Costa Rica
Cuando la legalidad
no significa justicia

Sin título (goma bicromada). Foto: Arturo Hernández

Zuiri Méndez

Era 1989. Don Antonio Zúñiga defendía desde Ujarrás la cordillera de Talamanca denunciando el comercio ilegal de animales. Los cazadores lo asesinaron frente de sus hijos. Este crimen continúa impune, mientras la familia sigue viendo a los asesinos caminar en su pueblo, sin que nunca se haya levantado un proceso judicial por el homicidio de uno de los primeros ecologistas en Costa Rica.

La imagen de paz asociada con un un país puede ser alentadora, casi esperanzadora pero, lastimosamente, puede convertirse en una pesadilla por espejismo. En este país hay un silencio de abuelos que cuentan los crímenes de guerra del 48, del Codo del Diablo, silencio por el múltiple asesinato contra los compas de Acción Ecologista (AECO) en 1994 y 1995 por luchar contra la Stone Forestal, silencio por una ley de autonomía para territorios indígenas que tiene 20 años de rodar por los curules de la asamblea con miras a que desaparezca, y silencio por el asesinato impune de Jairo Mora, defensor de las playas de Limón con sus sagradas tortugas, en 2013.

Durante lo que va de este 2015 se ha procesado judicialmente a más de 50 personas por participar en protestas. Entre ellas, 24 personas detenidas para el juicio del caso APM Terminals, donde Paula Briones fue condenada a cinco años de cárcel por manifestarse contra la construcción del megapuerto en Moín, Limón.

Los jueces en los tribunales también decidieron que cinco activistas irán a juicio, porque luchar junto a comunidades por el acceso a un sistema de salud digno también es un delito. Su agravio es ser parte de más de 35 personas arrestadas durante una jornada de hace dos años, cuando pueblos del occidente del país se manifestaron al frente del edificio de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), en San José. Estas cinco activistas, entre ellas Marita Arce, reconocida investigadora, tiene dos años de vivir un proceso judicial y mientras tanto, sigue tejiendo acciones al igual que sus compañeros demandados, quienes continúan trabajando en defensa de territorios, con silencio digno, en vez de pedir un rescate de su demanda penal. Nosotros decimos que en cada una de estas personas habita una generación de rebeldía, organización y esperanza.

El cuidado de territorios libres de megaproyectos, por la salud y el acceso a tierras colectivas para los pueblos indígenas, son acciones que también se pagan con procesos penales. Sergio Rojas, por ejemplo, es preso político durante 7 meses, por integrar la recuperación de un 60 por ciento de tierras indígenas que estaban en manos de finqueros y que pertenecen al territorio bribri de Salitre, en el Pacífico Sur.

Para quebrar el espejismo, hay que reconocer que en Costa Rica, como en el resto del mundo, la ley se aplica con todo el peso punitivo a quienes ponen el cuerpo, a pueblos que no aceptan los megaproyectos que les quieren imponer.

Algo más que sí se aplica —y con todo el aparato legal posible—, es el impulso a tratados comerciales, como el reciente acuerdo del país con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), firmado en julio del 2015 para atraer inversión, zonas francas, monocultivos, lo que le costará al país su jugosa membresía y la revisión de más de 250 instrumentos jurídicos para que el país esté en conformidad con la OCDE.

A don Antonio, que rompió el cerco y con sus propias manos y cuerpo quiso detener esa masacre a su tierra sagrada, el Estado le cobró con su vida. No estar en silencio significa estar al borde de tener que ceder la vida o vivirla en una cárcel. La legalidad está siendo el ámbito que legitima estas injusticias.

Parecería obvio, pero hay una rabia que habita en ese deseo de justicia que es ancestral y por tan cotidiano, tan repentino y urgente me recuerda las palabras de John Berger en Bento’s Sketchbook:

La gente protesta porque no hacerlo es demasiado humillante, demasiado aplastante, demasiado letal. La gente protesta (monta una barricada, toma las armas, se va a huelga de hambre, se toma de las manos para gritar o escribe) con el fin de salvar el momento presente, sin importar lo que traiga el futuro.

Protestar es negarnos a ser reducidos a cero y a que se nos imponga el silencio. Por tanto, en cada momento que alguien hace una protesta, por hacerla, se logra una pequeña victoria. El momento, aunque transcurra como cualquier otro momento, adquiere un cierto carácter indeleble.