18 de julio de 2015     Número 94

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

España

Jornaleros inmigrantes
en el campo murciano

Elena Gadea, Carlos de Castro y Andrés Pedreño Universidad de Murcia, España


Manifestación de jornaleros del campo, Murcia, España FOTO: Antonio Ramírez

La región de Murcia, en el sureste español, lleva décadas especializándose en la producción de frutas y hortalizas frescas para abastecer a los mercados del centro y norte de Europa. En este empeño no sólo ha debido garantizar la calidad de sus productos, sino también la de los cuerpos encargados de producirlos, peones de un ejército de reserva que la agroindustria precisa tener en sus campos, pero a los que sólo ofrece un salario precario e incierto.

La producción de esta fuerza de trabajo vulnerable, muy beneficiosa a las estrategias de los empresarios para abaratar los costes laborales, es un elemento fundamental en la competitividad de la agroindustria murciana.

Desde hace dos décadas, esta fuerza de trabajo es fundamentalmente extranjera. Con la entrada de España en la Unión Europea, a mediados de los años 80’s, el país experimentó un crecimiento económico que vació los campos de jornaleros autóctonos y llenó las fábricas y almacenes agrícolas de reivindicaciones laborales. Justo en un momento en que la agroindustria murciana necesitaba, más que nunca, mano de obra barata y flexible. La llegada de trabajadores inmigrantes suministró a la agroindustria nuevos cuerpos jornaleros y acabó con las luchas sindicales para mejorar las condiciones laborales y salariales.

La mayoría de inmigrantes que llegaban a la zona, en situación de indocumentación, se ocupaban en las pequeñas explotaciones agrícolas, en la economía sumergida y con unas condiciones laborales marcadas por la precariedad y la extrema flexibilidad. Muchos permanecían en estas explotaciones hasta que conseguían los papeles, momento en que las abandonaban para acceder a mejores empleos. Este proceso de “fuga” ha constituido el itinerario laboral tipo de muchos trabajadores inmigrantes, pero también ha funcionado como mecanismo de sostenimiento de la economía sumergida y de reproducción de un ejército de reserva altamente funcional a los intereses empresariales.

La legislación española de extranjería ha jugado un papel fundamental en estos procesos, ya que coloca a los trabajadores inmigrantes en una situación de vulnerabilidad, pues su estabilidad jurídica depende de la obtención y mantenimiento de un empleo. Para los ecuatorianos, y para los inmigrantes en general,

“vienes aquí y el trabajo no es un derecho, el trabajo es una obligación porque tienes que cotizar unos meses, porque si no cotizas esos meses a ti no se te renueva la tarjeta de trabajo, con lo cual, o estás trabajando o estás trabajando” (trabajador ecuatoriano).


Manifestación de jornaleros del campo, Murcia, España FOTO: Antonio Ramírez

También las estrategias empresariales de gestión de la mano de obra han ido alimentando ese ejército de reserva mediante la sustitución étnica: marroquíes, ecuatorianos, subsaharianos, bolivianos… Estos procesos se han legitimado en factores culturales, aunque es evidente que la lógica que les subyace es la búsqueda constante de empleados “sumisos”.

Los empresarios son conscientes de que la vulnerabilidad de los trabajadores inmigrantes es mayor en los primeros momentos del proceso migratorio, cuando muchos de estos trabajadores se encuentran en una situación legal precaria y las presiones del proyecto migratorio son mayores. En estas condiciones, es más fácil que los jornaleros acepten el trabajo en la economía sumergida, el salario por debajo de lo que marca el convenio, la cotización de menos horas de las realmente trabajadas, los destajos o el mantenimiento en situaciones de temporalidad más allá de lo que permite la legislación. El recurso a estas prácticas es un modo de contener los costes salariales, a la vez que mantienen al trabajador en unas condiciones laborales que permiten a los empresarios disponer y prescindir de ellos libremente.

“Ya que no pueden estar cambiando nacionalidades como hacían al principio, ahora lo que hacen es rotar a los trabajadores, o sea, no hacerlos fijos, fijos-discontinuos, sino eventuales [...] porque cuanto más estables estén, más derechos te van a exigir y más te van a discutir las órdenes esas que das de mala forma” (responsable sindical, español).

En la agroindustria murciana, como en muchas otras, las desigualdades de género, etnia y ciudadanía han posibilitado la creación y recreación diferenciada y constante, en el tiempo, de un ejército de mano de obra en la reserva para disciplinar la relación salarial y para adaptar la organización social del trabajo a las discontinuidades temporales de la producción y los ritmos de la distribución. Los jornaleros inmigrantes han engrosado, durante las dos décadas recientes, las cuadrillas en los campos; sin embargo, en la actual situación de crisis económica estamos asistiendo a un cierto retorno de los españoles al trabajo agrícola, en un contexto de ausencia de prestaciones y falta de alternativas. De este modo, gracias a la crisis económica, la agricultura salarial cuenta de nuevo con un ejército de mano de obra disponible, vulnerable y altamente disciplinado.


