fondos inferiores a 10 mil dólares; la mitad, por debajo de 100 mil, y cerca de un tercio menos de 500 mil. No hay estimaciones del número de afectados, pero si una fracción de ellos decide salir del juego tras los repuntes recientes, ese cúmulo de órdenes de venta provocaría, ante la explicable escasez de compradores, otra caída. Por ello, la intervención se ha concentrado en tratar de contener las ventas y proporcionar recursos para financiar las compras.

Una cronología de las principales medidas adoptadas, en rápida sucesión, desde mediados de junio destacaría: junio 25, el Banco Popular de China canaliza recursos adicionales a los mercados financieros; junio 27, se instrumenta una nueva reducción de las tasas de interés (la cuarta desde noviembre) y se liberalizan las limitaciones al crédito; junio 29, el Ministerio de Finanzas autoriza a los fondos de pensiones a invertir en títulos de renta variable; julio 1º, la Comisión Reguladora de Valores de China permite que los inversionistas usen sus viviendas y otros activos reales como colateral de créditos destinados a comprar valores; julio 3, anuncia también la reducción y el número de OPI o IPO, ofertas públicas iniciales, y se cuadruplica el capital básico de la Corporación de Financiamiento de Valores para ampliar los créditos de corredores a inversionistas; julio 4, veintiún empresas de correduría establecen un fondo de 20 mil millones de dólares para adquirir acciones; julio 5, el fondo soberano de inversiones de China anuncia que adquirirá paquetes de valores inscritos en bolsa. (Timeline: China measures to prop up the market, The New York Times, 5/7/15.) Estas acciones se interpretaron de dos maneras: como un rechazo del compromiso de permitir mayor libertad al libre juego del mercado o como muestra evidente de la intención de evitar un mayor deterioro de la situación patrimonial de millones de inversionistas, miembros de la celebrada nueva clase media de China.

Buen número de estas medidas de respuesta inmediata al crash de Shanghái –como las reducciones en las tasas de interés activas y la facilitación del acceso a créditos– forman parte también del arsenal de acciones anticíclicas que el gobierno chino ha vuelto a aplicar desde finales de 2014 para evitar que la actividad económica, que se debilitó más allá de lo previsto, se sitúe por debajo de la tasa de crecimiento programada para 2015: 7 por ciento. De hecho, esta fue la tasa anual registrada en el segundo trimestre, por encima de la expectativa media, que la situaba en alrededor de 6.8 por ciento. Hay, pues, razones para aplaudir el recurso a la mano visible, tanto en la bolsa de Shanghái como para la economía en su conjunto.