Opinión
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Camilo Maccise, desde el invierno eclesial
A

l hojear el manuscrito original de cerca de 600 páginas de Camilo Maccise, proyecto de memorias, inmediatamente me surgieron numerosos nombres de muchísimos sacerdotes comprometidos con causas sociales e instituciones que fueron silenciados, arrinconados y cuestionados por la propia Iglesia en ese largo péndulo conservador que abarcó los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, es decir de 1978 a 2013, cerca de 25 años. Ariel Rosales y Enrique Calderón, de Random House, pedían mi opinión sobre el proyecto editorial de las memorias del carmelita descalzo que narra esa larga noche que la Iglesia vivió con dramatismo y que Hans Kung, el teólogo suizo rebelde, llamó el invierno eclesial. Esos textos retrabajados y compactados son ahora un bellísimo libro titulado: En el invierno eclesial, memorias de un carmelita profeta. Camilo Maccise anticipa con su libro la crítica a la corrupción imperante en la curia romana. Las memorias de Camilo relatan hechos y acontecimientos históricos de la Iglesia latinoamericana e internacional, experimentados directamente por el autor, a modo de ensayo y crónicas. Camilo padece y resiste, así lo relata en el libro, la Iglesia autorreferencial que el papa Francisco tanto detesta. Esa Iglesia encapsulada, triunfalista y autocomplaciente es parte de la atmósfera en que se desenvuelve el Camilo que como superior soportó en Roma. Por ello, de manera meticulosa, nos devela al aparatado eclesiástico conservador que ante la modernidad se presenta como contracultural. Ahí desfilan personajes poderosos como Alfonso López Trujillo, Angelo Sodano, Darío Castrillón, Eduardo Somalo, Marcial Maciel, Gi­rolamo Prigione. Camilo Maccise denuncia la excesiva clericalización de la curia romana, proceso calificado, de otra manera, por el vaticanista Giancarlo Zízola como restauración.

Yo lo conocí, exlamó el papa Francisco. El pasado 17 de mayo, el carmelita Bernard Thanpamalilil, de India, en audiencia privada le entregó el libro. Cuando el Papa se acercó a saludarlo, Bernard estiró la mano y el Papa vio el libro con el rostro de Camilo; expresó: Yo lo conocí, fuimos amigos. Trabajamos juntos en el sínodo, y el religioso le dijo que era un regalo para él, por lo que el Papa lo tomó en sus manos con afecto, según narran las crónicas. Ciertamente, Maccise y Bergoglio son casi de la misma edad y tienen también una trayectoria paralela, vienen de un pasado eclesial muy conservador y ambos son hijos del Concilio Vaticano II. El P. Camilo nació en 1937 en Toluca e hizo su primera profesión como carmelita descalzo en 1955. Se desempeñó como prior provincial de la provincia mexicana y luego fue elegido prepósito general (superior general) de los carmelitas descalzos por dos periodos, de 1991 hasta 2003. Con una posición inspirada en la Teología de la Liberación y en su calidad de biblista, fue miembro de la Confederación Caribeña y Latinoamericana de Religiosas(os) (CLAR) a partir de 1975 y autor de numerosos artículos y libros. En particular su palabra, testimonios, docencia y bibliografía estimularon a toda una generación de cristianos en su compromiso social por los pobres; en especial, miles de religiosos de vida consagrada. Camilo Maccise soñaba con una vida religiosa profética y una profunda espiritualidad, de acuerdo con el carisma de cada orden religiosa. En la década de 1970, Maccise fue protagonista del pensamiento católico latinoamericano junto con Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Enrique Dussel, Ronaldo Muñoz y otros teólogos progresistas. Toda esta corriente teológica recibió el embate de Roma, preocupada por ser una una supuesta amenaza a la pérdida de la identidad de la Iglesia. Surgen personajes poderosos como el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, el mismo Ratzinger, quienes encabezaron dolorosos procesos disciplinarios bajo fórmulas autoritarias y doctrinarias conservadoras.

A pesar de las reservas de los sectores conservadores fue presidente de la Unión de Superiores Religiosos entre 1994 y 2001. Hijo de padres libaneses, Camilo Maccise fue el mexicano que escaló el más al­to cargo en la jerarquía de congregaciones religiosas en el mundo. Su identidad compleja, originaria de raíces libanesas, mexicanas y latinoamericanas, lo convirtió en mediador natural entre las diferencias. Era cercano al policentrismo religioso. Desde su infancia fue un actor global, puente entre diferentes culturas; tuvo un amplio manejo de idiomas. Maccise configura una visión cultural amplia. Además fue muy abierto a los reclamos de la mujer, de los divorciados vueltos a casar y de aquellos dilemas propios de las sociedades modernas.

El libro del padre Macisse es un valioso testimonio de los grandes contrastes en la institución. Con objetividad, nos muestra las entrañas y de lejos se adelanta a los fenómenos que se conocieron como Vatileaks. Desde el mundo de los religiosos en Roma, denuncia y descifra las tentaciones de poderío y vanidad en el Vaticano, los rejuegos de negociaciones complejas, los caprichos y obsesiones de personajes que marcarán un periodo. También a cuestionado el pontificado de Francisco. Sin embargo, a pesar del tono de denuncia, Maccise se muestra como un amoroso defensor de su Iglesia.

Uno de los textos más famosos del libro es la referencia a la violencia en la Iglesia. Es un artículo que reivindica los derechos humanos de los actores religiosos dentro de la Iglesia, una de las cuestiones más candentes. Maccise manifiesta la existencia de tres formas distintas de violencia: el centralismo, el autoritarismo y el dogmatismo doctrinal. “El centralismo –expresa– es una forma refinada de violencia, porque concentra el poder de decisión en una burocracia eclesiástica que ignora los retos que afrontan los creyentes en los diversos ámbitos socioculturales y eclesiales”; la violencia del autoritarismo se reviste de un poder sagrado y se ejerce bajo la discrecionalidad y el secreto de los hombres que legislan sobre temas que no conocen. Finalmente, la violencia del dogmatismo, que no admite el hecho de que vivimos en un mundo pluralista e impone una sola perspectiva teológica, la tradicionalista, elaborada a partir de condicionamientos filosóficos y culturales de épocas pasadas. El libro es altamente recomendable.