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El paraíso perdido de los ponchis-ponchis
H

ay nostalgia para todo, ya se sabe. Y me imagino que, quienes fueron veinteañeros reventados en los 90, deben tener una intensa añoranza por el ambiente aturdidor de los raves y las discotecas tecno que, propulsados por drogas como la cocaína y el éxtasis, daban una sensación universal de amor y poderío. Ese es el mundo que describe afectuosamente Edén, cuarto largometraje de la talentosa cineasta francesa Mia Hansen-Love.

Nacida en 1981, la directora estaba muy joven para haber apreciado dicho ambiente en sus inicios. Por ello, colaboró en esta ocasión en el guión con su hermano mayor Sven Hansen-Love, quien introdujo elementos autobiográficos en la historia de Paul (Félix de Givry), un joven que desde su adolescencia ambiciona ser un DJ (o pinchadiscos, como dicen los españoles). A lo largo de los años, junto con su amigo Stan (Hugo Conzelmann), Paul va a formar el dúo Cheers, cuya música él mismo define como una mezcla del sonido Garage con las cadencias Disco. (La nomenclatura es francesa).

Desde luego, hay varios personajes en la periferia de Paul en ese vívido retrato generacional. El siempre deprimido Cyrill (Roman Kolinka), un inspirado dibujante que hace la crónica del inicio del movimiento a manos del neoyorquino Larry Levan, tendrá su peso en la historia. Desde luego, cuentan mucho las presencias femeninas. La gringa Julia (Greta Gerwig), una escritora en ciernes, será el primer amor imposible de Paul, quien luego se conformará con el afecto incondicional de Louise (Pauline Etienne). En un principio ella se conforma con ser su plato se segunda mesa, pero eso también tendrá su consecuencia. Otra presencia constante es el hedonista Arnaud (Vincent Macaigne), de gran influencia en el medio. Y por ahí hay aparece un par de esmirriados franceses que se hace llamar Daft Punk.

Para quien esto escribe, ese movimiento me pasó literalmente de noche y marcó, por razones de edad también, mi alejamiento de las fiestas juveniles. La música de monótonos patrones de bajo y percusión, a volúmenes de sordera, siempre me pareció un buen pretexto para ausentarme. Sin embargo, puedo apreciar que el fresco pintado por Hansen-Love es auténtico. Con una mirada distante, similar a la empleada por Olivier Assayas en Fin aôut, début septembre, de 1998 (la similitud no es casual: Hansen-Love debutó en esa película como actriz y es ahora la pareja de Assayas), la cineasta se concentra en elementos de atmósfera, ritmo narrativo y descripción de personajes para mantener la vitalidad del relato, a pesar de que los sucesos puedan parecer tan monótonos como la música misma.

El protagonista de Edén es descrito como un adolescente perpetuo, un hombre incapaz de madurar por su compromiso emocional con una moda que, como todas las modas, está condenada a la obsolescencia. En ese sentido, es importante el contraste con Louise cuya vida sí sigue un proceso de maduración. (Hansen-Love sí procura cambiar el aspecto de la mujer para denotar el paso del tiempo, en cambio mantiene a Paul sin mayores transformaciones físicas). Todo terminará cuando el personaje comprueba haber llegado a un punto crítico: sin dinero porque Cheers ya no es rentable, adicto a la cocaína y mantenido por su abnegada madre (Arsinée Khanjian).

Tarde o temprano, la madurez le llegará a Paul. Atrás quedarán los ambientes atiborrados de gente pegando de brincos al son de los ritmos machacones, bajo luces rojas y verdes. Es el momento de la sobriedad, de intentar crecer. Pero nadie le quitará lo bailado.

Edén (Eden) D: Mia Hansen-Love/ G: Mia Hansen-Love, Sven Hansen-Love/ F. en C: Denis Lenoir/ M: Canciones varias/ Ed: Marion Monnier/ Con: Félix de Givry, Pauline Etienne, Vincent Macaigne, Hugo Conzelmann, Roman Kolinka/ P: CG Cinéma, France 2 Cinéma, Blue Film Production, Yundal Films. Francia, 2014.

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