Marruecos

Feminización del trabajo jornalero
y precariedad en el sector fresero

Juana Moreno Nieto


Jornaleras cosehando fresas en macrotúnel

El sector de producción y exportación de fresas y otras berries cuenta apenas con 25 años de historia en Marruecos y, desde sus inicios, ha estado íntimamente vinculado al capital extranjero. A principios de los años 90’s, algunas empresas agrícolas provenientes del sur de España deslocalizaron parte de su producción hacia la costa noroccidental de Marruecos con la intención de aprovechar una mano de obra siete veces más barata que en el Estado español, así como una producción más temprana. Además de la inversión de capital, estas empresas exportaron también el know how de una agricultura intensiva, basada en una elevada tecnificación, con el recurso a variedades mejoradas, producción bajo plástico y numerosos agroquímicos, y en la utilización de una gran cantidad de mano de obra.

En estas dos décadas, los orígenes del capital presente en el sector se han diversificado. Numerosos agricultores marroquíes se han incorporado a la producción agrícola, si bien las empresas empacadoras, congeladoras y exportadoras, que concentran la mayor parte de los beneficios del sector, están en manos principalmente extranjeras. Junto a un surtido número de empresas españolas, y algunas de capital marroquí, en los años recientes se han instalado compañías americanas y europeas pertenecientes a grandes grupos trasnacionales (Danone o Driscoll’s, entre otras) que encuentran en el país norteafricano una plataforma idónea para exportar fresa de contra-estación hacia Europa.

Debido a los lustrosos beneficios que genera para las empresas y los ingresos de divisas que supone para el país, el sector ha sido erigido como succes story en el marco de la actual política agraria marroquí. Sin embargo, se trata de una modelo de agricultura “extractiva” basada en el agotamiento de los recursos naturales del territorio y la explotación laboral de algo más de 20 mil jornaleras.

La fuerza de trabajo del sector está compuesta en más de 90 por ciento por mujeres que trabajan en condiciones de ultra precariedad en campos y empacadoras. Los empresarios no quieren contratar hombres, salvo para labores puntuales. Los consideran conflictivos, menos trabajadores y menos hábiles para el trato de las delicadas berries. Lo cierto es que, mediante el empleo de mujeres, en su mayoría chicas solteras muy jóvenes, han configurado una fuerza de trabajo dispuesta a aceptar los bajos salarios y las malas condiciones que se ofrecen.

Estás mujeres trabajan en los campos agrícolas entre ocho y diez horas diarias por jornales que oscilan entre los 40 y 66 dírhams marroquíes (un dírham equivale a 1.62 pesos mexicanos). La afiliación a la seguridad social es prácticamente inexistente. En las empacadoras existe una mayor regulación laboral. La tasa de cobertura social es más alta y el salario mínimo está establecido en 12.3 dírhams la hora, si bien en muchos casos las trabajadoras reciben apenas la mitad del mismo. Por supuesto, las horas extraordinarias no son contabilizadas en unas jornadas que llegan a prolongarse hasta 16 horas en los picos de la temporada. A las jornadas señaladas, deben añadirse los desplazamientos de hasta tres horas que las jornaleras realizan cada día, hacinadas en camiones o furgonetas, entre sus hogares y los campos o empacadoras.

Samira trabaja en una empacadora de fresas a unos 30 kilómetros de su pueblo. El trayecto hasta allí lo hacen en camión, todas de pie, sin asideros. Comenta bromeando que como ella es muy bajita le falta el aire. Tardan casi tres horas en llegar pues van recogiendo mujeres por distintos pueblos en el camino. Así, en un día normal salen de casa como a las 7:00 am para empezar a trabajar a las 10:00 am y a la noche acaban como a las 10:00 pm pero llega a casa entre las 12 y la una de la mañana.


Detalle de invernaderos de fresa en la zona de
Moulay Bousselham, Marruecos

Asimismo, en ambos espacios de trabajo las mujeres se ven expuestas a constantes hostigamientos verbales y al acoso sexual de capataces y patronos. Estas agresiones son raramente denunciadas, tanto por las reticencias de la judicatura para condenarlas como por la posición vulnerable de estas obreras a las que acompaña una cierta “mala fama” por el hecho de trabajar en el exterior de sus comunidades y que temen verse estigmatizadas al hacer públicas estas agresiones.

Todo ello ocurre en un contexto marcado de connivencia entre la patronal y las autoridades públicas, por un lado, y la ausencia de organización sindical, por otro. En efecto, la impunidad de la que gozan productores y empresarios para incumplir la legislación y represaliar las voces discordantes, junto a la inestabilidad y la falta de legitimidad social de los empleos de estas jornaleras o su reducida edad, son algunos factores que dificultan la organización de las trabajadoras en el sector.

En definitiva, el caso del sector exportador de fresas marroquí constituye un ejemplo paradigmático de cómo el capital transnacional aprovecha, al tiempo que refuerza, las desigualdades territoriales y de género para maximizar sus beneficios y de cómo los distintos ejes de desigualdad marcan las experiencias de explotación de las mujeres.

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