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Totoles

U

na de las presencias domésticas que con mayor afecto recordamos es la del guajolote. Su singular figura, su andar majestuoso, la manera en que exhibe su plumaje, su moco de colores llamativos y su típico cacaraqueo que se presta al juego nos es cercano. Y lo es más aún en las poblaciones en que se les cría para consumirlo en celebraciones, como presente u ofrenda.

En estos casos el guajolote se vuelve parte de la familia, como bien comenta el doctor Andrés Medina Hernández, quien se ha dedicado a estudiarlo desde diversos ángulos. Y es que los guajolotes, escribe Diego de Landa, en la Relación de las cosas de Yucatán, son penosos de criar. Esto se debe a que los polluelos o totoles, como se les nombra en náhuatl, son muy vulnerables.

Por eso es usual que las mujeres de la casa les den pequeñas cantidades de masa en el pico. El maíz es el alimento que ingieren con mayor frecuencia, no sólo la masa, sino también el nixtamal y el machigüe, que es agua en que éste se preparó, los granos quebrados y las tortillas frescas y duras.

Cuando crecen, serán los niños y los abuelos quienes se encarguen de que anden en el campo y el traspatio para que coman piedrecitas que les facilitarán la molienda de maíz quebrado, insectos, gusanos, frutas maduras y otros alimentos que ingieren en este libre pastoreo. El vínculo con la familia es tal, que muchas veces se prefiere comprar el guajolote que van a comer.

La domesticación del guajolote en Mesoamérica es muy antigua; hay datos arqueológicos que la ubican hace 5 mil años. Desde entonces sirvió como alimento; sus huesos y plumas fueron materia prima para hacer utensilios y adornos. Los antiguos médicos mexicanos también lo utilizaron para curar algunas enfermedades y estuvo presente en ceremonias religiosas (A. Estrada Mora y otros, “La crianza del guajolote (Meleagris gallopavo) en comunidades indígenas de la región del centro de México”).

En estos aspectos hay continuidad cultural. Por ejemplo, los pizcadores que se hacen labrando su fémur y los plumeros de uso doméstico; también los sombreros de los wixárika (huicholes), coronados con sus plumas.

Los médicos tradicionales usan los huevos para curar los malestares causados por la envidia; también para el enfriamiento, la fiebre y el dolor de cabeza. Las plumas se usan en limpias y para detener las hemorragias. Cuando éstas son nasales, las plumas se queman y el paciente inhala el humo (ver Camacho Escobar y otros, “Guajolotes de traspatio en el trópico de México” ). A su presencia en ceremonias, nos referiremos luego.