Opinión
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Gisèle Freund en el MAM
N

o es la primera vez que un recinto del Instituto Nacional de Bellas Artes exhibe individualmente a esta notable fotógrafa, ardientemente antifascista, quien se naturalizó francesa, aunque nació en Alemania en una familia judía.

El acervo fotográfico del Museo de Arte Moderno (MAM) es algo más abundante de lo que uno pudiera imaginar y es el momento de recordar la labor que desempeñó como organizador de esa colección Ángel Suárez Sierra (fallecido en 2011).

Sylvia Navarrete, curadora en jefe de esta muestra y directora del MAM –auxiliada por Samuel Villela e Iñaqui Herrasti–, organizó una exposición que incluye algunas fotografías de autores mexicanos, como Armando Salas Portugal y Kati Horna, entre otros, que compaginan con los aspectos históricos y ambientales que la propia Gisèle Freund, muy amante de nuestro país, nos entrega.

Los retratos exhibidos dan rostros de personajes cuyas aportaciones corresponden con momentos claves en la historia del siglo XX. Creo que pocos fotógrafos tuvieron oportunidad de retratar a James Joyce, junto con Adrianne Monier, cuya librería era en cierto modo rival de la editora del Ulysses, de Joyce, o a la pareja Sartre-Simone de Beauvoir, a quienes rememoramos en la muestra igual que a Matisse o Jean Cocteau, objetivo de una de las más interesantes tomas de Freund, con sus finos labios ligeramente retocados de billet rosado y una mano enorme muy manicurada que cae justo junto a su rostro, foto de la que existen al menos tres versiones tomadas probablemente en la misma sesión, en 1939, época en la que Cocteau escribía su alterntiva teatral titulada Los monstruos sagrados, que tiene que ver con escenarios y personajes de la commedie française. Para entonces, Cocteau había logrado domeñar una etapa en la que frecuentó los paraísos artificiales de la droga y aún le quedaba mucho por hacer en torno a guiones y tramas cinematográficas.

Las tomas de Gisèle Freund en México son bastante conocidas, desde mi punto de vista las que se refieren a paisajes y ambientes mexicanos son más encantadoras que sus sesiones con Diego Rivera y Frida Kahlo; eso sucede por la saturación a la que nos han llevado ambos personajes, lo que ha contribuido a que ya no se preste la atención debida a su arte, aunque la fotografía de Frida fumando haciendo pareja con una talla en piedra prehispánica, en el patio de la Casa Azul, resulte mencionable igual que su conocido retrato en silla de ruedas acompañada por el doctor Farill, a quien ella regaló el autorretrato también captado en la fotografía.

Es deleitoso encontrarse con André Malraux (su fisonomía abre la exposición) un poco desgreñado, muy bien parecido, o con André Breton ya en cariz de pontífice surrealista, el rostro totalmente de frente y con un pipa, aunque en realidad no está fumando, pura apariencia narcisítica.

Bello es el retrato de la escritora Victoria Ocampo (1890-1979), fundadora en Buenos Aires de la revista Sur, feminista, colaboradora de la Revista de Occidente en la misma época de Alfonso Reyes (amigo de ella y al parecer responsable de su segunda visita a México).

El público que asiste al MAM, ahora mayoritariamente atraído por la muestra objetual y de denuncia de Lorena Wolffer, completaría de modo muy adecuado su visita observando las fotos de la exposición Gisele Freund y su cámara.

La tercera muestra temporal en el recinto es Zona de riesgo, de Carlos Aguirre, quien como se recordará formó parte del grupo Proceso Pentágono y es uno de los artistas claves en el cultivo del conceptualismo en la instalación.

Es desde luego ineludible y muy importante para la absorción cultural implícita en lo que los museos ofrecen, su visita y de ello da cuenta el numerosísimo público de exposiciones como las que actualmente tiene el Museo del Palacio de Bellas Artes, de las que ya me he ocupado, pero hay otros recintos, y uno es el MAM, que además de ofrecer registros de la modernidad a través de la colección permanente, con originales de Tamayo, Siqueiros, Rivera y Frida Kahlo, dan cuenta de la vigencia de otros medios como los que he mencionado en esta nota.

La exposición de Wolffer, que ha atraído bastante público, es antes que nada testimonial y los testimonios están representados o si se quiere condensados en la serie de objetos expuestos en una sección de la galería Fernando Gamboa, además de la estremecedora sección introductoria anexa al ingreso y que continúa en los mensajes inscritos con pintura blanca sobre los postes que llevan al acceso a la sala Gamboa.

Una vez allí, el público recibe una carpeta bien organizada y numerada que contiene los mensajes de denuncia a los que aluden los objetos colocados en los muros.

Se trata de experiencias, la mayoría terroríficas, vividas por mujeres. Más que una muestra de arte es un medio sui generis de exhibir denuncias de la autora conceptual y activista, ex directora de Ex Teresa Arte Actual. La selección y el montaje corresponden al curador Octavio Avendaño.